Historias de adolescentes en el confinamiento
Coronavirus Sevilla
En las familias donde la convivencia no es un problema, los menores de 19 han aprovechado el encierro para aprender cosas nuevas y ayudar más en casa
Hemos hablado con seis adolescentes de diferentes familias con este perfil, residentes en barrios distintos de Sevilla y su área metropolitana
En estos meses de confinamiento los adolescentes de las familias bien avenidas, aquellas en las que dominan las buenas relaciones y los conflictos naturales que puedan surgir no revisten especial relevancia, han dado toda una lección de paciencia y adaptación al encierro. La sorpresa por la buena aclimatación de los hijos con estas edades ha sido la nota más destacada de los padres de estos menores de 19 años (a esta edad llega la adolescencia según la Organización Mundial de la Salud).
Hemos hablado con seis adolescentes de diferentes familias con este perfil, residentes en barrios distintos de Sevilla y su área metropolitana, cuyas familias tampoco han sufrido problemas económicos sobrevenidos por esta crisis sanitaria ni fallecimientos de familiares. Son familias afortunadas con circunstancias ajenas a las que han registrado víctimas en esta pandemia, o bien un empeoramiento de su situación económica o problemas de convivencia agudizados.
El denominador común de los adolescentes consultados es que han sorteado con estoicismo el inconveniente de no poder salir a la calle ni verse con sus amigos, un grupo esencial en esta etapa de desarrollo. Contra todo pronóstico, la mayor parte de estos menores han aprovechado la reclusión para aprender cosas nuevas, adquirir nuevas habilidades y ayudar más en las tareas del hogar.
En Sevilla Este, Genaro (un pseudónimo), hijo único, buen estudiante y buen lector de 15 años que serán 16 en pocos días, se ha entregado con su grupo de amigos al aprendizaje del esperanto, esa lengua internacional ideada para hacer posible la comunicación entre todos los pueblos, que cuenta con organizaciones de adeptos en todo el mundo y multitud de cursos on line. Para satisfacción de sus padres, ha empezado a colaborar a diario en esas ingratas y repetitivas tareas de la casa que se hacen más llevaderas cuando todos ayudan: lavar los platos, tirar la basura, hacer la cama y ordenar el cuarto.
Lo que peor ha llevado, aparte de la preocupación por la salud de sus familiares más mayores, es la inquietud que le generaban las malas noticias del virus, la incertidumbre sobre cómo continuarían sus estudios y el cambio de ritmo de su jornada, que empieza con deberes a eso de las diez y media. La preocupación le ha causado algunas noches de insomnio. Otro punto negativo del confinamiento ha sido el verse rodeado permanentemente de personas en la casa acostumbrado como estaba a su espacio durante las horas en las que esperaba que sus padres volvieran del trabajo. Su solución: salir a tomar el aire aunque fuera al descansillo del bloque, y moverse un poco escaleras arriba y abajo.
En la Macarena, Clara, de 17 años, buena estudiante y muy familiar, cuenta que el mejor balance del confinamiento ha sido pasar mucho tiempo con todos sus hermanos, incluido el que faltaba de casa al estudiar fuera, y las tardes con juegos de mesa. Se lleva varios aprendizajes: ha preparado nuevos postres con su madre y dedicado más tiempo a cocinar. En las tardes libres sin clases on line de 8:30 a 14.30 ha leído muchísmo y ha visto series de televisión. Elogia a sus profesores y a su tutor por el gran esfuerzo que están dedicando a los alumnos en estos meses.
Lo que peor soportó al principio del encierro fue no poder abrazar a sus abuelos ni a sus amigas, por más que se conectaran por videollamadas. Clara destaca que el apoyo de sus padres y hermanos ha sido clave para sobrellevarlo todo bastante mejor, y actualmente está contenta. El insomnio no le afecta, aunque sí el sueño ligero de madrugada y que le cuesta ponerse a trabajar más que normalmente.
En Nervión, más cerca ya de la Cruz del Campo, Javier, de 17 años, espabilado y buen deportista que avanza en los estudios con resignación, confiesa que ha estado “encantado” en el confinamiento y mucho más relajado que de costumbre, pese a su gran afición a salir a la calle con los amigos. También ha ayudado más que antes en las tareas de la casa (limpiar y ordenar los cuartos, y en la cocina) y se lo ha pasado en grande dedicando largas horas del confinamiento a charlar con su padre de política, cuestión que hasta ahora no le había interesado.
En el lado negativo, la pereza y la desmotivación que le invadían para trabajar y practicar deporte, una desgana derivada de las pocas horas de sueño que quedan al acostarse tarde viendo películas en Netflix.
En el centro de la ciudad, Eduardo, de 14 años y buen estudiante, le ha cogido el gusto a disfrutar de la casa sin necesidad de salir a la calle, en ese universo y mundo propio que es estar en su cuarto con su música. Ha echado de menos sus partidos de fútbol y los paseos con sus amigos. Le ha costado trabajo mantener la motivación para trabajar a diario en las tareas del colegio y continuar las clases de inglés. Las tardes las ha dedicado a jugar a la play con sus primos y amigos, y por la noche a ver las series de la plataforma de vídeo bajo demanda Netflix.
En el Aljarafe, Luis, de 16 años, ha intentado llevar con el mejor ánimo posible la situación. Ha aprovechado estos meses para aprender a tocar la guitarra, y saber cómo cocinar un buen bizcocho con su madre. Confiesa que ha ayudado más en las tareas de la casa que de costumbre. La familia ha establecido turnos con los dos hijos para recoger la cocina a diario. Otro aspecto que ha valorado del encierro es el tener a su padre y a su madre con ellos muchas más horas que de costumbre.
En el lado menos positivo, Luis admite que ha estado aburrido e inquieto por la saturación de deberes, por la imposibilidad de salir a hacer deporte varios días a la semana (jugar al fútbol) y por no poder estar con sus amigos. Necesitaba más que las videollamadas con la pandilla de dos a tres veces a la semana. Su vía de escape ha sido el patio y sacar a pasear al perro.
En la misma familia de Luis, su hermana Lucía, de 17 años para 18, buena estudiante, ha sentido verdadero agobio por la interrupción de las clases justo en el año en que tiene que examinarse de Selectividad. Su inquietud ha estado vinculada sobre todo a esta preocupación y a no saber qué va a suceder con sus estudios y sus clases. De ahí que no haya conciliado bien el sueño. Por lo demás cuenta que el confinamiento ha sido mejor de lo que imaginaba.
Reacción ante las muertes
La desgracia de los miles de muertos en España que ha causado el coronavirus y la saturación de malas noticias en el telediario ha sido insorportable para algunos de los adolescentes consultados y otros admiten que les resultaba tedioso y aburrido ver el telediario día tras día. Detrás de estas actitudes hay una dificultad para gestionar emocionalmente esta realidad.
Según la pedagoga y antropóloga Cosette Franco, claro que estas muertes les afectan pero no saben manifestarlo. Al hecho de que nos falta una educación emocional se suma la incoherencia de nuestra sociedad, ya que se está diciendo desde el principio que “todo va a salir bien” cuando está muriendo muchísima gente, lamenta.
De los adolescentes consultados, unos han estado muy atentos a las noticias, que le generaban inquietud. Otros han tenido que apagarlas en la televisión: “me afectan mucho por el temor de que en la familia puedan coger el virus”. Otros no le han dado trascendencia a las muertes porque “hasta que no lo vivimos no nos afecta”.
“Los miles de muertos me impresionan, pero no lo suficiente. No me asusta el virus por mí sino por mis abuelos y familiares”, declara alguno. La reacción casi general de todos es no escuchar ya el telediario; les satura oír siempre las mismas noticias.
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