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Relevo. Esperanza Alcaide, la librera de la calle Feria, se da de plazo hasta el 28-F para encontrar alguien a quien le traspase la librería o cerrar un foco que abrió en febrero del 95

Esperanza Alcaide, en la librería El Gusanito Lector con las estanterías medio vacías. / Juan Carlos Vázquez

LÍMITE 48 horas es una película de Walter Hill y una campaña de El Corte Inglés. Es el plazo que se ha dado Esperanza Alcaide (Sevilla, 1956) para traspasar la librería El Gusanito Lector o apagar definitivamente la luz de un faro cultural que abrió el 28 de febrero de 1995. “Sale más barato traspasar mi librería que montarla nueva. No es una frase. He hechos los cálculos”.

Librera de vocación, el infortunio podría privarla de celebrar sus bodas de plata. La próxima Madrugá, cuando pasen los armaos por la calle Feria no van a poder hacerse con la trilogía de Trajano de Santiago Posteguillo. Esquina a Alameda de Hércules.

La librera de Feria es la presidenta de la Feria del Libro de Sevilla. Fue la encargada de la librería del VIPS cuando llegó a República Argentina, después de unos meses de fogueo en Madrid en los que alguna vez vio a Alberti entre los libros. Ese tiempo coincidió con la muerte de Borges y, sobre todo, la de José Alcaide, su padre, panadero de Arahal, hombre de convicciones que le contagió la pasión por la lectura. El pan es un fetiche proustiano.

Empezó en los impares de Feria. “Como no tenía dinero para montar una librería, vendía prensa y revistas y fui metiendo poquito a poco los libros”. Se pasó a los pares, a Feria 110, con la mediación de “un mecenas casero”. La escalera que daba a la sección infantil la diseñó Enrique, su compañero. Hizo de los escritores del barrio autores del universo: José María Conget, Paco Gallardo, Antonio Rodríguez Almodóvar, Fernando Mansilla, Carlos Wamba, Jesús Carrasco...

La crisis, esa realidad que apareció como una ficción, llamó a su puerta. “Cuando lo tenía todo pagado, apareció la crisis y por mi conciencia de izquierda, me arruiné”. No tuvo que despedir a nadie, “una que trabajaba conmigo aprobó unas oposiciones para psicóloga en la Junta de Extremadura, otra tuvo un niño y trabajaba en su casa de traductora”.

Esperanza se llama como su madre, de la que cuidó sus últimos años. El Lunes Santo, 15 de abril, hará un año de su muerte. “Pensaba que el trabajo me ayudaría a sobrellevar el duelo, pero fue una pérdida terrible. Le perdí el pulso a la librería, que entiendo como una manera de ser. Una librería no es sólo vender libros, el mejor arma que le puedes poner en las manos a un ser humano, un arsenal de palabras”.

Pasó la crisis, la muerte de su madre, y aparecieron las dolencias cardiacas. “El cardiólogo me dijo que tenía que parar. Haciendo yoga, me dio una angina de pecho”. Tres flechas se le clavaron en el corazón, dos de ellas tienen solución quirúrgica.

Fue cuando empezó a pensar en alguien que se asociara con ella. Dio con la tecla. “Una vecina de la calle Feria, que aprecia el mundo de la cultura, con trabajo fijo y las tardes y los fines de semana libres”. Cuando iban a firmar, a su socia le dio un doble desprendimiento de retina. Esperanza envió un sos en forma de correo electrónico que se hizo viral. “Tenía dos entrevistas cada día”. Casi un cuarto de siglo no lo puede tirar por la borda. “Las cosas no son gratis; el que venga tiene que pagar los papeleos, los meses de fianza, el mobiliario, la licencia de apertura y esperar a que entre la gente. Le dejo un negocio que lleva 24 años funcionado, totalmente instalado”.

Hay librerías míticas como Repiso, en la calle Cerrajería, que cerró y ahora es una tienda de moda y complementos. “No es comparable. El Gusanito es la única librería que hay en la zona norte de la ciudad. De la Ronda de Capuchinos al río, del cementerio a las Setas, no hay otra”.

En tiempos trabajó para SM en campañas de animación a la lectura en los colegios. Es un vehículo fundamental para el sentido crítico “pero las autoridades no se pueden mojar porque todo el mundo necesita ayuda. Tiene que ser una cosa privada”.

Hay dos personas interesadas “pero los días se vienen encima”. Su 28-F no sería una fiesta, tendría aires de funeral. Con las estanterías casi vacías, parece que ha pasado por Feria el estigma de Farenheit 451. “Intento pasear, mirar escaparates, ver series. No soy capaz de leer un libro, porque no me concentro”. Entre la churrería la Esperanza y los marcos de Marcelo Culasso, es un clásico de Feria con parada de autobús.

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