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Diez años sin Cózar, una década con Fito
Sevillanos ilustres
Sevilla ha sido una ciudad que ha sido casa, tanto de nacimiento como de acogida, a grandes pintores a lo largo de la historia. Se recuerdan nombres como el de Diego Velázquez o Murillo, pero también artistas como el también barroco Juan de Valdés Leal, reconocido por sus obras relacionadas con el vanitas (la vacuidad de la vida frente a la muerte como el fin de los placeres humanos) como tema. Hoy, dada la cercanía de fechas como Halloween, o de corte más nacional, el Día de Todos los Santos, hacemos un repaso a su vida.
Los primeros datos que se tienen registrados de Juan de Valdés es su bautizo, en mayo de 1622 en la Parroquia de San Esteban de Sevilla. El pintor fue hijo de la sevillana Antonia Valdés y de Fernando de Niza, nacido en Torres Novas (Portugal). La familia dejaría Sevilla para mudarse a Córdoba, donde Juan de Valdés continuó su formación, no se sabe cuándo exactamente o en qué punto de su educación se encontraba el artista cuando se produjo la mudanza. Se cree que en Sevilla pudo haber formado parte del taller de Francisco Herrera el Viejo y que terminaría su formación con Antonio del Castillo.
Al parecer hay pocos datos que permitan reconstruir esos años, pero gracias a las amonestaciones matrimoniales en la iglesia de San Vicente de Sevilla se sabe que se casó en Córdoba en el año 1647 con Isabel Martínez de Morales, quien también era pintora al óleo. En su vida trabajó para iglesias y particulares, algunos de sus clientes más conocidos fueron: la iglesia de San Francisco de Córdoba, las franciscanas de Santa Clara de Carmona o el Monasterio de San Jerónimo, entre otros.
En su etapa sevillana, ciudad a la que se muda tras la llegada de la peste a Córdoba, tuvo que hacer frente a la fama que Murillo tenía en la ciudad y, a la muerte de este, se convertiría en su pintor más relevante. Juan de Valdés no fue solo pintor, también fue maestro de dorado y maestro de pintura. Murió en 1690.
Los 'Jeroglíficos de las postrimerías' son quizás sus obras más reconocibles, que pintó en 1672 para la iglesia del Hospital de la Caridad de Sevilla. Tanto 'Finis gloriae mundi' como 'In ictu oculi' se caracterizan por una clara imaginería relacionada con la muerte (aparece representada con una guadaña junto al cadáver en descomposición de un obispo, por ejemplo) y por las técnicas barrocas del claroscuro llevadas al extremo, lo que recibe el nombre de tenebrismo.
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