Historia de dos escaleras
Hermandades de Sevilla
El Rocío deja estampas rústicas en Sevilla y hace de Villamanrique ciudad de tránsito de los peregrinos.
Sevilla se engalana con aires de pueblo y Villamanrique toma rango de capital. Entre la ciudad y el municipio distan algo más de 56 kilómetros. El buscador Google especifica que se tardan tres cuartos de hora en coche (en caso de que el conductor no se encuentre con una caravana de carriolas por las carreteras convencionales). Cuarenta y cinco minutos entre la alegría de unos peregrinos recién acicalados y la emoción concretada en siete escalones.
En ambos lugares es día de escalinatas. En la capital la elegancia jalona cada peldaño que separa la puerta del Salvador de una carreta de plata. El Simpecado en el dintel. Se hace el silencio de los momentos importantes. Se acalla la plaza. Sólo el frío se cuela entre el bullicio. Un vientecillo gélido que hasta se escucha. Suena la marcha real. Llega el momento de los vivas. Luego los pasodobles de la banda militar se confunden con las sevillanas. Los presentes prestan cada oído a una melodía distinta. Uno para el Soldadito Español y otro para la letra que entona un grupo de jóvenes: "Iglesia del Salvador, que repiquen tus campanas, que la Hermandad de Sevilla sale a media mañana".
Son las nueve cuando comienza a discurrir todo. Caballistas y peregrinos bajan por Entrecárceles. Aquello es un desfile de moda flamenca. Auténtico Simof al aire libre. Pasarela de estilismo en la que no pueden faltar las patillas perfectamente perfiladas de esos peregrinos que nada dejan en aras de la naturalidad. La Plaza del Salvador presenta una imagen distinta. Este año no hay más carreta de bueyes que la del Simpecado. Las otras 12 esperan en la de la Virgen de los Reyes, a los pies de la Giralda.
Esta novedad -no exenta de crítica por parte de los rocieros de Sevilla- es la pincelada idónea para configurar una escena propia de García Ramos. Costumbrismo captado en el objetivo de las decenas de turistas que a esa hora tempranera deambulaban por el centro de la ciudad. Cara de extrañeza en algunos, rostro de alegría en otros. Estos últimos se llevan la imagen preconcebida que tienen de Sevilla: flamencas, baile y cante.
La bulla se hace delante de la carreta de plata. Los miembros de la junta de gobierno apremian desde sus caballos a aligerar la marcha. No hay prisa en este jueves de mayo. Para contagiarse de la alegría es necesario cangrejear delante de la carreta, dejarse pisar por aquellos que preñan el aire de cantes mientras se esquivan veladores y sillas de los bares de Alemanes poblados a todas horas por turistas. Así lo hacen Carlos y Nacho. El primero vivió en Sevilla y ahora lo hace en Madrid. Peregrinó muchos años con el Salvador, su hermandad, una vinculación de la que hace gala allí delante y en las redes sociales: "Mi carreta de plata no tiene comparación". Nacho, por su parte, es granadino y en los últimos años ha cursado un máster rociero. Cada vez que la Blanca Paloma sale, allí está él.
La comitiva llega a la Plaza del Triunfo. Ofrenda floral en la Casa de la Provincia. Antes la hubo en el Ayuntamiento. Ramos que se confunden con las buganvillas, amapolas, margaritas y lirios que exornan el Simpecado. De todo ello da cuenta Lola García, que hace su primer camino de casada junto a su marido, Manuel. Una luna de miel en versión rociera.
Sevilla se marcha dejando en el aire de la ciudad el eco de los cohetes. En El Porvenir también hubo despedida. Sevilla-Sur estrenó día de salida. Otra novedad fue la de la Hermandad Castrense, la nueva filial que visitó el cuartel de la Guardia Civil en Eritaña y la sede de las Fuerzas Terrestres en la Plaza de España. Hoy hará el camino desde Almonte.
Pero si estos días hay una capital en el camino de las hermandades sevillanas, ésa no es otra que Villamanrique de la Condesa. La Antigua Villa de Mures está de aniversario. Dos siglos desde que amadrinara a su ahijada Triana, germen del paso de las hermandades por este pueblo al que los rocieros de Coria llaman "cancelín de la gloria". Hace 200 años Mairena del Aljarafe no iba al Rocío, pero sus peregrinos se saben al dedillo la lección, quizá, porque aprendieron de Villamanrique cómo ser buenos rocieros: "Benditos siete escalones, donde los bueyes se arrodillan y se clavan los corazones. Benditos siete escalones, que llevan 200 años repartiendo bendiciones".
Sevillanas para una efémeride con origen en la cava. Fue en la calle Castilla donde vivían Francisco Antonio Hernández y María del Carmen Tamayo, un matrimonio manriqueño que sin pretenderlo mudó la piel a la romería. Fueron ellos los que solicitaron a la primera y más antigua hermandad que amadrinaran a los peregrinos del arrabal en junio de 1813. Ahí empezó este tránsito declarado Fiesta de Interés Turístico de Andalucía, aunque a los rocieros nunca les hizo falta esta denominación: Villamanrique es pilar y parte fundamental de esta fiesta.
Eso es lo que hay. Y así lo ratifican los rocieros de Mairena del Alcor, en la que una jauría de manos logra que la carreta alcance el dintel de la parroquia. Maestría de gente de campo que cada Pentecostés resucita en este enclave. Estampas de autenticidad. Un buey que intenta escapar de la yunta. Espectadores que salen en estampida ante las coces del animal. Peregrinos que ayudan al boyero a juntar las reses. Adiestramiento que acalora los aplausos. Ni el viento gélido que sopla decae el ambiente. Añoranzas del Rocío que nunca debió perderse.
Jueves de mayo. Una ciudad con aires de pueblo y un pueblo que se hace capital. Peldaños del Salvador y Villamanrique. Cuánta historia en dos escaleras.
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