Calle rioja
Francisco Correal
El filósofo de Cerro Muriano
A falta de sólo unos días para que la industria internacional de la música encienda sus focos en Sevilla, que acogerá la gala de los premios MTV, la ciudad mantiene su mayor coliseo, unas instalaciones que se bautizaron con la etiqueta de Estadio Olímpico, cerrado desde hace un año.
El gigante que se levantó en la Cartuja en 1999 para albergar el Mundial de Atletismo y con la esperanza de sostener el sueño olímpico de Sevilla, a falta de un uso deportivo, acabó reinventándose como escenario para conciertos, pero el último fue hace 15 meses. Desde diciembre de 2018 tiene oficialmente el terreno de juego, las pistas de atletismo y las gradas clausuradas por el mal estado de la cubierta, lo que inhabilita al recinto para acoger la actividad que es capaz de rentabilizarlo: grandes pruebas deportivas o conciertos. El último fue el del cantante mexicano Luis Miguel que, curiosamente, fue también quien inauguró el coliseo como escenario musical en 1999.
Desde la empresa que gestiona el recinto se hace hincapié en la necesidad de aclarar que no todo el complejo está clausurado. Es cierto que el edificio mantiene la zona de oficinas que se sitúan en las torres en uso: 25.000 metros cuadrados y un hotel de cuatro estrellas. Y que se organizan actividades en carpas o en otros espacios del complejo: a primeros de año hubo una exposición de dinosaurios de gran escala y hay citas con continuidad como la Feria del Outlet o la Feria de Antigüedades. Pero son ingresos insuficienes para mantener este mastodonte con un aforo de 60.000 espectadores, uno de los cinco mayores estadios de España, calificado de cinco estrellas.
El Estadio de la Cartuja, cuya mayor parte se asienta en término municipal de Santiponce, nació ya convertido en una gran hipoteca de 120 millones de euros, un elevado coste para las arcas públicas que nunca se ha podido o sabido rentabilizar. Entre 1997, cuando la sociedad que lo gestiona echó a andar, y 2007, cuando se elaboró un plan estratégico para reflotar el recinto, el estadio sólo fue soportando pérdidas, situación que no ha llegado a corregirse del todo nunca. Hace doce años fue necesaria una ampliación de capital para saldar las deudas pendientes con los constructores, que, una década después, ascendía a 20 millones de euros y añadía unos intereses escandalosos.
Gracias a estas operaciones financieras y un fuerte plan de ajuste que redujo la plantilla a siete trabajadores, la balanza comenzó a equilibrarse y el recinto a autofinanciarse con el negocio inmobiliario. En los peores años de la crisis, las cuentas se mantenían a duras penas con el alquiler de los locales situados en las cuatro torres y fue necesario cambiar el concepto para ofrecer al mercado “mucho más que un estadio”, como rezaba la publicidad del momento.
La gran deuda se saldó y la gran obra civil hoy está amortizada. El último informe registrado por la sociedad recoge un equilibrio entre el activo y el patrimimonio neto. El valor actual del activo no corriente es 82 millones de euros (lo que costó menos las amortizaciones) y las distintas administraciones pusieron ese mismo dinero para costearlo (patrimonio neto). La táctica pasó entonces por abrirse al negocio que más beneficios deja al recinto y que es el musical, no el deportivo. En 20 años el estadio sólo ha acogido 90 eventos deportivos de muy distinto nivel.
Y justo cuando el estadio, que cambió en 2017 de gerente, empezó a caminar por otras sendas, con la finalidad de hacer cuenta nueva y borrar lo que en el subconsciente de los sevillanos sigue siendo un disparate olímpico, la trayectoria se torció con una clausura que ha empeorado considerablemente la rentabilidad de la empresa. Las últimas cuentas consultadas (en el registro constan las de 2017) recogen unas ventas de 1,6 millones, un 16% menos que el año anterior, y unas pérdidas de 2,7 millones de euros. Esto demuestra que los ingresos por alquileres no sirven para afrontar los gastos que supone mantener la instalación que, aunque no tiene uso, genera gastos de personal y conservación y también impuestos y requiere de unos cuatro millones de euros para poder funcionar. Y ésas son cuentas de 2017, cuando todavía todo el recinto tenía mayor uso.
La búsqueda de una solución, que urge realmente a la vista de los informes financieros, se ha complicado en el último año con los cambios políticos, que han supuesto un bloqueo para el futuro del Estadio de la Cartuja. El consejo de administración decidió en el verano de 2018 el cierre de la zona interior del recinto, aunque la noticia, curiosamente, no trascendió hasta el mes de diciembre. ¿Cuáles eran los motivos? Un informe técnico de las empresas que realizaron las obras hace veinte años y que indicaba daños que eran necesario reparar. La decisión del cierre se adoptó con el siguiente criterio: era “prioritario garantizar la seguridad de los usuarios” y “evitar perjuicios a la hora de tener que anular eventos que pudieran organizarse en el estadio con meses de antelación”.
Lo lógico hubiera sido, dada la necesidad de ingresos que tiene el recinto, acometer sin dilación las obras.Reparar el textil suponía un coste de 1,6 millones de euros, según indican fuentes de la sociedad, que debería haber debatido el problema a finales de 2018. Los periodos electorales (los últimos comicios autonómicos se celebraron en diciembre) retrasaron hasta primeros de año la reunión. El cambio de color político en la Junta de Andalucía, que tiene casi el 30% del accionariado, retrasó el nombramiento de los nuevos consejeros y en la siguiente cita, fijada el pasado mes de junio, al no haberse resuelto este tema fue el Ayuntamiento de Sevilla quien asumió la presidencia del consejo de administración de una manera “transitoria” para hacer frente a las obligaciones fiscales de la sociedad, a la que le consta un cierre de la hoja registral. A falta de más detalles, la hoja del registro mercantil se puede cerrar básicamente por no depositar las cuentas anuales en plazo o bien porque Hacienda la haya cerrado al no haber cumplido la empresa con la presentación del impuesto sobre sociedades, según los asesores fiscales consultados.
La situación se solventó en marzo, cuando se reabrió la hoja del Registro Mercantil. Un detalle que demuestra que la intención de los distintos socios del Estadio de la Cartuja (Gobierno central, Junta de Andalucía, Ayuntamiento de Sevilla, Diputación provincial y otros miembros con minoría como los clubes del Betis y el Sevilla o el Ayuntamiento de Santiponce) es coordinarse bien para cumplir su objetivo común: relanzar la mayor instalación de la ciudad, que no ha dejado nunca de ser una losa pesada. El consejo, que preside el concejal David Guevara, ha convocado una reunión para noviembre en la que se detallarán los pasos dados en los últimos meses y las posibles soluciones que se contemplan para reabrir cuanto antes.
Según las fuentes consultadas, los socios están negociando para acelerar una posible indemnización por parte de la aseguradora de la cubierta dañada, que estaría intentando reducir la cuantía al máximo. El textil tiene ya más de veinte años y, al igual que otros elementos del estadio, como las pistas de atletismo, hace tiempo que requieren de una reparación.
Sobre la mesa hay alternativas para poder reabrir cuanto antes y por fases el recinto interior y así dotarlo de uso, unos ingresos necesarios para reflotar esta infraestructura cuya rentabilidad es en estos momentos “muy negativa”.
Dicho en términos sencillos, el estadio es un marrón al que difícilmente puede hacer frente ninguno de los socios. Las administraciones públicas ya invirtieron mucho dinero en el estadio. El Gobierno participa del accionariado a través de Patrimonio del Estado, o sea, que el recinto está adscrito al Ministerio de Economía y Hacienda, no a la cartera de Deportes, como ocurre en el caso de la Junta de Andalucía. Y los clubes de fútbol, que también forman parte del consejo, no se han mostrado nunca dispuestos a asumir la gestión. Ambos han rechazado un traslado a la Cartuja. Hay incluso algunos proyectos arquitectónicos para adaptar para el fútbol el estadio de atletismo de los sevillanos Cruz y Ortiz, que diseñaron la instalación para que esta conversión fuese fácil. Pero estas ideas se han redactado simplemente a título particular.
Hay muchos que opinan que el Estadio de la Cartuja, que dejó de llevar el apellido de olímpico en 2004, sólo se podría rentabilizar a estas alturas si el Betis o el Sevilla jugaran en él. Uno de ellos Rafael Carmona, fichaje estrella en 1991 del entonces alcalde, Alejandro Rojas Marcos, cuya misión fue coordinar las obras del estadio, que se construyó en menos de dos años. En una entrevista publicada en 2010 por este periódico, Carmona recuerda que fue un proyecto “de Estado” y que hubiera servido de palanca para la ciudad si no se hubiera usado como campo de batalla política.
Estas disputas han supuesto obstáculos para el futuro de este recinto desde siempre. En 2008, en uno de los intentos por buscar la fórmula para rentabilizar la instalación, la sociedad sacó un concurso para implantar otros usos en las parcelas colindantes. Poco después llegó Decathlon con la intención de montar una gran tienda, con piscina y gimnasio en una parcela de 15.000 metros de edificabilidad en la que pensaba invertir 20 millones de euros. En 2010 incluso reservó el suelo, desembolsando dinero.
Pero los planes se torcieron en el mandato de Juan Ignacio Zoido. La Junta y el gobierno municipal se fueron arrojando la pelota dilatando el proceso, hasta el punto en el que la firma se aburrió y optó por abandonar. Un fracaso político que luego intentó arreglarse en años sucesivos continuando el expediente urbanístico para permitir en la parcela anexa al estadio un uso terciario que ayude a completar la oferta del recinto y que abra la puerta a la llegada de capital privado dispuesto a salvar el recinto.
Pero de momento su futuro es muy incierto. El estadio requiere soluciones valientes a mayor escala, no sólo el parcheo de la cubierta de un recinto que en la ciudad siempre se ha visto como un monumento al despilfarro y que, sobre todo, no admite más errores.
Los actuales responsables de Deportes de la Junta de Andalucía apuestan por no desvelar de momento sus planes para el futuro del Estadio de la Cartuja. Quieren esperar a sentarse en la mesa del consejo de administración para coordinar actuaciones y convertir este proyecto en un reto común. Algunas fuentes consultadas apuntan que plantear el debate público en estos momentos de campañas electorales podría distorsionar las soluciones y se insiste en que se está trabajando para hallar una salida.
¿De dónde procede? En algunos círculos políticos no se oculta que la alternativa mejor sería que la gestión pasara a manos privadas. Pero, de momento, no se conoce que haya ningún inversor interesado ni dispuesto a asumirlo, como sí ocurre, por ejemplo, con el Auditorio Rocío Jurado, una instalación que cuenta con un proyecto sobre la mesa que permitiría mejorar el recinto con una cubierta, entre otras obras, y dotarlo de nuevos espacios complementarios. La situación es distinta, pues el auditorio ya funciona de manera privada, a modo de concesión. Promotores de recintos similares consultados han comentado en los últimos meses que difícilmente habrá interés si la gestión del coliseo no se acompaña con otros usos comerciales anexos que permitan rentabilizar la inversión.
Y esta alternativa también se antoja complicada en un momento en el que Sevilla empieza a vislumbrar una burbuja de centros comerciales y en el que se puede desbloquear otro gran proyecto de unas características similares: Sevilla Park, un megacomplejo junto al Puerto donde está previsto levantarse un gran auditorio para conciertos que, además, será un pabellón multiusos.
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