"En España no hay una depresión generalizada, lo que hay es un hábito colectivo de la queja"
Luis Rojas Marcos pertenece a ese selecto grupo de psiquiatras que han conseguido trascender la oscuridad académica para entablar un diálogo con la sociedad
En la pantalla del ordenador (la entrevista se realiza por skype) se ve a Luis Rojas Marcos en el amplio salón de su casa de Nueva York, relajado y disfrutando de una mañana de domingo tras una ajetreada semana laboral . "Hablar alarga la vida, hay estudios que lo demuestran. Esta conversación supone una semana más de existencia", asegura amable cuando el entrevistador se disculpa por robarle su tiempo de descanso. Después de cada pregunta respira hondo y reflexiona durante un par de segundos, luego empieza a hablar en un español con lapsus: "¿Cómo se decía en castellano?". Cuarenta y cinco años en EEUU no pasan en vano.
-El premio Manuel Clavero le reconoce una dilatada trayectoria como psiquiatra que le ha llevado a triunfar en España y Estados Unidos. ¿Cuál es el secreto del éxito profesional?
-Lo primero es importante tener una cierta vocación, elegir bien una carrera y luego emplearse con energía en conseguir las metas que uno se ha marcado. También ayuda el tener mentores, personas más veteranas que, sin conocerte, confíen en ti y te marquen el camino a seguir. El azar, cómo no, puede beneficiar o perjudicar mucho a un individuo en un momento determinado. Todos éstos son factores que, si bien no son determinantes aisladamente, cuando se conjugan ayudan mucho a conseguir el éxito.
-Ahora todo el mundo conoce al Luis Rojas Marcos adulto, un eminente y popular psiquiatra. Sin embargo, usted ha escrito que fue un niño hiperactivo que sufrió en primera persona el fracaso escolar. ¿Lo que mal empieza puede acabar bien?
-Cuando yo tenía 14 años estudiaba en Portaceli y me suspendieron en todas las asignaturas menos las que entonces se conocían como las tres marías: Religión, Gimnasia y Formación del Espíritu Nacional. Me invitaron a irme del colegio y le dijeron a mis padres que yo, probablemente, nunca iba a poder estudiar una carrera, por lo que era mejor que aprendiera un idioma o me pusiera a trabajar en una empresa. Sin embargo, terminé el bachillerato en el colegio del Santo Ángel y luego estudié Medicina.
-Antes ha comentado que para triunfar profesionalmente hace falta tener una cierta dosis de vocación. ¿Cómo surgió la suya?
-Yo me decidí por la Medicina porque mi madre, cuando yo era pequeño, me contaba historias de su padre, mi abuelo Miguel, al que nunca conocí pero que había sido médico en un valle de Cantabria. Aquellas narraciones influyeron mucho en mi imaginación y en mi vocación. Quería ser como mi abuelo, una persona que curaba personas que sufrían. Mi elección por la psiquiatría fue posterior, ya en la carrera. Pensé con razón que sería una especialidad que me ayudaría a entenderme a mí mismo y a las personas que me rodean. Mi elección nació de esa necesidad.
-¿Qué recuerda de aquella Facultad de Medicina de Sevilla de la primera mitad de los años 60 en la que usted estudió?
-Especialmente a compañeros como Domínguez Adame o José Ignacio Salvador. Fui un buen estudiante cuyo único suspenso me lo dieron, curiosamente, en la asignatura de Psicología que impartía entonces Jaime Rodríguez Sacristán, al que considero ahora un amigo y que me introdujo en la Academia de Medicina.
-Usted se marchó de Sevilla a estudiar a Nueva York cuando España era todavía una dictadura con índices económicos propios de un país en vías de desarrollo. Imagino que fue un choque cultural y social importante ¿Qué recuerda de aquel primer contacto?
-Llegué a Nueva York el 15 de junio de 1968 y lo primero que me llamó la atención cuando bajé del avión era el calor que hacía, igual que en Sevilla. No sé por qué pensaba que los americanos habían logrado inventar un aire acondicionado que aclimatase los exteriores, algo que, evidentemente, no había ocurrido. Empecé a trabajar como interno en el hospital Good Samaritan y lo primero que me sorprendió muy positivamente fue que podía decir que no sabía algo sin que eso tuviese consecuencias nefastas. Durante mi primera rotación, mi jefe me pidió que auscultara a un niño con neumonía y que le dijese lo que estaba oyendo por el estetoscopio. La Medicina que yo había estudiado en España era muy teórica y no pude responderle. Creí que aquello era el final, que me iban a mandar a casa. Sin embargo, él se limitó a explicarme de una manera muy amable lo que estaba oyendo. Lo segundo que aprendí fue a hacer preguntas sin jugarme con ello la autoestima de una semana. Yo venía de un sistema en el que hacer preguntas no estaba bien visto y llegué a un país donde hacer cualquier pregunta se consideraba positivo, daba puntos, y el profesor lo tomaba como un reto. Aquello me sorprendió mucho.
-¿Echó de menos algo de Sevilla?
-Como cualquier inmigrante lo pasé mal al principio, porque no hablaba bien la lengua. Además, como le dije antes, sabía poca Medicina práctica. En los peores momentos pensaba que siempre podría regresar a Sevilla.
-Vive y trabaja en Nueva York pero ha mantenido un contacto fluido con Sevilla. ¿Cómo ve la ciudad?
-Uno de los motivos por los que me fui de Sevilla fue que, al igual que en el resto de España, el ambiente era muy autoritario. No sólo en la política, sino también en el colegio, en la universidad, en la familia… Por el contrario, en mis sucesivas visitas a la ciudad fui notando un cambio enorme, impresionante, en todos los aspectos, sobre todo a partir de 1975. Sin embargo, yo, que suelo viajar mucho por Europa, España y otros países, creo que Sevilla está un poco estancada en su desarrollo social, económico y político en relación a otras ciudades de su entorno.
-Como responsable de los hospitales públicos de la ciudad de Nueva York le tocó vivir el 11-S, quizás el momento más trágico de la historia reciente. Me imagino que tuvo que ser una experiencia atroz, pero ¿aprendió algo positivo de aquello?
-Sí, el altruismo, la capacidad de los neoyorquinos de sacrificarse por los demás. Recuerdo las colas enormes de personas que venían a los hospitales exigiendo, no pidiendo, ayudar de alguna manera. Nosotros, de hecho, sentíamos una cierta frustración por no atender aquella demanda, pero lo cierto es que hubo muy pocos heridos en el 11-S, y en los hospitales apenas murieron algo más de 20 personas. Después de aquello, cuando cualquier ciudad del mundo hace un plan para afrontar desastres de cualquier tipo se incluye un capítulo dedicado a los voluntarios.
-¿Ha conseguido Nueva York sobreponerse al trauma?
-Yo creo que lo ha superado, pero también creo que la gran mayoría de las ciudades de otros países lo hubiesen hecho también, como se superó la Segunda Guerra Mundial o el atentado del 11-M en Madrid. Los seres humanos tenemos genéticamente la capacidad y la habilidad de superar momentos muy dolorosos. Hoy en día, en Nueva York la gente ya no habla del 11-S.
-Aunque la situación está mejorando, la sociedad española lleva cinco años viviendo en un estado depresivo debido a la crisis económica. Cualquier cena con amigos se convierte en un auténtico muro de las lamentaciones. ¿Qué recomienda usted para superar esta situación colectiva?
-Hay una gran diferencia entre lo que la gente habla y lo que la gente siente. Si en una de esas cenas a la que usted ha hecho referencia solicitara a los comensales que puntuasen individualmente del 0 al 10 el grado de satisfacción que tienen con sus vidas, la mayoría diría que un 7 o un 8. Es decir que, probablemente, las valoraciones de sus situaciones personales obtendrían mayor puntuación que sus valoraciones de la situación colectiva. ¿Qué pasa entonces? Pues que en España y en Sevilla la queja es el instrumento fundamental de comunicación. En España no existe una depresión generalizada, lo que existe es un hábito colectivo de la queja, se considera de mal gusto decir que uno está muy bien.
-¿Es la economía, como se suele decir, un estado de ánimo?
-No cabe duda de que el estado de ánimo influye mucho a la hora de comprar o vender ni de que las personas que piensan positivamente tienen siempre más posibilidades de hacer negocios. Hay que tener en cuenta que es muy difícil sentirnos bien si estamos pensando en algo triste. Hay una coherencia entre la forma de pensar y la forma de sentir. El cerebro trabaja para que no se produzcan incoherencias en este asunto.
-La terminología psiquiátrica ha pasado al habla común de los ciudadanos. Sin embargo, vocablos como paranoia, neurótico, histeria o psicópata no se usan quizás con la corrección debida. ¿Demasiadas lecturas mal digeridas de Freud?
-Esto me recuerda que, cuando yo era un estudiante en Sevilla, Freud estaba censurado, lo cual ahora puede parecer increíble. Es cierto que a veces se utilizan todos estos términos fuera de su auténtico significado, pero tampoco creo que esto sea un problema. También ha pasado con otras disciplinas. Por ejemplo, la palabra estrés proviene del ámbito de la Física y ahora se usa muchas veces para sustituir a la palabra nervioso… Bueno, quizás la gente cree que tiene más prestigio estar estresado que estar nervioso...
-En Sevilla todavía está mal visto acudir al psiquiatra, se ve como algo exclusivo de personas desequilibradas o esnobs, al estilo de algunos personajes de las películas de Woody Allen.
-En Nueva York también pasa, aunque mucho menos que en Sevilla, y la gente prefiere decir que va al psicoanalista, al terapeuta… Al fin y al cabo, la psiquiatría es una rama del conocimiento que apenas tiene un siglo y sus raíces están más en la filosofía que en la ciencia… Incluso en la religión, ya que a los locos antiguos se les consideraba como endemoniados… La psiquiatría viene del intento de la sociedad y la cultura de explicar conductas que se salen de lo corriente, conductas que antes se achacaban a demonios o a seres sobrenaturales. A medida que una sociedad crece intelectual y científicamente la psiquiatría va teniendo más aceptación. Por ejemplo, ha ayudado la aparición de los antidepresivos y su capacidad curativa, algo que la gente valora… Pero todo esto es nuevo y el miedo al psiquiatra sigue existiendo, quizás más en Sevilla que en Nueva York.
-Ha mencionado antes las relaciones entre la psiquiatría y la religión. Es muy común decir que los psicoterapeutas han sustituido a los confesores. ¿Está de acuerdo?
-La idea es acertada. A medida que las personas acuden menos a los confesores van más a los psiquiatras y a los psicólogos, profesionales ante los que se pueden confesar miedos e inseguridades con la certeza de no ser juzgados… Sin embargo, sí vas a tener que pagar dinero y, en algunos casos en Nueva York, mucho .
-Además de su carrera científica, usted es un gran divulgador de la psiquiatría, con numerosos libros sobre la memoria, el divorcio o las grandes ciudades. Su última obra es Secretos de la felicidad, un título algo arriesgado. ¿Existe realmente la felicidad?
-Sí, lo que pasa es que a la felicidad la nombramos con otros términos, como, por ejemplo, satisfacción con la vida. El ser humano tiene una tendencia natural a sentirse bien, si no nuestra especie hubiese desaparecido ya. No es verdad, como dicen algunos, que exista una amargura general en la sociedad contemporánea. Volvemos a lo de antes, las personas suelen dar mayor puntuación a su satisfacción con la vida que a la situación general del mundo. Tenemos una cierta necesidad de pensar que nosotros estamos mejor que el resto.
-Antes hizo una referencia a su condición de niño hiperactivo. Hoy en día es un problema del que se habla mucho en la comunidad escolar española, tanto que incluso se advierte de una sobrediagnosticación.
-Esta falta de ajuste quizás se deba a que el diagnóstico del trastorno de hiperactividad es muy nuevo, del año noventa y tantos. Hay que tener en cuenta que la mayoría de los niños son nerviosos y es muy importante separar estas actitudes normales del problema del que hablamos. Un niño hiperactivo está distraído continuamente y su impulsividad interfiere continuamente en sus relaciones con los demás… No hay quien lo aguante. En general, entre el 4% y el 6% de los niños de entre 7 u 8 años pueden ser hiperactivos. Para la sociedad es muy importante que se diagnostique bien a estos niños y se les dé la ayuda necesaria, porque de adultos pueden tener serios problemas con el alcohol, las drogas e incluso de delincuencia. Sabemos que el suicidio es más frecuente en adultos que sufrieron este trastorno. También cada vez hay más estudios que demuestran que existe un porcentaje de personas mayores que también tienen este trastorno. El problema, por tanto, no sería tanto que se diagnostique demasiado, sino lo contrario.
-En su libro Eres tu memoria reflexiona, entre otras cosas, sobre uno de los principales problemas del otro extremo de la vida: el alzhéimer.
-El alzhéimer es una enfermedad terrible, porque dejas de ser un ser humano. Imagínese usted lo que significa no recordar su nombre, el de sus hijos, la fecha en la que vive, ... Somos lo que recordamos de nosotros mismos, y esto lo saben muy bien las personas que han convivido con pacientes muy avanzados. Desafortunadamente, el alzhéimer es una enfermedad incurable todavía y cada vez se diagnostica más, porque está muy vinculada al progresivo aumento de la esperanza de vida de la humanidad. Es uno de los grandes retos para la Medicina y la sociedad, que debe ver cómo ayudar a los familiares que se hacen cargo del paciente. Hoy en día hay pruebas muy fiables que pueden diagnosticar el alzhéimer antes de que el enfermo empiece a perder la memoria significativamente. Es importante que el enfermo sepa que tiene la enfermedad para que pueda tomar sus decisiones. A mí me gustaría que fuera así.
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