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A Joaquín Fernández Bravo

Obituario

El autor dedica este artículo a quien fue directivo y profesor del Colegio Tabladilla

Joaquín Fernández Bravo / M. G.
Luis Felipe Benítez Roldán

03 de mayo 2021 - 12:35

Sevilla/Desde que me llegó la triste noticia de tu partida, tengo rondando en mi mente las palabras del punto 1 de Camino: “Que tu vida no sea una vida estéril. —Sé útil. —Deja poso. —Ilumina, con la luminaria de tu fe y de tu amor.”

¡Vaya que si no fuiste estéril! Te has ido con las manos llenas de amor y de buenas obras. No pasaste desapercibido en la vida. Y sin embargo la humildad fue una de tus virtudes más sólidas.

Llevo todo el día recordándote. Cierro los ojos y veo una pizarra llena de números, letras, símbolos matemáticos y gráficas, ordenados casi milimétricamente, a la vez que oigo tu voz en el aula, pausada, suave, sin que un tono subiera más que otro, explicando de forma perfecta y concisa cuánto habías escrito en el encerado. Y miro a tus alumnos, en un silencio respetuoso, atendiendo a tus exposiciones con un gran interés, dignos de elogio y de aclamación.

Tus tutorías llenas de cariño y de profesionalidad, tus acertadas puntualizaciones en las evaluaciones, tus consejos personales, y tantas y tantas actuaciones de buen oficio, demostraron tu gran valía profesional y humana. La única pena es que Sevilla y el colegio Tabladilla sólo pudieron disfrutarte en tus últimos años de tu vida activa laboral. Córdoba y particularmente tu colegio Ahlzahir gozaron plenamente de lo mucho que tenías dentro. La ciudad de la Mezquita te acogió de lleno, pero eso fue recíproco. Sólo había que ver cómo te encendías cuando hablabas y recordabas aquella bendita tierra del Cristo de los Faroles y de los patios florecidos. Era amor a raudales.

Pero yo quiero siempre recordarte en aquellos magníficos momentos que pasamos juntos: en las migas de Tocina, en nuestras langayadas, en los actos de presentación del cartel de Semana Santa del colegio. Siempre acompañado por tu María José. Ya nunca serán igual. Faltarás tú. Tu inmensa humanidad, tu bondad arrebatadora y tu finura de espíritu los tendré guardados mientras viva, en mi corazón.

Sí, has dejado poso, y menudo poso: en tu amada esposa, en tus hijos, en tus amigos y compañeros, en tus miles de alumnos y familias… Iluminaste la vida de todos los que tuvimos la suerte de haberte conocido. Por todo ello estoy seguro que ya estás al lado de tu Madre del Cielo, la Macarena, a la que tanto tú rezaste en su Basílica. Te pido que, en cuánto puedas, si es que ya no lo has hecho, te acerques a Ella y le digas al oído que cubra con su manto verde de Esperanza a todos los que en esta tierra te quisimos.

Fue un lujazo haber sido tu amigo. Gracias Joaquín. No te olvidaremos nunca.

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