Epifanía de tres reyes de la bicicleta
calle rioja
Edificios simbólicos. La torre de los Perdigones no tiene el privilegio de la iluminación, a diferencia de la Giralda, cuyo alumbrado es el más duradero, y la torre de don Fadrique.
LA torre de los Perdigones está emparentada con la torre Schindler, firma de ascensores y escaleras mecánicas que apadrina la promoción de este monumento de la Sevilla manchesteriana e industrial. No sorprende que la Cámara de Comercio la eligiera para la portada del libro que hace unos años editó sobre las empresas centenarias de la ciudad. La torre de los Perdigones es un edificio de 45 metros de altura, casi media Giralda, que fue construida en 1890 con el objetivo de fabricar perdigones para la fábrica San Francisco de Paula que era propiedad de la familia Mata.
Faro macareno, da nombre al entorno y al quiosco construido en una zona que hasta años después de la Expo, en uno de los accesos al recinto del certamen, fue poblado chabolista habitado fundamentalmente por gitanos de procedencia portuguesa. Las viviendas de la zona posterior acogían a familias cuyo sostén principal era el ferrocarril, que en 1890, año de la fundación de la torre, era el medio de locomoción más avanzado. De este entorno industrial sabe muchísimo más y mejor mi paisano Julián Sobrino.
El espacio Santa Oscura de la torre de los Perdigones es el equivalente fabril del espacio Santa Clara que converge en torno a la torre de don Fadrique, un monumento al que se pretende liberar de años de olvido y abandono. Una torre misteriosa, la única italianizante, cuya construcción data de los años posteriores a la reconquista de la ciudad por Fernando III. Tiempo de ballestas más que de perdigones. Son junto a la Giralda y sus 33 rampas mis tres torres favoritas. La de los Perdigones, exponente de un emergente proletariado, es la única de las tres que carece de noche del privilegio de la iluminación, más duradero en el caso de la Giralda, más cicatero en la de don Fadrique.
Desde la torre de los Perdigones se ve en su esplendor la calle Feria tal como la describía Chaves Nogales en su biografía de Belmonte. Ayer fue testigo de un acontecimiento. Un hombre llevaba una bandeja con altramuces y dos cañas de cerveza a la tienda El Rey de las Bicicletas, en la Rosolana esquina con Perafán de Ribera. Ayer en realidad hubo tres reyes de la bicicleta, epifanía de pedales. El primero, Alberto Contador, rey por ganar la etapa reina de la Vuelta Ciclista a España en los lagos de Somiedo. El segundo, el propietario de esta tienda ya clásica, El Rey de las Bicicletas, pionera mucho antes de que florecieran con el carril bici y la conversión de Sevilla en ciudad del sillín y el manillar. El tercer rey es un niño que ayer por primera vez se movió sin ayuda en su bicicleta. Con la instrucción de un gregario de lujo llamado Nicolás. En el día que sonaba la pregunta del título de la novela de Enrique Jardiel Poncela: '¿Pero hubo alguna vez once mil vírgenes?'
La Primera Guerra Mundial revolucionó los sistemas de armamento. El libro de David Stevenson 1914-1918 cuenta que soldados argelinos y canadienses fueron las primeras víctimas del gas venenoso que pusieron en práctica las tropas alemanas. Los perdigones que dan nombre a esta torre remiten a un sentido más romántico de la guerra. Las placas de plomo las subían por un sistema de poleas a la parte superior de la torre. Allí se fundía en unas calderas. Una vez fundido, se dejaba caer por el interior de la torre para que se enfriara y el metal cogiera forma redonda por la fuerza de la gravedad. Las gotas de plomo caían a una piscina de agua donde se solidificaban y rodaban a través de una rampa al exterior.
Curiosamente, esa acepción bélica de la palabra perdigón es la cuarta en el diccionario de la Lengua, precedida por pollo de la perdiz, perdiz nueva y perdiz macho que emplean los cazadores como reclamo. A la caza dio alcance, que escribió San Juan de la Cruz y cantaba Silvio.
No hay comentarios