La Feria de Sevilla en la Exposición Iberoamericana (1930)
Tribuna
Las lluvias de aquel 22 de abril condicionaron que la esperada feria de la Exposición Iberoamericana, que como la Semana Santa fue la de 1930, hubiera de ser aplazada in extremis, del sábado 26 al miércoles 30 de abril.
Meses atrás, el 6 de diciembre de 1929, siendo director de la Exposición José Cruz Conde y habiendo ya sido aprobada por el Gobierno la prórroga de seis meses para la Iberoamericana, se reunió en el hotel Alfonso XIII, con Carlos Cañal como presidente accidental, una comisión mixta del Comité Permanente del certamen y representantes de la Corporación Municipal de Sevilla bajo la Alcaldía de Nicolás Díaz Molero. A pesar del esfuerzo que conllevaría, a fin de aprovechar el ambiente festivo de la ciudad y la llegada de turistas, esta acordó celebrar la feria de forma inmediata a la Semana Santa, del 23 de abril (miércoles de la Octava de Pascua), al 27 del mismo (Domingo II de Pascua) y dentro del recinto de la Exposición, en terrenos del Sector Sur en vez de en el Prado de San Sebastián.
El compromiso se mantuvo pese a los cambios que la dimisión de Primo de Rivera conllevó en la gestión de la Exposición (desde el 20 de febrero presidida por Carlos Cañal como Comisario Regio) y del Ayuntamiento (desde el 3 de marzo con Antonio Halcón Vinent como nuevo alcalde). Ante la incertidumbre reinante, el delegado de Fiestas y Festejos de Ayuntamiento de Sevilla, Miguel Bermudo Barrera (1887-1968), veinticinco días antes de la fecha prevista hubo de declarar en la prensa local que la feria se desarrollaría según lo previsto a pesar de la lejanía del recinto ferial, la corta asignación presupuestaria para dotar los terrenos de la infraestructura necesaria y para montar las casetas y las restantes instalaciones, argumentos que algunos colectivos esgrimían en contra de no celebrarla en la Pasarela.
El repentino aplazamiento
En Semana Santa, se intensificaron los preparativos y la prensa publicitó las tarifas de transporte al recinto ferial dispuestas por la Delegación de Tránsito Rodado del Ayuntamiento y las de suministro eléctrico provisional. El martes 22 de abril, el día antes de la inauguración, un fuerte temporal dañó los adornos que aún se estaban ultimando, y también a la instalación eléctrica, las casetas y el pavimento del recinto, que se convirtió en un barrizal.
En la mañana del 23 el pleno municipal aprobó la moción de urgencia presentada por Bermudo para retrasar el inicio de la feria al sábado 26 y su conclusión al miércoles 30; no así la feria de ganado por haber otras convocadas en otras localidades. En contraprestación a los eventos dispuestos para esa jornada, se prepararon unas reuniones sociales en el Casino de la Exposición y en el Hotel Alfonso XIII, y, para atender a los turistas que fueran al real se acordó permitirles el acceso a algunos establecimientos del Sector Sur.
Por lo precipitado de la suspensión, que no se hizo pública hasta medio día, y a pesar de estar lloviendo aquella mañana, hubo bastante público en el recinto, viandantes, caballistas y personas en automóviles. La misma Familia Real, cuyos miembros, salieron del Alcázar a las once de la mañana por diferentes medios: el Rey (acompañado de su mayordomo mayor, el duque de Miranda, Luis María de Silva y Carvajal) y el infante don Jaime, en sendos autos y la Reina y las infantas doña Cristina y doña Beatriz de corto y a caballo, con la duquesa de Aosta, el duque de Spoleto y los marqueses de Carishrooke. También el presidente del Gobierno, el general Berenguer, que había llegado esa mañana a Sevilla para disfrutar de cuatro días de feria.
Pese al aplazamiento, se celebró la corrida de toros de Guadalest en la Maestranza porque los diestros, Antonio Márquez, Marcial Lalanda y Manolo Bienvenida, tenían las fechas comprometidas. Por la lluvia, tres toros quedaron en los chiqueros; fueron sacrificados en los corrales y su carne se entregó en establecimientos benéficos de Sevilla. Sin embargo, Ramón Carande, rector de la Universidad de Sevilla, volvió a declarar lectivos los días 23, 24 y 25, pasando las vacaciones al lunes 28, martes 29 y miércoles 30 de abril.
El recinto ferial en el Sector Sur de la Exposición
El recinto ferial se abría en la avenida de Venezuela (hoy Reina Mercedes), detrás del Barrio Moro (a la altura de la actual calle Profesor García González); allí se instaló un “arco artístico luminoso” a modo de portada, con cuatro vanos, dos arcos centrales de mayor altura y sendos arcos adintelados a los lados. Más de 61.000 bombillas se emplearon para iluminar, además de la portada, los numerosos arcos voltaicos de la avenida, los farolillos y faroles a la veneciana, y los hierros de ganaderías con divisas (al decir de la prensa “un detalle de sumo gusto”) que adornaban la avenida.
En la acera Este de la avenida, donde hoy están los bloques de viviendas que dan frente a la fachada de la Facultad de Biología, se emplazó la calle del infierno. A partir de ella, y hasta la actual Glorieta de Heliópolis (hasta la actual avenida Padre García Tejero) estaban las casetas impares y en el otro lado de la avenida, pasado el Pabellón de Maquinaria, las pares. El solar entre las casetas impares y la actual avenida de la Reina Victoria (la Palmera) se dedicó a la feria de ganado. Entre la Puerta de la Reina Victoria, la popular Puerta de la Botella (así conocida por el Pabellón de Codorniú) y la avenida de Venezuela se instalaron unos ochenta puestos de juguetes, turrones, buñuelos y carruseles.
El paseo de carruajes se iniciaba en la Puerta de la Botella; seguía a lo largo de la avenida de Venezuela, y salía al final de ésta por la cancela que al final de la avenida separaba el recinto de la Exposición de los Hoteles del Guadalquivir; después continuaba por la avenida Reina Victoria para volver a entrar por la puerta de la Botella. Los automóviles podían circular por el recinto, aunque por la estrechez de la avenida de Venezuela, sólo se permitían dos filas de coches de ida y dos de vuelta. Para garantizar la asistencia al real el acceso al recinto de la Exposición era gratuito y la Delegación de Tránsito Rodado del Ayuntamiento promovió el transporte público, revisando las tarifas de las paradas para los servicios de taxi (60 y 80 céntimos por persona), autobús (75 y 40 céntimos); el tranvía (15 y 20 céntimos) y el trenecito (30 y 70 céntimos); este, que funcionaba de nueve de la mañana a dos de la madrugada, fue el vehículo estrella.
Las principales casetas
La caseta municipal, que se instaló en el edificio del Campo de Polo, estaba adornada con tapices, “magníficos” al decir de la prensa; debían ser sargas pintadas. Aquel año, el Círculo Mercantil, no montó caseta. Sí el Labradores, que presidía el propio alcalde; esta caseta, una de las más señoriales, era célebre por sus fiestas con cuadros flamencos y de orquestas, como la del día 28 en la que estuvieron los Reyes con sus hijos, y en la que actuó el maestro Otero. También, la caseta del Círculo Sevillano, presidido por Tomás Ybarra, que en la noche del domingo 27 organizó una fiesta que contó con la presencia de Sus Majestades.
La Reina y sus hijos visitaron también la famosa caseta de la peña humorística Er 77, cuyo presidente Luis Martínez Vice (“marqués de las Cabriolas”), el “cónsul de Ayamonte” y algunos otros miembros les ofrecieron unas copas de vino; dicen que estuvo animada incluso los días que por la lluvia y el frío, el lunes y el martes, hubo poco público.
La caseta de la Prensa llamó poderosamente la atención porque en un pequeño espacio tenía reproducciones de la Giralda, la Torre del Oro, la Plaza de España y la de América, realizadas por el escenógrafo Tadeo Villalba, que trabajaba para las cabalgatas de la Exposición. También la de los funcionarios de la Exposición, por el “gusto” de su decoración y su pianillo de manubrio.
Una feria de tiempo variable
La feria comenzó bien. El tiempo acompañó salvo el lunes, en que alternaron chubascos y claros e hizo frío, y sobre todo el martes, un día de lluvia continua, que obligó a suspender la corrida y a aplazar la Romería de Quintillo, que debía atravesar el real. Los días más animados fueron el sábado 26, el domingo 27 (en que se hizo difícil transitar), y el último día, el miércoles 30, el real estuvo a rebosar y el público pareció desquitarse; narran las crónicas que el paseo de caballos estuvo especialmente concurrido y que tras la corrida, la mejor de la feria, hubo un magnífico paseo de coches de caballos que, “en apretadas filas”, marchaban lentamente desde la Glorieta de Méjico hasta el Estadio, transportando “bellas mujeres adornadas con mantillas”.
La prensa habla la animación del real, del Parque de Atracciones con largas colas en la Montaña Rusa (donde hasta la Reina, los infantes y sus acompañantes se montaron) y en el Water Chute; del ambiente en las casetas, el paseo de caballos, los puestos de buñuelos... Aunque el público dejaba el real hacia la una de la madrugada, el domingo lo hizo a las tres y el miércoles, bien entrada ésta.
Personalidades en el Real
La reina Victoria Eugenia fue la principal protagonista de aquella feria. Con sus hijas las infantas doña Beatriz y doña Cristina, y otros acompañantes (entre ellos, el marqués de Tornero y el señor Gamero Cívico), formó parte del paseo de caballos todos los días, saliendo del Alcázar a las once de la mañana y volviendo a éste a la una para comer. Estuvo también algunas tardes. Las imágenes nos la muestran paseado entre charcos de agua, recibiendo una copa a la entrada de algunas casetas, viendo bailar a los feriantes, montada en la Montaña Rusa, en las corridas de la Maestranza con sus hijos y en alguna con los infantes don Carlos y doña Luisa; fue a todas, salvo a la del martes que se suspendió por la lluvia. Tampoco a la novillada del domingo, pues prefirió dar un paseo en automóvil con doña Cristina por la carretera de Alcalá de Guadaíra.
La prensa se hizo eco de aquellas imágenes. El último día, el 30, la Reina quiso aprovechar la jornada y, tras los toros, volvió con sus hijos al recinto, donde se quedaron hasta las ocho, en que volvieron al Alcázar. Después de la cena, ya no salieron. El Rey, apenas apareció por el real; cuando lo hizo fue en coche y acompañado por su mayordomo mayor, el duque de Miranda. Aquellos días estuvo sobre todo en el Club de Tiro de Pichón de Tablada y entre sesiones de tiro, gustaba de ir a comer a la Venta de Eritaña; otros días optó por visitar los pinares de Oromana, las Ruinas de Itálica, explotaciones de algodón…
El infante don Jaime iba a la feria en automóvil (a veces acompañado de los marqueses de Carisbrokke). Cuando no volvía a comer al Alcázar, lo hacía en el Campo de Golf de la Exposición; solía ir a los toros y, antes de regresar a cenar, tomaba el té en el Hotel Alfonso XIII.
El presidente del Consejo de Ministros, el general Berenguer, conde de Xauen, llegó a Sevilla el miércoles 23 para pasar cuatro días de feria, que por el cambio de fechas se quedó en uno; los ministros de Economía (Julio Wais San Martín), Estado (el duque de Alba) y Fomento, (Leopoldo Matos Massieu), con su esposa. También vino a la feria el embajador de España en París, Quiñones de León y Alfonso Costa, ex presidente del Consejo de Ministros de Portugal y de la Sociedad de las Naciones, que en plena feria fue homenajeado en el Hotel Alfonso XIII con un almuerzo, por los dirigentes del partido republicano de Sevilla, entre los que se encontraba Martínez Barrio.
Cenas y espectáculos de ambiente andaluz en la noche de la ciudad
Aquellos días, la animación se extendió más allá del real, en el resto del recinto de la Exposición y en la misma ciudad, donde por doquier se respiraba ambiente ferial. Hasta la habitual misa del doce en el Pabellón de Castilla la Vieja y León en memoria de los iniciadores y gestores del certamen ya fallecidos, estuvo especialmente concurrida. Aquel domingo asistieron Miguel Bermudo, teniente de alcalde delegado de Ferias y Festejos, y los hermanos Álvarez Quintero.
Especialmente animadas resultaban las noches. Eran frecuentes las cenas y fiestas flamencas privadas antes de ir al real como la celebrada el sábado en la carabela Santa María, con participación del cuadro de Realito, a la que asistió el infante don Jaime. Para los foráneos que volvían de la feria, los hombres de smoking y las damas con mantón, lo más chic eran los bailes de gala del Casino de la Exposición del sábado 26 y el domingo 27 de una a tres de la madrugada con un espectáculo de sevillanas, flamenco y cante, consomé, caviar, fiambres y consumiciones a la carta.
En todo el Sector Sur, donde la iluminación de las ocho no se cortaba a las nueve sino a las doce, se multiplicaron los eventos; más actuaciones en la Sala de Espectáculos de las Galerías Comerciales Americanas, en la avenida de la Raza; cuadros flamencos animando los restaurantes y fiestas en pabellones, como la del domingo 27 en los jardines de la Taberna la Cruz en honor a los congresistas de la III Conferencia Anual del Rotary Internacional, que se inauguró aquella mañana en el Alfonso XIII, en la que participaron la pareja de los Gómez Ortega.
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