1570, Felipe II visita de incógnito a Argote de Molina
El Rastro de la Historia
El 1 de mayo de 1570, y tras pasar revista a la flota que estaba a punto de partir a las Indias, Felipe II inició la que sería su única visita a la ciudad de Sevilla por la entonces llamada Puerta de Goles, que a partir de ese momento pasó a denominarse Puerta Real. Sobre esta viaje del Rey Prudente dejó una prolija descripción el humanista Juan de Mal Lara, nombrado cronista oficial de un acontecimiento en el que la ciudad se volcó con entusiasmo. Los fastos celebrados estuvieron a la altura de la muy novelera ciudad de Sevilla. Sin embargo, hoy queremos traer a este Rastro de la Historia una anécdota íntima de aquel acontecimiento: la visita de incógnito que realizó Felipe II a una de las casas más fascinantes que existían en la Sevilla del XVI. Nos referimos al palacio-museo de Gonzalo Argote de Molina, un auténtico gabinete de maravillas que se ubicaba en el entorno de la calle que hoy lleva su nombre.
Aunque, incomprensiblemente, en Sevilla se suele recordar con más entusiasmo el decadente siglo XVII -quizás por ese gusto barroco que sigue permaneciendo en el paladar de la ciudad-, lo cierto es que la gran centuria de su historia fue el XVI, cuando se convirtió en el centro del comercio con las Indias y del humanismo hispánico, con nombres como Benito Arias Montano, Nicolás de Monardes, Hernando Colón, el mismo Argote de Molina y un largo etcétera. En general, este extraño olvido o ninguneo lo superó el desaparecido historiador Vicente Lleó Cañal con la publicación, en 1979, de un libro fundamental Nueva Roma. Mitología y humanismo en el Renacimiento sevillano, que todavía sigue siendo esencial para el conocimiento del periodo. En esta obra, que reeditó en 2012 el Centro de Estudios Europa Hispánica, leemos: "La fama del gabinete de Argote de Molina fue tal que, estando Felipe II en Sevilla en 1570, se disfrazó para visitarlo de incógnito, llegando en un coche de caballos que le prestó don Diego de Córdoba."
La tradición de vestirse de incógnito es vieja en la monarquía española y va desde Pedro I hasta Alfonso XII. En unos tiempos en los que apenas había imágenes era relativamente fácil para un monarca pasar desapercibido si así lo deseaba. Pero, ¿qué había en la casa del historiador, humanista, noble y soldado Argote de Molina para que un rey tan grave como Felipe II dejase aparcado su boato con tal de satisfacer su curiosidad? Dejemos que hable Francisco Pacheco, el futuro suegro de Velázquez, quien en su Libro de descripción de verdaderos retratos, ilustres y memorables varones afirma: "un famoso museo, juntando raros i peregrinos libros de istorias impresas y de mano, luzidos i extraordinarios cavallos, de linda raça i vario pelo, i una gran copia de armas antiguas i modernas, que entre diferentes cabeças de animales y famosas pinturas de fábulas i retratos de insignes hombres, de mano de Alonso Sánchez Coello, hazían maravillosa correspondencia". Es decir, un llamado gabinete de maravillas, esos antecedentes de los museos en los que se reunían libros, monedas, armas, piedras raras, animales diesecados, instrumental científico, etcétera. El de Argote de Molina no era el único de aquella Sevilla renacentista y muy conectada con el mundo a través de su puerto (ahí están los de Monardes, Arias Montano, Hernando Colón...); ni siquiera era el mejor, ya que el de la Casa de Pilatos, del linaje de los Enríquez de Ribera, fue, como afirma Vicente Lleó, "el más cumplido ejemplo de coleccionismo". Pero sí fue lo suficientemente atractivo como para que llamase la atención de un Rey que, pese a la mala fama que le otorga esa fake news que fue la Leyenda Negra, siempre tuvo un gran interés por las cuestiones artísticas y científicas.
Dentro de la colección de Argote de Molina destaca, como ya avisa Pacheco, la colección de retratos y fábulas que encargó al pintor Alonso Sánchez Coello -uno de los mejores de su época-, aunque esto fue posteriormente a la visita de Felipe II, en 1571. Las fábulas no se saben cuáles eran, pero entre los retratos, ejecutados en tablas de pequeño formato, figuraban lo más destacados personajes de su época, entre ellos los sevillanos Carlos Negrón, Monardes o Ambrosio de Morales. Como indica Lleó, "el erudito sevillano buscó preferentemente una galería de contemporáneos y, al proclamar su coincidencia con ellos -personajes famosos de las armas, la política o las letras- revelaba casi una conciencia de esprit de corps."
Del Palacio de Argote de Molina y de sus colecciones apenas queda nada, pero permanecerá el recuerdo del emblema de este sevillano que falleció en las Canarias. Lo había mandado pintar en la puerta de su librería y representaba a un águila que compartía su presa con otros pájaros, metáfora de la generosidad que es obligada para los hombres de conocimiento. Uno de los "pájaros" que se benefició fue Felipe II, que Dios tenga en su gloria.
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