Ingrid le ganó a Evita en la prórroga
Emoción. Seguimiento de la final en dos bares de Sevilla donde se dieron cita los aficionados alemanes (Ingrid, en el Arenal), y argentinos (Olimpic, junto a Santa Justa)
DECÍA Carlos Fuentes que los mexicanos descienden de los aztecas, los peruanos de los incas y los argentinos de los barcos. Ayer descendían de los trenes. A dos pasos de la estación de Santa Justa, en la calle Juan Antonio Cavestany, todo era blanquiazul. Dentro del pub Olimpic desplegaron una pancarta: "Yo no elegí ser argentino. Sólo fue suerte". Los cánticos ponían la piel de gallina. Casi ninguno iba contra Alemania. "Inglés el que no salte", tal vez como homenaje a Peter Shilton. Y "Maradona es más grande que Pelé", tal vez como homenaje a Dios (o su mano).
Al final de Juan Antonio Cavestany están los caños de Carmona y la puerta de la Carne. Se adentra uno en la ciudad y llega hasta el Arenal de Sevilla y olé, torre del Oro. Argentina lleva la plata en su nomenclátor, pero ayer buscaba el oro. Ingrid abrió la cervecería alemana hace veinte años en Pastor y Landero esquina con Almansa. Los argentinos cantaban sin cesar junto al Campo de los Mártires; los alemanes apenas cantaban, libaban como saben hacerlo a dos pasos del mercado del Arenal, que fue la cárcel del Pópulo. Un sustrato de mártires y de presidiarios en uno y otro equipo para simbolizar el pugilato de Garay con Kramer, el de Neuer con Higuaín.
En el bar Olimpic había una pantalla gigante en el interior, una más reducida en una sala atestada de aficionados y de madres, algunas con niños lactantes con los colores de Argentina. Ingrid tiene nombre de heroína del Anillo del Nibelungo. En la puerta de Pastor y Landero, un señor con bigote repartía pases de consumición con el número 1 y la palabra Bier. Para ver el partido dentro, había que pedir. Pues deme un cigarrito, como dijo un día el Beni de Cádiz en la terraza de la taberna del Traga cuando el camarero le dijo que para sentarse allí había que pedir algo.
Antes de ganar la Copa del Mundo, un gigante alemán se la bebió. Medía casi dos metros y cogía con las dos manos el vellocino de lúpulo. Detrás del mostrador, las hermanas Ingrid y Alexia González Stumps brindaban cuando Alemania consiguió el gol que acabó con un maleficio de 84 años: por primera vez, una selección europea ganaba un Mundial en América. Con Ángela Merkel en el palco. Alemania está abonada al número 4, el que lucía en su camiseta Frank Beckenbauer, su seleccionador en las dos finales del 86 y el 90 contra Argentina. Es el tercer Mundial que Alemania gana en un año terminado en 4: en el 54 venció a Hungría; en el 74, a Holanda. Argentina no se escribe con H, salvo en el Huracán.
Los bares Olimpic e Ingrid eran embajadas oficiosas de Argentina y Alemania, respectivamente. En los bares adyacentes se podíaver el partido en la intimidad. En la cervecería La Nuestra o en El Cairo. El bar Ingrid estaba adornado con banderas de equipos de la Bundesliga, incluido el Eintracht de Fráncfort que recibió siete goles del Madrid, cuatro de Puskas, tres de Di Stéfano, en la final de 1960 en Glasgow. Banderas de Colonia, Múnich, Friburgo, Dortmund, y en la puerta, donde el hombre con bigote entregaba los tiques con la palabra bier, bendita contraseña, una gigantesca bandera de España. La sombra de Carlos V es alargada.
Y la sombra de la final sin goles de hace veinte años, la del Mundias de Estados Unidos. El síndrome de Delibes se apoderó del Mundial y después de cinco horas con Mario en el banquillo, Götze paró con el pecho, templó con el pie y mandó al cancerbero Romero a los chiqueros. Un gol taurino a dos pasos del Baratillo. Mandar, parar y templar. Alexia e Ingrid, las dos germanas, no daban abasto con las peticiones de cerveza. Ingrid es como Demichelis: hablaba perfectamente el alemán y el español. El árbitro pitó el final. Los alemanes desplegaron una bandera en Pastor y Landero. En el Länder de Pastor.
Al final del tiempo reglamentario el sueño argentino estaba incólume. El júbilo era como un remedo de la visita de Evita en 1947, el año de la primera boda de la duquesa de Alba. Los argentinos se bajaron de los trenes y volvieron a los barcos.
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