Honores a la hija, asedios a la abuela
El adiós a Cayetana de Alba
La Junta la nombró hija predilecta de Andalucía en 2006. La duquesa convenció a Jesús Aguirre para ser 'comisario' de Sevilla en la Expo del 92.
“Todos saben que la duquesa de Alba no nació en Andalucía”, escribe Manuel Chaves González, presidente de la Junta de Andalucía, en la introducción al libro de Concepción Calleja Cayetana de Alba. Pasión Andaluza. Todos, o casi todos, saben que Manuel Chaves tampoco nació en Andalucía si nos atenemos a la España constitucional de las autonomías. Ceutí de nacimiento, el presidente de la Junta certificó la implicación de Cayetana de Alba con esta tierra cuando la condecoró el 28 de febrero de 2006 como hija predilecta de Andalucía compartiendo cartel de honores con Carlos Edmundo de Ory. Si el poeta gaditano fundador del postismo se autoexilió en Francia, Cayetana eligió Sevilla como destino de su exilio interior.
La ceremonia fue en el teatro de la Maestranza y el convite en las Atarazanas. Se concentró un grupo de jornaleros del Sindicato de Obreros del Campo para repudiar que un Gobierno de izquierdas premiara a una aristócrata terrateniente. El mismo Gobierno que en sus comienzos, bajo el mandato de Rafael Escuredo, aprobó un decreto de reforma agraria.
Cayetana de Alba era una mujer de su tiempo y de su espacio, que se puede calcular en hectáreas y también en amplitud de miras. Abierta a las inquietudes artísticas, con esa combinación en su prole tan del gusto de los caballeros medievales: el editor de Siruela (Jacobo), el jinete (Cayetano). Un árbol genealógico esparcido en libros de culto –de Calvino a Borges, a quienes el hijo de la duquesa trajo a Sevilla a un seminario de Literatura Fantástica– y en revistas del corazón. Una perfecta síntesis del carácter paradójico de esta mujer, a su modo también de vanguardia. Poeta, claro, en la compañía inefable de los versos de Antonio Machado.
Cayetana de Alba convenció a Jesús Aguirre, su segundo marido, para que aceptara la propuesta del ex alcalde Manuel del Valle para convertirse en comisario del pabellón Difuso de Sevilla, el único que no tuvo sede en la Expo 92. Un comisario sin estrella de sheriff que acabó estrellado. El sacerdote que revolucionó el erial hispano con sus homilías en la Ciudad Universitaria y con los libros de la Escuela de Fráncfort que editó en Taurus se metía por amor en un jardín de plantas carnívoras. Aguirre comió en secreto con la cólera de Dios, o sea, con Jacinto Pellón. Dos montañeses de condumio furtivo en un restaurante de Sevilla. La gente lo saludaba por la calle. Sabía que eran saludos consortes. “Cayetana es la persona más conocida y popular de Sevilla”, le decía al director de su Comisaría, José Villa, ex concejal ex comunista que recoge este testimonio en el perfil de Jesús Aguirre Ortiz de Zárate incluido en el Diccionario de Ateneístas.
Por amor, Aguirre fue rey Melchor de la Cabalgata de Reyes de Sevilla; por amor, fue socio del Ateneo. Y por amor, protagonizó ese metafórico choque de trenes y narcisos con Alejandro Rojas Marcos cuando éste llegó a la Alcaldía de Sevilla. El comisario fue apeado del cargo por un comando de carambolos tartésicos. Cayetana de Alba sigue siendo tan popular y conocida como presumía Jesús Aguirre. La duquesa del pueblo cuyo nombre preside la glorieta de la Barqueta, junto a una de las entradas de la Expo, el Fenómeno como llamaba Aguirre al certamen. Es la plaza con mayor concentración de autobuses. Un medio de transporte que la duquesa un día confesó que no utilizó en la vida. Un refugio insospechado para burlar el asedio de los paparazzi, turba goyesca que busca y rebusca a la maja vestida, suegra y abuela, de Dueñas sin dueño, guardiana del limonero.
Del palacio a la cárcel por sevillanas
En este álbum de fotos aparece la duquesa de Alba, con palco en la plaza de toros de la Maestranza por ser condesa de La Algaba, acompañada de gobernantes de muy distinto signo político: con Mariano Rajoy en el acto de toma de posesión del alcalde del PP Juan Ignacio Zoido, en 2011; con una representante del PSOE, la entonces ministra de Cultura Carmen Calvo Poyato, ilustre egabrense, y otra de Izquierda Unida, la alcaldesa de Córdoba, Rosa Aguilar, recibiendo una distinción en un certamen de la joyería cordobesa.
Nada le ata, nadie le obliga y, libre de feudos, atenta a las causas perdidas, la señora del Palacio aparece bajo estas líneas bailando por sevillanas con un grupo de reclusas. Sus últimos años han sido de libertad vigilada, auscultada por los ojos del gran hermano y de pequeños hermanastros del presidio catódico. Con amigos en la derecha y en la izquierda, ha estado en el centro de la curiosidad nacional con su romance crepuscular y sus viajes exóticos a tierras de antiguos cruzados. En esta sociedad virtual no valen tanto sus tierras como su imagen, no tanto su heráldica como un monosílabo.
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