"Lo de la Gavidia fue peor que las 'setas', la gente entonces viajaba menos"
Los invisibles · Ramón Montserrat
Cruzó el Rubicón de los 80 y sigue trabajando. Su comisaría de la Gavidia se declaró objeto de protección. Se formó en ideales de la Bauhaus y los aplicó a bodegas y almazaras.
Asus 81 años, hay dos cosas de las que Ramón Montserrat (Barcelona, 1929) no puede prescindir: jugar al tenis y seguir proyectando edificios.
-¿Qué arquitectura hace ahora?
-Hemos hecho en los últimos tiempos colegios, es lo que menos ha sufrido la crisis. Y dos manzanas en Pino Montano de Envisesa.
-¿Cuándo llega a Sevilla?
-En 1956, para dos obras pequeñas. Si hubiera venido ahora, no me habría quedado. Me gustaba más entonces. Aquí había muy pocos arquitectos y se trabajaba de un modo muy artesano.
-¿Dónde está su primer estudio?
-Frente al Coliseo y Hacienda. En 1962 contraté ingenieros industriales para formar un equipo multidisciplinar. Recibíamos muchos encargos de industrias derivadas del olivar y del vino.
-¿Arquitectura de autor o de equipo?
-En 1964 fundamos Arquinde. Llegamos a ser 80 personas. No había un equipo igual en toda España. Abrimos oficinas en Madrid, Málaga y Jerez, donde hicimos muchas bodegas. Ningún arquitecto importante tenía un estudio como ése. Fuera de España, Norman Foster sí tiene un equipo de más de mil personas. Mi modelo de arquitectura era el de equipos como los norteamericanos Skidmore, Owings & Merrill o los ingleses de Preston BDP.
-¿Sonaba la palabra crisis?
-Llegó en 1975. Coinciden la muerte de Franco, la caída del mercado del petróleo. Y nosotros nos habíamos metido en inversiones, en proyectos y nueva sede.
-¿Vivieron la normalización política y económica?
-Después de esa crisis, empiezan a aparecer perturbaciones en el personal. La empresa no lo soportó porque no había unidad de criterio. Había dos conceptos: un concepto de empresa, yo nunca quise ser empresario, y un concepto de equipo. El que defendíamos Alberto Donaire y yo, que nos fuimos. Se nos unió Pablo Canela.
-¿Construir era constructivo?
-Era muy difícil porque la profesión de arquitecto y de ingeniero en España eran muy dependientes de los colegios. El Colegio controlaba mucho al profesional, lo hacía por su bien, pero como profesional individual. En cuanto aparecían equipos que parecían controlar o dominar al profesional, los colegios saltaban.
-¿El equipo funcionó?
-Todo fue muy bien mientras estábamos todos muy de acuerdo, todos muy jóvenes, subiendo.
-¿Cómo aceptó la ciudad su comisaría de la Gavidia?
-Fue incluso peor que ahora con las setas, porque hoy la gente está acostumbrada a viajar, a ver cosas distintas. Acabé enfrentado con la Policía, porque el proyecto salió inacabado, y con Sevilla. Decían que era una monstruosidad.
-¿Quién se lo encarga?
-Un inspector de Policía que estudió Arquitectura en Barcelona, un curso anterior al mío, dio mi nombre. Era 1961. Yo estaba muy ocupado haciendo la Central Lechera de Sevilla. Fui a hablar con Felipe y Rodrigo Benjumea, y parte del proyecto lo hicimos en su estudio de Otaysa. La dirección de obra la llevó Jaime López de Asiain.
-No estaba aún El Corte Inglés...
-No. Todavía estaba el palacio de Sánchez Dalp.
-¿Le dejaron vía libre?
-La renovación de las comisarías formaba parte de un intento de modernizar el Régimen. Me reuní en la calle Monsalves con el jefe de Policía de Sevilla. Un hombre muy agradable. Su hijo estaba estudiando Arquitectura. Me dio una lista de necesidades. No era nada siniestro, había gente que podía pensar en una checa. Había sus calabozos. Normal.
-Allí pasaron una noche Felipe González y su entrevistador, el periodista Juan Holgado Mejías.
-Lo sé. Yo le dije a la Policía que en Sevilla los sótanos siempre han sido muy insalubres y propuse hacer los calabozos en la última planta. No me hicieron caso.
-¿Asume ese edificio?
-La propuesta era lo que había deseado hacer toda la vida. Como alumno sintonizaba con el Movimiento Moderno, lo que hacían esos arquitectos alemanes de la Bauhaus que se fueron a Estados Unidos. Era un edificio que tenía muros-cortina, o sea, fachadas de cristal, que eran una novedad en España. Pero se hizo con muchas prisas y sin maqueta.
-¿Ha sido su cliente más difícil?
-Tuve una conversación muy desagradable con Arias Navarro en su despacho de la Dirección General de Seguridad. Cuando les mandé los honorarios, no me los aceptaron. Es de las obras de las que más descontento quedé. El proyecto, sin embargo, creo que era interesante; de hecho, ahí está, y se quiere conservar.
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