La ventana
Luis Carlos Peris
Perdidos por la ruta de los belenes
"Centro de tortura de la Gavidia". Así piensa Jaime Baena Abad que debería llamarse la antigua comisaría del centro de Sevilla. De joven, cuando trabajaba en Hispano Aviación, fue detenido por propaganda política y conducido hasta estas instalaciones, que funcionaron como Jefatura policial hasta 2003 y que lleva ya tres lustros abandonada.
El sindicato CCOO desarrolla, con el apoyo del Ayuntamiento de Sevilla, un proyecto para recuperar la memoria de este edificio cuyo futuro uso lleva décadas en al aire. Esta semana el gobierno local ha fijado unos criterios para que en la licitación que se haga, un trámite aún pendiente de una modificación urbanística, se prime el respeto a la memoria histórica que encierra este inmueble. ¿Cuál esa historia?
Entre sus muros hay sevillanos que siguen escuchando los alaridos de dolor, el que sufrían cuando les pateaban o golpeaban su cara contra los archivadores de metal. Ramón Sánchez Silva, detenido en varias ocasiones por actividad sindical cuando trabajaba en Hytasa, refiere cómo le desencajaron la mandíbula sin ni siquiera llegar a interrogarle. A Curro Rodríguez Martín, administrativo y detenido también allí por militancia política, le llegó incluso a exudar pus de los testículos.
Gritos y mucho silencio. Sepulcral. El de los fríos y mugrientos sótanos donde estaban las celdas en las que muchos, veinteañeros entonces, enmudecían de terror. Es el caso de María del Carmen Vázquez Pérez, que trabajaba en el textil y fue detenida también por actividad sindical. Ella, como Charo Núñez Aguilar, un ama de casa que fue detenida por militancia política, recuerdan cómo el miedo les ha acompañado desde entonces.
Fátima Carrillo Perea, trabajadora de la sanidad que fue en su día detenida por militancia política, asegura que al entrar allí tuvo la sensación de que podía desaparecer, como Curro Rodríguez, que recuerda cómo su madre se enfrentó al comisario Beltrán. Carrillo dice que era "como lo que contaban de los nazis". No se le olvida el ruido de la manguera de gas golpeando el suelo, que a veces le tocaba de lleno. Kechu Aramburu, que era estudiante cuando fue detenida por militancia política también, asegura que aquellos policías eran "como los de las películas, pero más, porque no simulaban nada, te odiaban de verdad".
Cuando estaban en los sótanos, donde aún se conservan tres celdas con un poyete que servía de camastro para dormir, se les encogía el corazón al oír el timbre que alertaba que alguno subiría para seguir siendo interrogado. Las palizas eran una barbaridad, según recuerda Francisco Sánchez Legrán, que fue detenido en varias ocasiones, cuando trabajaba en CASA, por actividad sindical. "En las paredes había manchas que yo presumo que eran de sangre, pero lo mismo era pintura, y que daban una sensación de absoluta impunidad, que era lo que pretendían para que nos derrumbásemos", apunta.
Pero muchos resistían. Se marchaban a las 72 horas y seguían con su lucha. A Curro Rodríguez le encantaría ser uno de los que aprieten el botón para explosionar el viejo edificio y acabar con él, pero en vista de lo que allí sufrió su deseo es que se convierta en un museo de la memoria histórica. Lo mismo que opinan todos los que participan en esta documental realizado por CCOO. Jaime Baena incluso dejaría intacta alguna sala de detención donde, insiste Sánchez Legrán, no se doblegó la libertad del pueblo.
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