Libreros de viejo, viejos libreros

Calle Rioja

Libro antiguo. Luis Andújar, Abelardo Linares, Ignacio Sánchez Meléndez, José Luis del Corral. Cuatro historias de libros en torno a un pregón con rollos y papiros

Francisco Correal

22 de noviembre 2010 - 05:03

DOS libreros de viejo y dos viejos libreros. Los cuatro asistieron al pregón de la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión que pronunció en el Círculo Mercantil Andrés Trapiello. Siendo antiguos y de ocasión, empezó hablando del Jueves de la calle Feria. El día del pregón era Jueves. Todos los libros, hasta los no escritos por Chesterton, son Jueves, ese día en este zoco tan añejo que le da nombre a la propia calle. El primer Jueves hábil del año que faltó a su cita con sus libros de viejo Luis Andújar, uno de los libreros que estuvo en el Mercantil. Trasladó su material a la Feria de la Plaza Nueva, bajo la estatua ecuestre de San Fernando. Sus compañeros bromeaban con el polvo que tenía su librería El Desván. Andújar usaba un cultismo zoológico. "En mi librería había arácnidos". Y manzanilla.

El otro librero de viejo tiene su tienda en la plaza de los Terceros, junto al Rinconcillo. Se llama Ignacio Sánchez Meléndez, tiene una risa contagiosa y una cultura impresionante. Un librero de viejo de Montesión (Jueves Santo en los dominios del santo Jueves), y otro de Santa Catalina. Hace varias ediciones, Ignacio fue el que más dinero ganó en la Feria del Libro Antiguo. No debió tan pingües beneficios a Pérez-Reverte, Ken Follett o Stieg Larsson. Le quedaba un saldo entero del libro El doncel de don Enrique el Doliente de Mariano José de Larra. Fue el libro que Letizia Ortiz le regaló en el protocolo prenupcial a su prometido Felipe de Borbón.

Este librero a quien el heredero de la Corona le trajo tan buena fortuna tiene una bonita historia republicana. En su librería hay una placa de recuerdo a Salvador Valverde, el sevillano que compuso Ojos Verdes, un clásico de las tonadillas. En la guerra civil, Valverde se exilió a Argentina. El destino de tantos intelectuales, de Alberti a Falla. Sus hijos volvieron por Sevilla y les ofrecieron para su padre una calle en un remoto confín del callejero. Lo interpretaron como otra forma de exiliarlo. El librero les ofreció una suerte de asilo diplomático. El que pase por la puerta de la librería se entera de que en esta ciudad nació un compositor cabal que murió en Argentina en 1975. "Todos los flamencos que iban por Argentina a actuar, siempre pasaban por su casa", dice Ignacio, "y sin embargo en España se olvidaron de él, el único que lo mencionaba en tiempos de Franco era Bobby Deglané".

Los viejos libreros no lo son en edad, sino porque le echaron el cerrojo a sus respectivas librerías. Renacimiento era el nombre de la librería de Abelardo Linares, el nombre que tuvo la revista literaria y que mantiene la editorial que representa. Se trajo de América una fortuna en incunables, piezas únicas que forman un patrimonio particular sin parangón en el coleccionismo de este país de iletrados tan contumaces como los letrados que no pueden vivir sin publicar. José Luis del Corral cerró la librería La Roldana el mismo año que ganó la última edición del premio de literatura erótica La Sonrisa Vertical.

Las cuatro librerías, las viejas y las de viejo, la permanente y la itinerante, las ha frecuentado Juan Bonilla, autor del diseño del librito que contiene el pregón de su amigo Trapiello. Todos se conocen a todos en este gremio. El autor de Nadie conoce a nadie reproduce en la portada una librería de Alejandría con estanterías llenas de volúmenes y un excusado en el centro. La taza con el rollo de papel higiénico en el país de los papiros. Un viaje con los libros de Linares (Abelardo) a Andújar (Luis), de La Roldana a Los Terceros. Un joven estudiante de Historia de 22 años se acercó a Trapiello para que le dedicara un ejemplar de El gato encerrado y le dijo al autor de Los amigos del crimen perfecto que se ha leído toda su obra y que uno de sus libros tuvo que conseguirlo por Internet en una librería de Hamburgo.

Acudieron autores como Juan Lamillar, Ismael Yebra o Fernando Iwasaki. A Bonilla le gusta más hablar de fútbol que de literatura. Ha participado en un libro de sonetos dedicados a Andrés Iniesta, autor del gol que nos hizo campeones del mundo. El suyo se titula Jarque mate.

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