Juan Miguel: un artista para rezar y para cantar

Calle rioja

Clásico. Sus murales están en el vestíbulo de la estación de autobuses del Prado y en la iglesia de Santa Teresa donde terminó la Misión del Gran Poder en Tres Barrios

Dos mujeres en el vestíbulo de la estación de autobuses del Prado. / Juan Carlos Vázquez

Muchos lo descubren a diario cuando acuden a la estación de autobuses del Prado, un edificio construido entre 1938 y 1940 con diseño del arquitecto Rodrigo Medina Benjumea. Hubo quienes se sorprendieron cuando hace un año el Señor del Gran Poder, en plena pandemia, salió de su basílica de la plaza de San Lorenzo y viajó a los Tres Barrios. Una gira espiritual y muy material, a flor de piel, allí donde las estadísticas reflejan los peores datos de la pobreza nacional. Un viaje que terminó en la iglesia de santa Teresa. Como en la estación del Prado, la firma indeleble de un pintor excepcional que en cualquier otro país sería una figura mundial. Para viajar, para rezar (otra forma de viaje), en el Prado y en Santa Teresa, murales de Juan Miguel Sánchez (El Puerto de Santa María, 1900-Sevilla, 1973).

En realidad, los aplicados y entusiastas seguidores de Fernando Gabardón de la Banda (Sevilla, 1967) hicieron un viaje de Florencia a Sevilla. Desde el Círculo de Labradores a la planta tercera de la Fundación Cajasol. De un Alberti a otro. De Leon Battista Alberti (1404-1472), ese arquitecto del Renacimiento que fue secretario de tres Papas y embelleció Florencia, que es mucho decir, a Rafael Alberti (1902-1999). El poeta del 27 nace en El Puerto dos años más tarde que Juan Miguel Sánchez. Ambos debieron pasar por la academia de Bellas Artes de Santa Cecilia, donde el pintor aprendió dibujo y música, dos disciplinas que siempre interesaron mucho al poeta.

El padre de Juan Miguel, Miguel Sánchez Fernández, regentaba un local de vinos, licores y aguardientes llamado El Navío. Que amplió a El Navío II. Este incorporó un café cantante y fue demolido hace justamente un siglo para hacer el colegio de las Esclavas.

Alberti se fue a Madrid y Juan Miguel a Sevilla, su ciudad soñada como artista. Donde se va a consagrar como genio del mural, un género artístico que nace con Valdés Leal. La impronta de Juan Miguel en el cartel, ese vehículo artístico que modela Toulouse-Lautrec, irá dejando maravillas en los diversos periodos históricos: carteles en plena dictadura de Primo de Rivera, en 1925 y en 1929. Un cartel que anunciaba Semana Santa, Feria y Exposición Iberoamericana. Un año 29 en el que Juan Miguel será rey Baltasar en la Cabalgata del Ateneo. Institución en la que conoce a uno de sus maestros, el gibraltareño Gustavo Bacarisas. Carteles en la República, el de 1931 es una de las joyas del Museo de la Macarena; en la posguerra.

Al final de la guerra, en 1939, conoce en Sevilla a Reyes Lallana, que será su esposa y modelo. Su particular Frida Kahlo. En 1943 obtiene la cátedra de Procedimientos Artísticos de Pintura. Es académico de Bellas Artes, pero como recuerda Gabardón, ni un monográfico de Arte Hispalense para resaltar su obra. Dibuja a los seises en un cartel de la Octava del Corpus y a los caballeros maestrantes con unas trazas que al historiador del Arte le recuerdan personajes del 'Ivanhoe' de Richard Thorpe.

En 1961 se construye el muro de Berlín y se produce la riada del Tamarguillo. Muchas de aquellas almas desterradas de sus hogares por la furia de las aguas debieron encontrar consuelo y acomodo en la iglesia de Santa Teresa que abre las puertas ese año. Un edificio de Alberto Balbontín, coautor con Antonio Delgado-Roig de la Basílica del Gran Poder. Los devotos del señor de Sevilla que acudieron en noviembre de 2021 a ver a su titular en aquellas latitudes se encontraron con unos murales impresionantes.

Dice Gabardón que es un complejo ornamental completo, con unas monjas que recuerdan las que pintaran Alfonso Grosso o Rico Cejudo. El modelo devocional de Miguel Mañara. La charla la acompañó el historiador con las fotos de su amigo Román Calvo, cardiólogo y excelente fotógrafo que siempre le acompaña en estos viajes al corazón de la ciudad. En Santa Teresa no hay estación de autobuses. Hay paradas de Tussam y una estación de Metro muy próxima. En las naves de la iglesia se vivió hace un año un encuentro de elevada altura mística: Dios entre pucheros y el Señor con el carisma de Santa Teresa. La obra cumbre de un imaginero cordobés, Juan de Mesa, junto a las pinturas de un artista gaditano, de El Puerto, Juan Miguel Sánchez. Con una idea de la Anunciación que bebe de maestros como Fran Angelico, Botticelli o Leonardo. Y unas monjas en las que el estudioso ve rasgos "prerrafaelistas".

Juan Miguel Sánchez está en la iglesia de Santa Teresa, en la estación de autobuses del Prado y en un vestíbulo de viviendas de Marqués de Paradas, junto a la otra estación de autobuses de la ciudad, la de Plaza de Armas. Y está en el alma del pueblo gracias a una copla que con letra del maestro Quiroga cantó por medio mundo doña Concha Piquer.

El artista sin apellidos. "Al Museo de Sevilla / iba a diario Juan Miguel / a copiar las maravillas/ de Murillo y Rafael. / Y por las tardes, como una rosa / de los jardines que hay en la 'entrá' / pintaba a Trini, pura y hermosa, / como si fuera la 'Inmaculá'". Una Trinidad inmortal en la tonadilla, "'Triniá', mi 'Triniá', / la de la Puerta Real, / carita de nazarena, / con la Virgen Macarena, / yo te tengo 'compará'". Como en una película de Michael Curtiz o Fritz Lang (Juan Miguel dibujó los carteles de 'Currito de la Cruz') la cosa se complica cuando en el Museo coinciden el pintor que dibuja a su musa y un banquero americano que se prenda de ella y ante el cuadro inacabado produce el lamento del pintor.

Ésa es la inmortalidad del artista. Siempre en contacto con el pueblo. El pueblo que reza, el que reza en autobús o en el más vertiginoso de los medios de transporte, el baúl de la Piquer.

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