"Existen iglesias en Sevilla en las que hay que echar una instancia para verlas"

Álvaro pastor Torres. historiador del arte

Investigador de la historia de Sevilla, crítico taurino, guionista de televisión, escritor... el entrevistado atesora más de veinte libros sobre la ciudad y sesenta artículos científicos sobre sus artistas

Álvaro Pastor, en su domicilio, durante un momento de la entrevista.
Álvaro Pastor, en su domicilio, durante un momento de la entrevista. / Fotos: Víctor Rodríguez
Luis Sánchez-Moliní

04 de marzo 2018 - 08:49

Álvaro Pastor Torres (Sevilla, 1966) pertenece a esa peligrosa especie de los investigadores de la historia y el arte de Sevilla, personas capaces de cualquier cosa con tal de encontrar un documento que arroje nueva luz sobre Juan de Mesa o Martínez Montañés. Conoció Sevilla a golpe de madrugones para poder entrar en los conventos de clausura; también haciendo novillos en San Francisco de Paula para poder ver la Procesión de la Espada o la salida de las carretas del Rocío. Pese a que su infancia son recuerdos de la Calle Larga de Paradas y que no reconoce otro barrio que el de San Lorenzo, no se molesta cuando el entrevistador lo califica como nacionalista de la Alfalfa. Eso sí, siempre bajo la autoridad del alcalde del "pueblo más cercano a la Giralda", Ismael Yebra. Nazareno y cofrade de La Soledad, es autor de 60 artículos científicos dando a conocer obras inéditas de Alonso Cano, Bernardo Simón de Pineda, Leonardo de Figueroa, Benito de Hita y Castillo o Domingo Martínez. Ha dado a la imprenta veinte libros que lucen en sus cubiertas la palabra Sevilla. Su pasión por los toros lo llevó a ser mozo de espadas diletante y crítico taurino de fino paladar. Su casa está llena de libros y de recuerdos de los buenos amigos: el pintor Juan Romero, el poeta Rafael Montesinos... El entrevistador se va con ganas de más conversación. Quizás, la próxima vez, en el bar Manolo.

-Eso de ser pariente de Margarita Carmen Cansino, alias Rita Hayworth, debe pesar, ¿no?

-Lo he descubierto muy recientemente, gracias al crítico de flamenco Manolo Bohórquez, que publicó no hace mucho la partida de nacimiento del abuelo de Rita Hayworth. Todo el mundo tenía claro que su padre era de Castilleja, pero Manolo demuestra con este documento que el abuelo estaba bautizado en la iglesia de San Eutropio de Paradas, lugar donde siempre se había conservado la memoria oral de este nacimiento. Hay tres ramas de los Cansino: los de Paradas, los de Castilleja y los de Carmona. El abuelo de Rita Hayworth era primo de mi bisabuelo.

-Usted lleva muy a gala sus raíces en Paradas, donde transcurrieron los años irreparables de su niñez.

-Me crié en la Calle Larga, en la casa donde estaba la Caja San Fernando, de la que mi padre era director. Si soy historiador del Arte es por el sacristán de la parroquia, Enrique Ramírez Cansino, que me enseñó el cuadro de La Magdalena del Greco que se guarda en este templo.

-Paradas fue el escenario del crimen más misterioso y brutal que se recuerda por estos lares: Los Galindos.

-Cuando sale este tema, yo siempre intento desviar la conversación hacia lo maravillosa que es Paradas... Aquello me pilló veraneando en Torre del Mar. Un hermano mío que estaba estudiando Medicina estuvo en las autopsias. Mi padre era en aquella época secretario del Juzgado, a donde llegaron los restos de los que quemaron... En fin, es un tema que desgraciadamente ha marcado mucho al pueblo.

-Empecemos por lo último que ha realizado, el comisariado de la exposición La Sevilla de Jesús Martín Cartaya, en el Cicus. Los ignorantes creíamos que este fotógrafo se limitaba a fotografiar magistralmente la Semana Santa, pero desconocíamos esa vena suya de cronista urbano con tintes neorrealistas.

-El propio Martín Cartaya tampoco era consciente de lo que tenía. Ha sido un auténtico descubrimiento para muchos. Es un fotógrafo que se interesa por lo que nadie hace, por el detalle más mínimo. Eso lo aprendió de su primer maestro, Serrano el Viejo, que era el maestro del instante. Luego tuvo mucha vinculación con el hijo de éste, Serrano Díaz (El Nene) y con los Arenas.

-¿Cómo se os ocurrió la idea de la muestra?

-Jesús empezó a sacarme un día negativos y vi que había un material impresionante sobre una Sevilla que ya había desaparecido. Ha habido varios intentos frustrados de hacer esta exposición y al final, gracias a la Universidad de Sevilla, lo hemos conseguido. El director general de Cultura y Patrimonio de la Hispalense, Luis Méndez, está poniendo muchísimo empeño en impulsar la fotografía. La sala donde ahora está la exposición de Jesús se dedicará en exclusiva a esta técnica y lleva el nombre de Casajús, el primero que hizo un daguerrotipo en la ciudad.

-Antes habló del sacristán de Paradas, ¿pero cuándo le surge la vocación de investigador?

-Tuve la suerte del principiante. En el primer legajo que cogí en el Palacio Arzobispal, cuando trabajaban allí Félix Machuca e Inmaculada Navarrete, aparecieron dos planos de la parroquia de San Eutropio. Su historia es tremenda: en origen fue mudéjar y a principios del XVIII hay una ampliación de Antonio Diego Díaz. En este mismo siglo, muy expansivo económicamente en la campiña sevillana, José Álvarez inicia una ampliación de la iglesia a cinco naves, pero se le cae, y aparece Fernando de Rosales, que levanta un templo fantástico... Esta iglesia era mi mundo y yo estaba abocado al arte desde pequeño. La vocación por la historia se la debo a don José María Garrido, profesor del colegio San Francisco de Paula, y a don Javier Fernández de Liencres, dos curas y muy progres.

-El mundo de las cofradías, al que usted pertenece, también ha sido un vivero de historiadores del Arte.

-Imagino que es porque todos queremos encontrar el documento que descubra quién hizo la Macarena, aunque yo lo tengo claro: fue Pedro Roldán.

-¿Aparecerá algún día?

-Es muy complicado. Quizás aparece y nos llevamos una sorpresa tremenda. En esa época había muchísimos escultores trabajando.

-¿Y usted, ha hecho algún descubrimiento?

-No me puedo quejar. Entre otras cosas, que la Hermandad de Rocamador conserva un estandarte cuya pintura la hizo Domingo Martínez, el mejor discípulo de Murillo. El pintor fue vecino del barrio de San Lorenzo y ocupó cargos importantes tanto en Rocamador como en la Hermandad Sacramental. También encontré la documentación de la reja de la capilla del Dulce Nombre, hoy de la Quinta Angustia, que la hizo el mismo que ejecutó la famosa Cruz de la Cerrajería -hoy en la plaza de Santa Cruz-, Sebastián Conde, un maestro rejero de Almonte que era buenísimo. Juan Miguel Serrera, que nos tenía que dar Arte Clásico en la Facultad y al final nos dio todo, nos dijo que todo está aún por hacer en Sevilla, que no creyéramos que Hernández Díaz acabó con Martínez Montañés.

-Hay gente que desdeña los estudios e investigaciones locales, los creen ñoños y de vuelo raso.

-Eso ocurre en ambientes pseudoilustrados. Yo llevo a gala dedicarme a la historia local, pero siempre con espíritu crítico. Ahora llevo muchísimo tiempo dedicado a la parroquia de San Miguel, a la que llegué por mi vinculación a la Hermandad de la Soledad de San Lorenzo, que estuvo ubicada en este templo del que salimos corriendo cuando la revolución de 1868, la conocida como La Gloriosa. Antes también nos fuimos del Carmen porque llegaron las tropas francesas.

-Para quien no lo sepa, aclararemos que la parroquia de San Miguel estaba ubicada en la Plaza del Duque, donde hoy se encuentra el edificio sindical. La derribaron durante la mencionada Gloriosa.

-Es un tema desconocidísimo que casi nadie ha tratado. Allí estaba enterrado Rodrigo Caro y allí se casó Velázquez. Su patrimonio artístico, hoy muy diseminado, era tremendo. En los archivos he encontrado dos inventarios. Hay una fotografía y un cuadro de Francisco Peralta ya con la iglesia destruida.

-¿Por qué la derribaron?

-Los gloriosos condenaron muchos edificios.

-¿A quién se refiere con los gloriosos?

-A personajes vinculados a la Revolución de 1868 en Sevilla, como Manuel de la Puente y Pellón, el marqués de la Motilla, el abuelo de los Machado, Federico Rubio, García Vinuesa...

-Todo el callejero...

-Menos Mateos Gago, que fue el que intentó interceder para que no derribasen San Miguel.

-¿Por qué?

-Fundamentalmente por intereses especulativos. La lista de edificios religiosos que condenó la Junta Revolucionaria de Sevilla era tremenda e incluía a Omnium Sanctorum, Santa Lucía, San Esteban... Al final tiraron las Dueñas y los Filipenses por motivos urbanísticos, para enderezar Doña María Coronel y abrir la calle Gerona; también, San Miguel, Pasión (que estaba detrás de la Campana) y las Mínimas de la calle Sierpes. Es decir, Plaza del Duque y Sierpes... Si esos no son intereses especulativos... El resto de los edificios se salvaron. Fueron a por San Miguel. Lo cuenta el propio Mateos Gago: "Todos los obreros de la ciudad se destinaron a derribar la iglesia..."

-Entre los motivos de estos derribos también estuvo el anticlericalismo de la Gloriosa, me imagino.

-Sí, la Gloriosa tuvo un claro afán anticlerical.

-El anticlericalismo ha sido uno de los tradicionales enemigos de las cofradías, como en el 36.

-Pero la Gloriosa y el 36 son dos sacos distintos. Durante la Gloriosa, la Semana Santa era ya un claro referente turístico, algo que fomentaron los Montpensier. El tren de Madrid, al que llamaban El Botijero, venía repleto los jueves santos y el Ayuntamiento ya subvencionaba a las cofradías. El anticlericalismo de la Gloriosa consistió más en quitar las cruces de las calles (las retiraron casi todas), pero la Semana Santa apenas sufrió.

-El turismo ya amenazaba...

-Era un turismo muy diferente del actual, con un alto poder adquisitivo, muy burgués .

-Siempre que hablo del anticlericalismo y sus excesos recuerdo la frase de Carmen Calvo: "Los rojos antes quemábamos las iglesias; ahora las restauramos".

-Además de restaurarlas habría que tenerlas abiertas. En eso tenemos que aprender mucho de Roma, donde los templos permanecen abiertos todo el día. En Sevilla existen iglesias en las que hay que echar una instancia para poder verlas. Yo conocí los conventos yendo a misa a las siete y media de la mañana, porque si no era imposible. Cuando Santa Paula abrió su museo en los años setenta fue un escándalo para otras congregaciones. Hoy todas quieren tener el suyo. El 92 fue muy bueno para abrir mentalidades.

-Siempre que hablamos de historia de Sevilla solemos centrarnos en nuestra gran época, el Siglo de Oro. Pero dígame otro periodo que le resulte especialmente atractivo.

-A mí, el siglo XVIII me parece una etapa fantástica en todos los aspectos. Evidentemente, no tuvo el mérito artístico y literario de la época anterior, pero sí se detecta ya el cambio de mentalidades y la lucha entre el Antiguo y el Nuevo Régimen, que se va tramando poco a poco antes incluso de la llegada de los ilustrados. Además es cuando Sevilla acoge la corte de Felipe V, durante El lustro real, y aunque la ciudad pierde el comercio con las Indias, podemos decir que el XVIII es un siglo rico, en el que hay dinero y se construye muchísimo. En general, es un siglo poco conocido. En el arte vemos una lucha muy interesante entre el barroco y el neoclásico. Se empieza a exigir que los arquitectos estén titulados por la Academia de San Fernando de Madrid, cuando en Sevilla la tradición era una formación más gremial. Evidentemente, esto era una maniobra para imponer las ideas neoclásicas, un movimiento que aquí entra muy poquito a poco, siempre recubierto de algún tipo de hojarasca.

-¿Un edificio que ejemplifique lo que dice?

-Aquí al lado, San Ildefonso. Cuando yo entro en este templo no busco devociones, sino la placa que recuerda el bautizo de don José González Cuadrado -el héroe de la Guerra de la Independencia- en la que pone: "Murió bajo el tirano de la Europa". Es la mejor definición que se ha hecho de Napoleón.

-Hablemos un poco de literatura. He visto que tiene colgado en su despacho el último párrafo de Los años irreparables escrito a mano por el propio autor, Rafael Montesinos. ¿Lo conoció?

-Dos años le di como nazareno de La Soledad un caramelo de piñones. Fue durante las dos últimas Semanas Santas que vino a Sevilla, en las que paró en la casa de Gómez y Méndez de la calle Cantabria. El resto de los años se los mandaba a Madrid. Rafael Montesinos llegó a escribir sobre este caramelo en un artículo y, curiosamente, cambió la dedicatoria de su poema El niño pidiendo cera en la calle Sierpes para dedicármelo a mí. También cambió la de El rito y la regla para brindárselo a Antonio Burgos. Cuando aún paso de nazareno por la esquina de la calle Sierpes con Cerrajería, donde él se sentaba en su infancia, busco un niño cualquiera y le doy un caramelo.

-Romero Murube también ha sido uno de los escritores a los que le ha dedicado atención.

-Por su vinculación con La Soledad, para la que hice una selección de sus artículos. Fue impresionante su labor para defender el patrimonio histórico de Sevilla. La iglesia de San Hermenegildo está en pie gracias a una gestión personal suya. Cuando llegó el telegrama del indulto de Madrid ya estaban desmontando las tejas. Tuvo la suerte de ser amigo personal de Fuentes de Villavicencio, que llegó a ser jefe de la Casa Civil de Franco. Debido a esta lucha lo pasó muy mal y la gente terminó diciendo eso tan terrible de "las cosas de Romero Murube". En esta ciudad hay que escribir con muy mala leche.

-Terminemos con los toros. Usted ha sido crítico taurino e, incluso, mozo de espadas.

-Ayuda de mozo de espadas de un amigo novillero de Rota, Sánchez Romero, que al final acabó de banderillero. Fue una experiencia bonita y desinteresada. Los cuadros del Greco del Hospital de la Caridad de Illescas los vi por primera vez gracias a esto. Me recorrí media España.

-¿Es una afición espontánea?

-Mi familia era taurina. Mi abuelo era muy aficionado y toreó de sobresaliente en Madrid, en el año 1924. Mi tío fue novillero con caballos y acabó de jefe de servicio de Cirugía Torácica del Virgen del Rocío. Si sacaba el curso bien, mi padre me regalaba un abono para la Maestranza. Allí conocí al pintor Juan Romero, que fue una de las personas que más que me enseñó de toros y con el que tengo una gran amistad. Se sentaba en la plaza detrás de mí, vestido de vaquero y fumando su pipa.

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