Espejismos en la orilla del circuito internacional
Razones económicas y culturales, más que de infraestructuras, se alían en la escasez de grandes citas
Héroes del Silencio: octubre de 2007, 70.000 espectadores; Madonna: septiembre de 2008, 50.000; Bruce Springsteen en dos ocasiones: julio de 2009, con unos 40.000 asistentes, y mayo de 2012, 30.000; AC/DC: septiembre de 2010, 62.000; y U2: septiembre de 2011, firmes, con sus 80.000 espectadores, en un trono, el del stadium rock, confeccionado no en vano a su medida; y contaremos aquí también la actuación de Depeche Mode prevista para julio de 2009 y finalmente cancelada a causa de una lesión de su cantante. Tal sucesión de conciertos multitudinarios en el Estadio de la Cartuja dejó cifras espectaculares, a veces aplastantes, pero también alentó una euforia que puede llevar a conclusiones precipitadas sobre el supuesto fin del papel irrelevante de Sevilla en el complejo circuito de grandes conciertos internacionales.
Este orillamiento, que a pesar de las mencionadas y aparatosas excepciones sigue vigente, se explica en parte por la reticencia de las promotoras internacionales, que siempre han dudado de la existencia de un público suficiente y fiable en esta ciudad y en consecuencia han tendido a asegurar al máximo la inversión llevando sus espectáculos a Madrid y Barcelona (seguidas de San Sebastián y Bilbao), convertidas por la fuerza de la costumbre en plazas inamovibles, e imponiendo, por otro lado, condiciones cada vez más leoninas, rozando o entrando ampliamente en lo abusivo. Sin embargo, es preciso considerar otros factores, empresariales, culturales y políticos, además de estructurales si no endémicos, para comprender por qué la oferta de conciertos en Sevilla -no sólo de gran formato- ha estado habitualmente muy por debajo de lo que por volumen de población le correspondería.
Hay quien apunta a las inercias insondables -o no tanto- de un público sevillano educado en los conciertos gratuitos, muy especialmente desde la Expo 92 pero también durante los años de bonanza económica con ayuntamientos y diputaciones ejerciendo como programadores y viciando en algunos casos radicalmente el funcionamiento del mercado de la música en directo. En todo caso, no parece que el público sea hoy un problema, no desde luego el principal, al menos en el terreno de los conciertos internacionales.
Existe una carencia especialmente importante, a pesar de casos aislados como el del festival Territorios: la de una estructura empresarial capaz de arriesgarse a organizar conciertos de costes muy elevados (es necesario recordar que en este texto se habla de conciertos masivos o dirigidos al sector generalista; aunque ya se sabe que la verdadera salud de la escena musical de una ciudad nunca se podrá medir justamente mediante hazañas mediáticas, sino comprobando su tejido de promotores y espacios medianos: éste es otro tema y las conclusiones no serían dignas de celebrarse).
Cabe recordar, por otro lado, que los más importantes festivales españoles de alcance internacional, desde Benicàssim al Primavera Sound de Barcelona, cuentan con un fuerte y continuado respaldo de las administraciones públicas. A fin de cuentas, se trata de qué cosas entiende una ciudad que son cultura y qué hace para fomentarlas. Políticas culturales, se han llamado siempre.
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