Fallece Adelita Domingo, maestra de tonadilleras
Obituario
Nacida en el teatro San Fernando, desde 1964 residía en la Alameda de Hércules.
Se llamaba Adelita por doña Adela, la dueña del teatro San Fernando en el que nació la que sería maestra de tonadilleras Adelita Domingo, que este martes falleció en Sevilla, su ciudad natal y artística, a los 82 años de edad. "Eres tercera columna / presidiendo la Alameda / como una diosa / entre hércules / te adora Sevilla entera". Versos que tenía enmarcados en su casa de la Alameda que adquirió en 1964 y por la que tantas niñas que querían ser artistas pasaron en su aprendizaje.
Clásicos populares. Este epíteto radiofónico resume a esta mujer del pueblo y de sus expresiones más preclaras que se consideró a sí misma una clásica y como tal le declaró la guerra a la vulgaridad. "No me gustan los artistas de ahora, los sistemas de ahora", decía en una entrevista a este periódico en septiembre de 2005, con 75 años.
Doña Adela colocó al abuelo de Adelita de conserje en el teatro donde nacería su nieta. Allí llegó el tramoyista de una compañía madrileña, Antonio Domingo, que se enamoraría de la hija del conserje. Su vida fue puro teatro desde que vino al mundo en 1930. Con ocho años, su madre le compró el primer piano y la llevó a la academia de Ángel Pericet. Con 12 años era una niña-prodigio y con quince se tenía que poner medias para que la respetaran las alumnas, algunas como Paquita Rico mayores que ella.
Se casó en 1954 en el Gran Poder con un soriano que como tantos de aquella tierra se vino a probar fortuna a Sevilla. Reverso de Antonio Machado, esta Leonor era del sur. Su marido fue uno de los fundadores de la Casa de Soria. Quinta columna de la Alameda de Hércules, se integró al paisanaje de un microcosmos que fue cantera de artistas, cuando eran chiquillos esos Manolo Caracol y Chicuelo que ahora cortejan a la Niña de los Peines en el tríptico de estatuas que reinauguraron los ediles Monteseirín -el alcalde que le dio la medalla de la ciudad- y Torrijos con Adelita Domingo sentada en la terraza del Badulaque contemplando la escena con un rictus de escepticismo.
La llamaron de Madrid para montar allí una academia similar. La tentaron del extranjero, pero Sevilla era su ciudad y su destino, y el mundo, que nunca le fue ajeno, le interesó como turista. En su casa de la Alameda guardaba cual tesoros álbumes ordenados cronológicamente de sus viajes por todo el mundo: de los fiordos a Tailandia, de Jordania a los Países Bajos. Siempre con su cámara de fotos. Viajó primero con su marido y cuando enviudó empezó a hacerlo con su tía y finalmente en solitario.
"En Madrid estaban las artistas, pero la fábrica estaba aquí", decía con sorna. Lo sabía Lauren Postigo, que acudía a su escuela por nuevos valores. De allí salieron Estrellita y Rosarito, dos niñas-prodigio de la época de Marisol y Rocío Dúrcal reclamadas por el celuloide. La actriz trianera Antoñita Colomé, de la que acaba de conmemorarse el centenario de su nacimiento, se acercó a su escuela para que le mejorase sus actitudes musicales.
Paloma San Basilio recuerda como "una liberación" cuando su hermana Mayte la llevaba a la academia de Adelita Domingo. Por la que también pasaron la eurovisiva Pastora Soler o Tamara, también nacida en la Alameda, la patria de Pastora Pavón, hoy afincada en Barcelona. Adelita Domingo se inventó su propia Operación Triunfo para descubrir valores que surgían de una cultura espontánea. Achacaba el crepúsculo de la tonadilla y de la copla a dos fenómenos, la capacidad de fagocitar nombres de las casas de discos y la pérdida del cordón umbilical. "Antes las niñas se criaban escuchando cantar a sus madres". Muchas madres dejaron de cantar y cambiaron de hábito. "Aquí traían a las niñas, algunas con dos años. Las dejaban sus madres y se iban a El Corte Inglés".
Aunque cerró la Escuela de Tonadilleras, "si quieren artistas, que vayan al hospicio", decía en rebelde impostura, las puertas de su casa seguían abiertas para que sus amigos aportaran su talento y compartieran vivencias del paraíso perdido. Hace unos meses empezó a vérsela en silla de ruedas por la Alameda y prefirió no hacer alarde de su decadencia. La empezaron a echar de menos los camareros del Condal, el Hércules, el Corto Maltés, el Solito Posto, el Realito, esos nuevos bares modernos en los que sin distingos improvisaba su tertulia de amigas supervivientes, ¿verdad, Ángeles Fajardo?, con una cerveza siempre bien fría. En su fuero interno, suscribía la letra de una canción de la que fue su ídolo, Juanita Reina: "De las de bata de cola, qué pocas vamos quedando".
Alejandro Rojas-Marcos colocó una placa en su escuela de tonadilleras en 1994 cuando era alcalde de Sevilla. Nunca hizo causa con ninguna sigla ni adscripción política, partidismos que no encajaban en su mentalidad abierta de clásica popular. Preparó su último viaje después de un sinfín de expediciones al extranjero y un viaje interior al alma de sus alumnas. En su casa, entre espejos y reconocimientos, la acompañaba el piano que le regaló su madre con ocho años.
Hay un trozo de la ciudad que se va con ella. "Yo podía escribir un libro sobre mi vida. No me voy a poner al nivel de ahora, que la gente cuenta las desgracias por dinero". Se va inédita e incunable, vida entre las estatuas, quintacolumnista de la Alameda. Con el legado de este broadway castizo, be bop del duende y el pellizco, ahijada de doña Adela, madrina de una legión de niñas -y niños- que descubrieron la magia de hermanar el ritmo y la voz en la niña que vino al mundo en el teatro San Fernando. Entre la taquilla y el patio de butacas, con dos sesiones para regalarle felicidad a un público que vivía de penuria en penuria y no lloriqueaba.
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