Inmaculada Rivera, jubilada a los 70 años: "Me da pena que no se valore la medicina de familia"

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Colgó la bata el pasado mes de abril "por obligación" al cumplir la edad máxima hasta la que el SAS permite prorrogar el servicio activo tras 34 años en el centro de salud de San Pablo

Los centros de salud de Sevilla afrontan el verano con 67 plazas médicas sin cubrir

Inmaculada Rivera, con la muñeca que le regalaron el día de su jubilación.
Inmaculada Rivera, con la muñeca que le regalaron el día de su jubilación. / M. G.

"Si pudiera continuar, sin duda lo hubiera hecho". Inmaculada Rivera tiene 70 años y ha exprimido al máximo su etapa profesional. "Cada día con una sonrisa", afirma.

Esta médica de familia acaba de colgar la bata "por obligación" al alcanzar la edad máxima hasta la que el SAS permite a determinado personal sanitario prolongar voluntariamente su servicio activo. Cogió la plaza en 1990 en el centro de salud de San Pablo donde hace apenas dos meses se despidió de la profesión de su vida. Y es que, Inmaculada Rivera es un claro ejemplo de vocación. "Siempre he disfrutado mucho de mi trabajo y, sobre todo, de la Atención Primaria".

Por ello, asiste con "pena" a las circunstancias actuales que rodean la especialidad. "No puedo entender que haya médicos que no quieran trabajar en los centros de salud. La Medicina de Familia es una especialidad preciosa. Toca todas las especialidades. Yo he disfrutado muchísimo. No tengo quejas, ni lo veo tan exagerado como se escucha. No sé cómo lo ven los residentes ahora, pero no encuentro explicación. Me da pena que no se valore el servicio que ofrece", lamenta.

Cuenta que en sus principios el volumen de pacientes que se atendía era muy alto. "Los médicos de familia teníamos 70 pacientes. Una barbaridad. No se podía ni hacer medicina y ahí sí recuerdo haber trabajado con estrés, pero soy de poco quejarme y siempre he trabajado muy a gusto", sostiene. "Eso ha cambiado y se han mejorado mucho las condiciones. Pero, claro, para ello hacen falta más médicos", añade.

Recuerda que vivió la pandemia del coronavirus al pie del cañón. "Dando el callo", afirma, a pesar de que por su edad, ya cumplida la jubilación legal, y de los peligros que entrañaba un virus desconocido que supuso todo un desafío para el sistema sanitario. "¿Cómo me iba a ir con lo que estaba pasando? Traté de facilitar todo lo que pude a mis pacientes", afirma.

Tras 34 años a pie de consulta, la facultativa admite que, tras su retirada, se siente, en parte, "huérfana" de esos pacientes a los que ha visto nacer, crecer y envejecer. "Familias enteras han pasado por mis manos. Ahora los veo por la calle y les doy un abrazo. Los siento como parte de mi vida. En cierto modo, han formado parte de ella", afirma.

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