La Juana Canal de Sevilla, así resolvió la Policía un doble crimen 18 años después
El caso de María del Carmen Espejo es muy similar al de la madrileña cuya ex pareja ha confesado 19 años después
Fue el doble asesinato de una sevillana y su hijo, cuyos cuerpos fueron encontrados en la sierra de Huelva
El caso de Juana Canal, la madrileña cuyo crimen se ha esclarecido 19 años después con la confesión de su ex pareja, recuerda mucho al de una sevillana que fue asesinada en los años noventa en Huelva. El trabajo del Grupo de Homicidios de la Policía Nacional en Sevilla fue clave para resolver un doble asesinato y para recuperar los cuerpos de las víctimas, una mujer y su hijo, muertos ambos a manos del marido y padre de las víctimas. Los cadáveres se encontraron en una finca de Almonaster la Real, en la sierra de Huelva, 18 años después del doble crimen.
El encargado de resolver aquel doble asesinato fue Ricardo Morente, veterano oficial del Grupo de Homicidios, jubilado desde hace años. Fue el caso que remató su carrera como investigador, después de decenas de detenciones de asesinos de toda clase. Entre otros, arrestó al único criminal en serie que ha operado en la historia reciente de Sevilla, Juan Luis Roa, que mató a tres comerciantes entre diciembre de 1994 y agosto de 1995.
Morente dice que los muertos le hablan. Se refiere a que los cadáveres le transmiten una información que puede resultar clave para esclarecer cada caso. Así, hablando con los muertos, se dio cuenta de que las tres víctimas de Roa presentaban cuchilladas bajas y profundas. Cuando la Policía tuvo conocimiento de que un hombre había ofrecido unos diamantes a un conocido joyero de Sevilla, el oficial preguntó si era de baja estatura. "Sí, aquí dice que es de baja estatura pero fuerte", respondió su jefe. "Es nuestro hombre", le dijo. Y acertó.
Cuando estaba a punto de jubilarse, en el año 2011, a Ricardo Morente le llegó el caso de su vida: el doble crimen de Almonaster la Real. Su trabajo sirvió para esclarecer un doble homicidio cometido dieciocho años atrás y que estaba a punto de prescribir. Genaro Ramallo, un profesor de matemáticas de Huelva, mató a su mujer, María del Carmen Espejo, sevillana de 25 años, y al hijo de ambos, Antonio, de 11, y ocultó sus cadáveres en una finca de un pequeño municipio de la sierra de Huelva.
A Morente le llegó como un caso frío, que es como se denomina en la Policía a aquellos asuntos que llevan años estancados y sin avances en la investigación, y en los que se revisa todo desde el principio para comprobar qué fallos pudo haber en las pesquisas originales, y si las nuevas técnicas de investigación pueden aportar algo de luz.
La Dirección General de la Policía suele enviar periódicamente circulares a los grupos de Homicidios con los crímenes que están próximos a prescribir, para que se les dé una última vuelta a la investigación antes de que se quede definitivamente archivada. En una de esas circulares venían una serie de nombres y a Morente le llamó la atención algo: había dos desaparecidos en los que figuraba el mismo denunciante, Manuel Bárcena. "Aquello ya me pareció que merecía la pena hacer alguna comprobación", recuerda ahora.
Lo primero, mirar el DNI
Bárcena era el padre de María del Carmen Espejo, que no llevaba su apellido porque había nacido de una relación extramatrimonial pero a la que aceptó desde el principio y con la que siempre mantuvo trato. Este hombre, que vivía en el centro de Sevilla, había denunciado 18 años antes la desaparición de su hija y de su nieto, que residían en Huelva con un profesor boliviano llamado Genaro Ramallo. Éste, principal sospechoso, aseguraba que María del Carmen y su hijo se habían marchado a Madrid y que él seguía recibiendo cartas del niño, al que a veces veía en la capital de España.
Lo primero que hizo Morente fue comprobar si la madre y el hijo habían renovado sus DNI. "No había DNI. Ya eso me puso en alerta". Tampoco había movimientos de dinero en el banco, no había multas de tráfico, el niño no había estado escolarizado, no tenían ninguna propiedad a su nombre... No había nada que pudiera indicar que María del Carmen y Antonio siguieran con vida. Morente pidió permiso para centrarse en el caso y obtuvo al principio negativas. Hasta que pidió 16 días de asuntos propios que le debían y fue entonces cuando le dijeron que mejor que no se los tomara. "Ponte con lo tuyo de Huelva".
Y ahí se convirtió en un verdadero sabueso. Con un compañero, iba a diario a Huelva a vigilar a Ramallo. Supo que era un mujeriego y tenía varias relaciones con distintas mujeres. "Llegaba el fin de semana y le decía a mi mujer, mira, vamos a pasar el día en Huelva". Y allí se ponía a seguir a Ramallo. Dejaba a su esposa en el coche, en alguna cafetería o en alguna tienda y él seguía con su investigación.
Averiguó que era un buen profesor de matemáticas, que daba clases a bastantes niños y que tenía en propiedad una parcela en Almonaster la Real. La finca está ubicada junto al camino de Sevilla y en ella quedan las ruinas de una antigua construcción, una alberca y un pozo. Poco más. La vegetación lo invade todo y no hay nada sembrado. Los policías hablaron con el vecino de la finca de al lado, que tenía una tienda en Calabazares, una aldea cercana.
"Nos dijo que (Ramallo) llevaba varios años sin venir por aquí y que apenas tenía trato con él. Bien, nos despedimos de él, no sin antes avisarle de que podía poner en riesgo una investigación policial si avisaba a su vecino de que dos policías habían preguntado por él, y que podía estar cometiendo un delito. No, no, tranquilos, no se preocupen”. La investigación siguió su curso. Morente sabía desde el principio que el asesino era Ramallo, pero tenía que probarlo. "Y parece que Dios me envió aquel caso, de lo bien que me salió todo".
El error del sospechoso
La Policía le había pinchado el teléfono al sospechoso. Durante un seguimiento, a Morente se le escapó un grito: "¡Genaro!". Ramallo se volvió, Morente y su compañero se identificaron como policías y explicaron que estaban allí porque necesitaban realizar un trámite relacionado con la desaparición de María del Carmen Espejo y el pequeño Antonio. Los agentes le quitaron importancia a su presencia allí y explicaron que el caso estaba pronto a prescribir y necesitaban tomarle una última declaración a él como marido y padre de los desaparecidos.
Ramallo tenía prisa. Aquella mañana se dirigía al juzgado porque había tenido un accidente de tráfico y tenía un juicio por este asunto. Se excusó y los policías le explicaron que no había ningún problema, ellos esperarían a que terminara el juicio. Y fue entonces cuando el profesor boliviano cometió por fin un error. Sacó su teléfono móvil y telefoneó al fijo de la tienda de Calabazares que regentaba su vecino de Almonaster. No había nadie en la tienda, pero la llamada quedó registrada.
"En Almonaster están los cuerpos", le dijo Morente a su compañero. ¿Qué sentido tiene hacer una llamada a un vecino al que lleva varios años sin ver ni hablar con él, más aún cuando uno lleva prisa porque tiene un juicio? Al volver de los juzgados, Ramallo recibió a los policías, que le tomaron declaración. Allí se sintió cazado. "Cuando me firmó la declaración, lo hizo de forma normal en todas las hojas, pero cuando llegó a la última, hizo una firma mucho más grande, firmó con rabia, como diciendo: 'hijos de puta, me habéis pillado".
El hallazgo de los cuerpos
La Policía puso en marcha un operativo para rastrear la finca de Almonaster la Real. Se utilizó un georradar para comprobar si había movimientos de tierra. Se revisó primero una zona que quedó descartada. Su jefe dudó. La Policía había contratado una excavadora para los trabajos de búsqueda de los cuerpos y no había presupuesto para muchos más días. "Jefe, la excavadora no se mueve de aquí. Aquí están los cuerpos. Si hace falta, yo pago de mi bolsillo los días que sean necesarios".
Los esfuerzos se centraron después en un pozo que estaba cubierto. Allí aparecieron los cuerpos. Sólo quedaban los huesos. La madre y el hijo estaban decapitados, siguiendo un ritual boliviano conocido como la pachamama. Los cuerpos estaban en sacos de dormir y las cabezas fuera.
Ricardo Morente aventura una teoría de cómo ocurrió el crimen: "Era el 20 de agosto de 1993. María del Carmen salió de su trabajo y Genaro la recogió. Vinieron a pasar el fin de semana a la finca. Como hacía calor, creo que les pudo decir a la madre y al hijo que cavaran en el pozo para encontrar agua mientras él iba a pedir alguna bomba para llenar la alberca y hacer allí una piscina. Me imagino que trabajarían ilusionados, cuando en realidad estaban cavando su propia tumba".
Ramallo, acosado por la presión policial, decidió escapar a Francia. "Pero yo no me puse nervioso. Todo me había salido tan bien en este asunto que estaba tranquilo, sabía que iba a caer tarde o temprano". Morente define a Ramallo como una persona muy inteligente, que estuvo a punto de cometer un doble crimen perfecto. ¿Por qué los mató? "Si no era para él no era para nadie. Ella acababa de obtener su plaza de funcionaria, era joven y tenía independencia económica. Él debió pensar que no la podría controlar, que tarde o temprano ella le dejaría. Y el niño, su propio hijo, fue un testigo que eliminó".
Semanas después, en otoño de 2011, el boliviano fue detenido en Toulouse, después de haber intentado ponerse en contacto con su hija a través de un tercero. Su trabajo fue reconocido en la sentencia de la Audiencia Provincial de Huelva, que condenó al asesino a 40 años de cárcel. El Tribunal Supremo elevó la pena a 60. Hoy, once años después de la detención del profesor de Matemáticas, el oficial que dirigió aquella investigación sigue esperando que algún día Interior le otorgue la cruz al mérito policial con distintivo rojo que la Policía le denegó en su día.
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