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La última obra de Aníbal González

Crónica del Jueves de Feria

La expansión de la Sevilla del 29, de la que se cumplen 90 años, hizo pequeño el recinto del Prado para la Feria

En el paso del ecuador, coinciden el inicio de la campaña con las escapadas a la playa

La última obra de Aníbal González / Antonio Pizarro

LA Caseta Municipal es la que cierra más temprano, en cuanto acaban las recepciones. En las horas previas al inicio de la campaña electoral, todas las casetas son municipales. Como en los debates, los candidatos están pendientes de no cometer ningún desliz, de estar en todos sitios y al tiempo pasar desapercibidos.

En el corazón de la Semana Santa, todos los Jueves de Feria se repite la tradición de los tratos en la puerta del Mercantil. No se cabía en Sierpes, de Maquedano a la calle Jovellanos. El mismo Círculo Mercantil donde transcurre una de las primeras escenas de Eva, segunda entrega de las aventuras de Lorenzo Falcó, el jerezano recreado por Arturo Pérez-Reverte en la guerra civil. En los tratos de ahora no se habla, como en la novela, del Dragón Rapide o el oro de Moscú.

La masa de tratantes se va desplazando a los bares de la calle General Polavieja, junto a la capillita de San José. Esta Feria es homenaje permanente a la Exposición Iberoamericana de 1929 que se inauguró el 9 de mayo de ese año. La calle Asunción empieza en un Bingo, el mítico cine Los Remedios, y termina en un Casino, la recreación para la portada del Casino de la Exposición que diseñó el arquitecto valenciano Vicente Traver, que sustituyó a Aníbal González como director técnico del certamen.

Aquella Exposición indujo una expansión de la ciudad que hizo pequeño el recinto del Prado para la Feria de Abril. Los toros, con el traslado de público en los carruajes, taxis, a pie, son el Prado de Los Remedios. La Torre del Oro mide la equidistancia.

Asunción parece la cinta transportadora de un aeropuerto. La gente más que caminar se dirige a la Feria como levitando. Debe ser el gerundio de la felicidad. La lluvia se quedó en Semana Santa, a veces el sol aprieta y muchos feriantes empiezan a pensar en la playa. El abril sevillano descubrió mucho antes que el mayo francés que debajo del asfalto, o este sucedáneo de albero, estaba la playa con sus falsas promesas y sus utopías de guardarropía.

Todo gira en torno a la Feria. Las conversaciones. La publicidad. Nos gusta la Feria, se lee en uno de los cruceros que surca el río entre puentes. Regüisquito, proclama un anuncio del whiski JB, las iniciales del torero Juan Belmonte y de la saga-fuga del Bastida de Torrente Ballester. Una derivación del rebujito, whisky con diéresis como el de saca el güisqui, cheli, la canción que la Charanga del Tío Honorio compuso para Desmadre 75.

El espejismo de los nuevos ricos obligó a dividir en pares e impares el tráfico de coches de caballos. La crisis produjo una reducción drástica y el equilibrio entre el orto y el ocaso devino en la actual moderación. Un paso con orden, sin estridencias. Sorprende entre tantos caballos ver a pie a Rafael Peralta por Pepe Luis Vázquez esquina con Joselito el Gallo. Una madre lleva a sus dos niños a la Feria. Nombres señeros: Silvio y Aníbal.

“Vengo de La Pareja (la de la Guardia Civil), voy a El Acoplador y después a mi caseta”. Es el itinerario de un día en la Feria. Invitaciones, compromisos y lo que depare el azar. Paradojas en la urbanidad del real. Otra pareja, éstos de la Policía Local, obligan a un joven a bajar de la bicicleta (Bahamontes no tiene caseta), pero nadie dice nada a dos jinetes cada uno con su respectivo catavinos. Igual le hacen la prueba de alcoholemia al caballo.

En la puerta de la Caseta Municipal, el nieto y el hijo de dos pesos pesados del Derecho y de la Universidad. Alfonso de Cossío, abuelo de Ignacio de Cossío, fue quien rubricó el final de la pena de muerte como herramienta punitiva del Derecho español. Juan Antonio Carrillo Salcedo, padre de Juan Antonio Carrillo Donaire, iluminó el Derecho Internacional y fue comisario de los actos del quinto centenario de la Universidad de Sevilla, que se funda en el intervalo entre el primer viaje de Colón y la locura navegante de Magallanes y Elcano.

En los noventa años de la Exposición Iberoamericana, el nieto de Cossío recuerda que saludó a Fidel Castro y Carlos Menem cuando visitaron la Expo del 92. El hijo de Carrillo Salcedo acaba de regresar de San Salvador, donde ha impartido un curso sobre Derecho Europeo.

En la caseta Los de Incógnito se despide de sus anfitriones Jaime Alguersuari, motorista barcelonés de la época de Ángel Nieto, “de blanco y negro” y posteriormente creador de la revista Solomoto. Sabe de caballos, pero de otra cilindrada. En la caseta Las Golondrinas, Luis Rey, director del colegio San Francisco de Paula, es atendido por uno de los antiguos alumnos del centro, Juan Salas Tornero, hombre clave en la Transición económica y política, la de los Pactos de la Moncloa, la Constitución y Ayuntamientos que empiezan a funcionar en la Feria de hace cuarenta años. De esa corporación, pasea por la Feria Antonio Rodríguez Almodóvar. El más votado de la izquierda, sacrificado por el pacto a tres bandas que le dio la alcaldía –y la avenida en Sevilla Este– a Luis Uruñuela con la permuta de la Giralda y la Alhambra. La ruta política de Wasington Irving.

Las niñas bailan sevillanas con las pompas de jabón. Hombres-guitarra caminan por el real. Muchas casetas tienen música en directo. La de Mercasevilla, “yo soy barranquillero...”, canta a ritmo de merengue, la de los Náufragos. Policías de tráfico que no habían nacido hace cuarenta años controlan el tráfico junto a la portada. Con mucho humor. “Vamos a pedir el VAR para esos cuatro”.

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