Disculpen las modestias (un tributo a Manolo Carmona)

calle rioja

El gran cronista del fútbol de los pueblos y de los barrios, de la cantera sevillana, falleció el pasado lunes y fue enterrado en su localidad, Castilleja de la Cuesta

Una imagen de archivo de Manolo Carmona.
Disculpen las modestias (un tributo a Manolo Carmona)

Todo llega al solar del domingo, confuso / ceniciento, remoto, en el cuero que bota, / entre los desvaídos colores de la blusa, / y se enreda en las piernas que persiguen / ese balón con forma de esperanza”. Es la última estrofa del poema Fútbol modesto de Leopoldo de Luis (Córdoba, 1917-Madrid, 2005) que publicó en Santander en 1954, el año del Mundial de Suiza, y oí por primera vez en el verano de 1994, año del Mundial de Estados Unidos, recitado por Luis García Montero en una mesa redonda sobre fútbol y literatura que compartimos en la Universidad de La Rábida moderada por José María Gutiérrez, Guti, no el del Madrid, sino el de Bellavista.

Fútbol modesto. Me ha vuelto ese poema tres décadas después de oírlo por primera vez al conocer la noticia del fallecimiento de Manuel Carmona Rodríguez (1943-2024). Con todo lo de luctuoso que tiene la noticia de la muerte de alguien, no deja de ser un acto de justicia poética que en el fin de semana de la decimoquinta Copa de Europa del Madrid, del fichaje de Mbappé y la concentración de los que jugarán la Eurocopa de Alemania todos esos grandes titulares de gentes muy mediáticas acompañen en la música de réquiem, que no le faltará, a quien dedicó buena parte de su vida a destacar el trabajo de futbolistas de equipos ignotos, de poblaciones remotas. En tiempos de la globalización, Manolo Carmona hizo universal el fútbol de pedanía. Suya fue la aldea global que enunciara Marshall Macluhan.

Su informante podía ser el cura, 
la Guardia Civil o la madre del futbolista

Cada periódico tenía su especialista en fútbol modesto: El Correo de Andalucía, a Juan Martín; el Abc, a Benito Castellanos; Diario de Sevilla, a Antonio Cuder. La llegada de Manolo Carmona al Polígono Calonge, a la nave industrial donde estaban la redacción, los talleres y la rotativa de Diario 16 Andalucía, fue una auténtica revolución, como pudo comprobar Raúl Heras, que había sustituido en la dirección a Román Orozco. Antes, Carmona había pasado por el diario Sevilla, con redacción en la calle Santander, Sur Oeste, en el polígono Store, el vespertino Nueva Andalucía, El Correo del cura Javierre y Abc. Un trabajo que simultaneaba, pluriempleo que era común a todos estos estajanovistas del miniaturismo balompédico, con la profesión de funcionario de Correos.

Manolo Carmona era un trabajador infatigable. Un hombre-agencia que recuerda a ese personaje de Luces de bohemia que le dice a la visita que le perdonen, pero tiene que cerrar él solo la edición del periódico. Hombre-agencia en el doble sentido de que su caudal de información era tan inagotable como inverosímil y de que se las agenciaba para conseguir el resultado final de cada partido. En tiempos sin internet ni redes sociales, su red sí que era social: democratizaba las fuentes de información, cualquiera era susceptible de transmitirle el marcador final, incluso los lances del partido, jugadas polémicas, expulsiones, regates extraordinarios. Y el informante podía ser lo mismo el número del cuartel de la Guardia Civil que había hecho el servicio en el campo, la tienda de comestibles, el cura párroco, el sacristán o algún familiar del futbolista que había anotado el gol decisivo. Y el lunes aparecía esa pirueta de números con las clasificaciones donde cada cual se buscaba porque la épica no entiende de famas y sí mucho de cronopios.

Su familia

Manolo Carmona era la familia de Manolo Carmona. Su mujer, Rosario Solís, era la editora de algunos de sus libros. En el periódico no apareció solo: le acompañaron sus hijos Inmaculada, una fuera de serie y visionaria en los angostos territorios de la informática, y Francisco José, cofundador con su padre de la Agrupación Musical María Inmaculada de la Calle Real, de Castilleja de la Cuesta. El hijo de Carmona muchas veces solía aparecer en la redacción con la trompeta, procedente de los ensayos de la banda de Jesús Despojado, de la cofradía de Molviedro.

Fue el Richard Ford del fútbol modesto. Los dos Richard Ford, el que escribió Manual para viajeros por Andalucía y lectores en casa y el mucho más moderno que tiene nueva novela y publicó El periodista deportivo. Pero Carmona era mucho más que fútbol. Tengo dedicado su libro Un siglo de música procesional en Sevilla y Andalucía. Un trabajo prometeico al que había precedido Los Font y Manuel López Farfán en el recuerdo eterno de Sevilla. Un siglo de música procesional es un recorrido por las marchas de las ocho provincias andaluzas, una historia de sus antecedentes musicales y un compendio al final que es un tesoro, un Larousse de esas músicas que cada año estremecen acompañando a los titulares del fervor de tantos cofrades o simples creyentes. Un total de 750 marchas con los títulos, sus autores y las ciudades en la que fueron compuestas o son interpretadas, desde ¡A ésta, Auxiliadora! a Yo soy el camino.

El libro lleva la firma de Manuel Carmona Rodríguez, que también se encarga de la autoedición y maquetación, con fotografías de Jesús Martín Cartaya, Francisco Madueño, Javier Díaz, Juan Carlos Cazalla, Emigdio Mariani, De Lamadrid y Bienvenido Puelles. Emparentado con los Machado, su abuela paterna, Rosa Machado Tovar, era prima de los poetas, siempre anidó en él una vocación poética que convivía con las urgencias prosaicas del cero-tres o el cuatro-uno de cada marcador.

Defensor de la cantera

Defensor de la cantera, de la que salieron todos los héroes, desde Sergio Ramos a Joaquín Sánchez, no había nacido ninguno de los futbolistas del filial del Betis que ha logrado el ascenso frente al Pontevedra en el mítico Pasarón cuando Manolo Carmona concibió una de sus más hermosas locuras, el libro Poemas verdiblancos con maquetación de su hijo Francisco José.

61 poetas, escritores y artistas loan al Real Betis Balompié. En homenaje al regreso a Europa del equipo de Heliópolis en 1995 (un año después de los tres años de travesía por el desierto de la Segunda División). Un libro que iba con dedicatoria “a Su Alteza Real Doña María de las Mercedes de Borbón y Orleans, Condesa de Barcelona, Madre del Rey y Reina del Betis”. Y abuela del actual jefe del Estado, el rey Felipe VI. Que con él y con su padre ganó el equipo la Copa del Rey.

Ocuparía la página entera la nómina de autores que empieza con Pascual González y donde están José Rodríguez de la Borbolla, José Luis Garrido Bustamante, José Manuel Soto, Salvador Távora, Rocío Martín, Adolfo Cuéllar, José Domínguez El Cabrero, Carlos Herrera, Pepe Peregil, José Antonio Garmendia, Fernando Iwasaki, Pive Amador, Manuel Melado, José María de Mena, José el de la Tomasa, Paco Casero y la teoría de los Apátridas de José Manuel Padilla. Con dibujos de Francisco Maireles, Antonio Martínez Fernández, Javier García Negrón, Jesús Suárez González y Andrés Martínez de León, Oselito, en el centenario del nacimiento del ilustrador de Coria del Río.

Equipos como el Triaca o el Calavera eran en sus crónicas tan importantes como el Livepool o la Juventus de Turín. Este cartero remitente de sus crónicas, de las que sus lectores eran los destinatarios, se sabía de memoria los 105 municipios de la provincia de Sevilla, pero era profeta en su tierra, en Castilleja de la Cuesta, donde descansarán sus restos. Tan unido al patrimonio inmaterial de este municipio como Rita Hayworth, para él siempre Margarita Carmen Cansino, o las tortas de Inés Rosales.

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