Calle rioja
Francisco Correal
El filósofo de Cerro Muriano
Nueve y media de la noche en el Paseo de Colón, a escasos metros de la Torre del Oro. Hora y media antes ha pasado por ahí una de las manifestaciones del 8M. A lo lejos se oye algún grito de los ultras alemanes del Eintracht de Fráncfort, que empiezan a beber en la esquina de la calle Adriano. En la acera contraria hay unos pocos periodistas y dos mujeres que hablan con ellos, algo cortadas, tímidas, como si les diera mucha vergüenza.
Son Uliana Melnikovich y Galina Fedorko, ciudadanas ucranianas que residen en Sevilla. Esperan la llegada de un autobús con los primeros refugiados de su país que llegan a la capital andaluza. El transporte lleva tres días de viaje desde Polonia. Partió con 58 personas a bordo, de las que una treintena se apearon a mediodía en Madrid y el resto siguieron el camino hacia Sevilla para finalizar en Huelva. Más de 3.200 kilómetros de travesía.
En el autobús viaja Tatiana, la hija de Galina. Viene con su marido y sus tres hijos, el más pequeño de los cuales tiene un año y tres meses. Los dos mayores tienen 8 y 10 años. Proceden del oeste del país, de una zona próxima a Polonia, en la que todavía no se han vivido combates intensos, a pesar de que han sido varias veces las que Tatiana ha tenido que bajar al sótano con su bebé y los niños. Su madre lleva doce años en España. "Nunca pude pensar que iba a pasar esto", dice.
Uliana espera a su hija Victoria, de 13 años, que viene sola, con una autorización para poder viajar con otras personas en el autobús. El marido y padre de la niña se ha quedado en Ucrania, "por supuesto, para defender el país". Tanto ella como Galina se dedican al servicio doméstico. Hay 27 mujeres ucranianas de la zona de la que ellas proceden trabajando en lo mismo en Sevilla.
A Galina, la señora a la que cuida le ha cedido temporalmente un piso en la calle Feria porque necesita espacio para cinco personas. Ambas se muestran muy agradecidas a la ciudad, que se ha volcado en la ayuda canalizada a través de la iglesia católica ucraniana de la calle Santa Clara, desde la que se mandan medicinas, comida y ropa hasta su país. Cada tarde se concentran a las ocho en la Plaza Nueva para protestar contra la guerra. "Y cada día hay más españoles".
Por el Paseo de Colón aparece Natalia Horba. Espera a su hija Olga y a sus nietos, Sasha, de 8 años, y Victoria, de dos, que vienen en el autobús. "La pequeña es española", dice, aunque luego puntualiza que nació en Ucrania pero que fue concebida en Sevilla, durante unas vacaciones. Ella trabaja en una residencia de mayores y su marido es empleado de limpieza. "Ojalá se termine ya esta guerra. Mi única esperanza ya es Dios".
Son casi las diez, hora prevista para la llegada del autobús. Llega un coche que se queda un momento en doble fila. De él se bajan dos personas. Una es el padre Dmytro Savchuk, el párroco de la iglesia ucraniana de Sevilla y Huelva. Le acompaña Lesia Grynchysyn, que vive en Huelva y espera a su hija Olga. Su madre, médica y enferma de cáncer, se ha quedado en Ucrania para ayudar a los heridos.
El cura explica que no sólo hay ucranianos esperando a sus familiares, pues también hay algunos españoles que van a acoger a refugiados. Y pide a las administraciones españolas que aporten dinero para poder pagar los siguientes viajes desde la frontera polaca hasta Sevilla. El viaje ha costado 8.500 euros. "Mañana salen varias familias con furgonetas para traer más gente. Hoy han cargado alimentos y medicamentos. Andalucía está siendo muy solidaria. Tengo más de 200 solicitudes para acoger a refugiados en sus casas".
Llega el autobús. Se viven escenas de emoción. Un bebé llora en brazos de su padre. La abuela llora abrazada al niño. Casi todas las mujeres que reciben a sus familiares estuvieron en Ucrania en agosto de 2021, pero entonces la guerra estaba tan lejos que nadie pensaba en que la próxima vez que se vieran fuera así. "Gracias, España", dice una de las mujeres.
"Estoy muy contenta, claro", cuenta, muerta de vergüenza, Olga, la hija de Lesia. Habla un español perfecto. Se le nota cansada. Masca chicle. "Siempre mascando chicle", bromea su madre mientras se la come a besos. Natalia abraza a su nieta de dos años. Una periodista le pregunta cómo se llama. "Victoria", responde la abuela. "Es lo que hace falta, mucha victoria".
El padre Dmytro sube al autobús y dedica unas palabras a los viajeros que queda, cuya próxima parada, la final ya, es Huelva. Baja el cura y se marcha el transporte. La reunión se disuelve. Una de las familias se dirige a la parada de Tussam y se sube a un autobús de línea. Este trayecto de unos pocos kilómetros pone fin a un largo viaje de cinco días.
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