Ismael Yebra, una sensibilidad a flor de piel
OBITUARIO
Fallece a los 66 años el prestigioso dermatólogo y escritor, modelo de médico humanista
Era académico de Medicina y director de la de Buenas Letras
La Alfalfa, Umbrete y la Sanabria zamorana eran los tres universos del articulista de 'Diario de Sevilla'
"Os puedo asegurar que Ismael es mucho más que un buen médico, él es un médico bueno". Esta afirmación del doctor Juan Sabaté Díaz al discurso de ingreso de Ismael Yebra Sotillo (1955-2021) el 15 de marzo de 2015 como miembro de la Real Academia de Medicina y Cirugía de Sevilla resume a la perfección la personalidad y bonhomía del médico y escritor que acaba de fallecer a los 66 años de edad, víctima de una larga enfermedad.
En la Academia de Medicina ocupó la plaza de su tío Ismael Sotillo Gago, hermano de su madre, su tutor, en cuya consulta de la Gavidia empezó a trabajar como dermatólogo. Sus padres vinieron de Zamora a Sevilla, como el rey San Fernando. Y los perdió muy pronto. A la madre, natural de Rábano de Sanabria, con cinco meses. A su padre, nacido en Barrio de Rábano, con 13 años. Su hermano Pepe, muchos años tabernero en la calle Boteros, le alentó a estudiar Medicina. Su tío hizo el resto. Los dos llenaron el vacío que dejó la marcha de sus padres.
Un año antes de ingresar en la Academia de Medicina, el 25 de mayo de 2014 ingresó en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, institución que ha dirigido hasta su muerte y en la que fue elegido para sustituir a Rafael Valencia (1952-2020), arabista que falleció el año pasado. Dos golpes tremendos en la señera entidad de la Casa de los Pinelo. "Me llamo Ismael". Al doctor Yebra le hacía mucha ilusión que la novela de Herman Melville Moby Dick se iniciara con esas palabras. Su discurso de ingreso lo tituló El libro como arma terapéutica. En su contestación, Rogelio Reyes Cano dijo unas palabras premonitorias de cómo tiene que ser el cielo de Ismael Yebra. De su Poema de los Dones, Rogelio Reyes citaba a Borges: "Yo, que me figuraba el Paraíso / bajo la especie de una biblioteca". El escritor argentino que murió el mismo verano de la mano de Dios de Maradona que ha llevado al cine Paolo Sorrentino.
"Siempre me gustó escribir", escribía Ismael Yebra en el inicio de Sevilla vista desde la Alfalfa, libro que le editó el Ateneo de Sevilla. "De niño tomaba notas literarias, colaboraba en la revista del colegio, escribía cuentos y relatos cortos, pero ahí acababa todo. El final siempre era el mismo: rompía a los pocos días lo que había escrito durante todo un fin de semana". Afortunadamente, con el paso de los años muchos de sus escritos han llegado a sus lectores. Siempre le gustó escribir sobre sus territorios: libros dedicados a la Alfalfa, donde nace el 12 de septiembre de 1955 y vive hasta que se casa en Umbrete con Victoria el 12 de mayo de 1984; a Sanabria, la tierra de sus padres; al colegio de los Escolapios, periodo que narró en el libro Juan Calasancio.
Los lectores de Diario de Sevilla también se beneficiaban de las reflexiones siempre agudas, bondadosas, críticas con la sevillanía de rigodón, de este médico que fue académico de Buenas Letras y de Medicina, como lo habían sido sus colegas Sebastián García Díaz, Antonio González-Meneses, Antonio Hermosilla, que murió siendo presidente del Ateneo, o Juan Ramón Zaragoza Rubira, un médico que ganó el Nadal de novela. Con su amigo y colega el médico Paco Gallardo, Ismael Yebra preparaba un libro sobre médicos escritores, desde Baroja a Chejov o Luis Martín Santos.
El doctor Yebra coordinó el libro conmemorativo del cincuentenario de la muerte de Luis Cernuda (1963-2013) que editó la Fundación Cajasol. Con una portada que lleva una vista de la calle Aire pintada por Carmen Laffón, Ismael fue seleccionador de un equipo que completaron Jacobo Cortines, Jaime Rodríguez Sacristán, Rogelio Reyes, Antonio Rivero Taravillo, Paco Robles y Juan Lamillar. A Cernuda lo descubre en 1977 y compartía con él el microcosmos de la Alfalfa y haber sido alumnos los dos de los Escolapios, donde sendos profesores les despertaron sus inquietudes literarias.
El médico que coordinó este homenaje a Cernuda se ha muerto en el 151 aniversario de la muerte de Gustavo Adolfo Bécquer, otro autor que le marcó profundamente. Con el autor de las Rimas compartía la afición a viajar a la vieja Castilla y el sosiego de los monasterios y conventos de clausura, a los que dedicó los libros Entre monjas y frailes y Sevilla en clausura, éste con fotografías de Antonio del Junco. En estos conventos de clausura, a los que también acudía para cuidar la piel de las religiosas, descubrió su particular fundación de las Tres Culturas: una abadesa de la India en Santa Paula, una mexicana en Santa Inés y una keniana en Amor de Dios.
"Yo había leído mucho a Bécquer", escribe en la introducción del libro que coordinó sobre Cernuda. "Tanta admiración había sentido por Gustavo Adolfo que frecuentaba el compás de Santa Inés al atardecer, rememorando la escena de las vecinas cuchicheando a la puerta de la iglesia conventual, mientras esperaban la llegada de Maese Pérez. Ya estudiante de Medicina, después de acabar la clase de Anatomía en el Departamento Anatómico-Forense, iba a desayunar cada mañana a la cercana Venta de los Gatos, ya casi en estado de abandono".
Sus reflexiones sobre Sevilla, su crítica al cliché de la pandereta, entroncan con la visión de José María Izquierdo, también alumno de los Escolapios, Joaquín Romero Murube o Rafael Montesinos. Siempre atento a la Historia, tanto en su Alfalfa, en la que le gustaba señalar el paso del Foro Romano a la Alcaicería árabe, como en su estudio sobre la Dermatología, desde la alopecia de los faraones egipcios, a la presencia en las Etimologías de san Isidoro o el Olavide español que inició la Dermatología en nuestro país. En su discurso de ingreso en la Academia de Medicina terminó hablando de El Capital de Karl Marx, Gandhi, Martin Luther King, los Beatles y Marilyn Monroe.
Su mundo fue el de la Alfalfa. Nació en la calle Boteros, abrió consulta en Cabeza del Rey don Pedro y vivía en la calle Candilejo. Umbrete y Sanabria completaban su mapa de vivencias y sentimientos. Aficionado y socio del Betis, todos sus libros y discursos se los dedicó a María Victoria, su mujer, y sus hijos Victoria y Daniel, "el trípode en el que me apoyo y sostiene mi vida".
Demasiado pronto para perder al médico, al escritor, al amigo. Demasiado pronto para aplicarse en primera persona la lección que aprendió en su visita a la Caridad. "El sevillano sabe vivir y sabe morir. A ambas cosas les tiene tomada la medida".
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