El Defensor alerta del abandono de la Cartuja
El legado de la Expo 92
José Barranca envía una carta a la Junta denunciando el deterioro y la suciedad del entorno del monasterio y de las estaciones del telecabina de la Expo.
El Defensor del Ciudadano, José Barranca, ha alertado del estado de abandono de distintas zonas de la isla de la Cartuja, en las que se acumula la suciedad y el deterioro desde hace años. Uno de los lugares más afectados es el entorno del monasterio y la estación del telecabina colindante. En los muros del antiguo convento se aprecian pintadas y en lo que en su día fueron unos jardines que separaban el recinto del Camino de los Descubrimientos los desperfectos son múltiples.
En una carta dirigida al director general de la Empresa Pública de Suelo de Andalucía (EPSA) de la Junta de Andalucía -de la que depende la mayoría de la isla-, José Barranca denuncia el deterioro de todo el tramo que va desde el monasterio de la Cartuja hasta la Escuela de Ingenieros. "Éste es el camino que a diario hacen grupos de sevillanos, turistas y foráneos. Horrorizados deben quedar ante el espectáculo que aparece ante ellos", indica el Defensor en su misiva, a la que aporta 23 fotografías.
"El entorno del monasterio de la Cartuja denota la dejadez, falta de sensibilidad y, si me apura, de responsabilidad que un responsable público debe tener sobre los bienes que la comunidad les encarga mantener. Las dos estaciones de telecabina presentan un estado penoso. Calificaría igualmente de penoso todo el espacio que transcurre desde que uno desemboca a través de la pasarela de la Cartuja y discurre por la avenida de los Descubrimientos hasta encontrarnos a la vista el estadio de la Cartuja", añade Barranca. El presidente de la comisión especial de sugerencias y reclamaciones del Ayuntamiento de Sevilla también recuerda al director de EPSA que ya le envió un correo alertando de esta situación de deterioro el 18 de septiembre de 2012, que no recibió contestación.
El Defensor continúa su misiva describiendo las pintadas, suciedad, destrozos en los alcorques, el suelo levantado, los azulejos desaparecidos y las acequias destrozadas que se ha encontrado en un paseo que dio el sábado 5 de noviembre por la isla de la Cartuja.
"¿Nadie es responsable de esto? Créame que no es de buen gusto contarle las cosas tal como son, pero desde el respeto le debo decir que Sevilla no merece gestores que la tengan postrada en este estado de abandono y esta responsabilidad, querido director general, es de EPSA, y por consiguiente suya como cabeza visible de esta entidad", plantea Barranca. El Defensor concluye su carta solicitándole una reunión al alto cargo de la Junta al que va dirigida, para "tener la oportunidad de contarle de manera personal" lo que le transmite en su mensaje. En su despedida, incluso le recuerda que es el Defensor del Ciudadano "de la inigualable ciudad de Sevilla" y que la defensa de ésta es su "único objetivo en este caso", después de que la anterior comunicación se quedara sin respuesta alguna.
Este periódico pudo comprobar el sábado el abandono al que hace referencia Barranca, que se aprecia especialmente en la parte trasera del monasterio. El muro de cerramiento del mismo está lleno de pintadas y los jardines -o lo que hace veinte años fueron unos jardines- que llevan hasta la avenida de los Descubrimientos están llenos de basura y de malas hierbas. Las acequias y alcorques están rotos y en ellos se aprecian restos de las últimas botellonas, que quizás coincidieron con algún concierto celebrado en el auditorio Rocío Jurado, situado enfrente.
Papeles de plata, restos de bocadillo, pieles de plátano, donuts a medio comer, cristales y vasos se acumulan sobre el escaso césped que queda. En la parte más próxima a la acera hay varios coches aparcados y permanece allí el remolque que funciona como hamburguesería cuando se celebra algún evento en la isla de la Cartuja. Nadie pasea por esta zona y sólo pasan ciclistas por el carril-bici que discurre paralelo al monasterio. Sólo se libra la entrada trasera del recinto, que está limpia y despejada de coches. En el resto de la acera, el paso de vehículos ha provocado agujeros e irregularidades en el terreno, que hace que se formen charcos.
A escasos metros del muro de cerramiento del monasterio, la estación del telecabina recuerda a los antiguos edificios de corte soviético que todavía pueden verse en algunas zonas de capitales europeas que estuvieron bajo influencia comunista, con las paredes recubiertas de azulejos y las ventanas, ya casi todas rotas, que la recubren. Si hubiera un trasiego de personas podría parecer una estación de metro de Berlín o de Praga. En la planta superior se aprecia el óxido y el hollín propio de las más de dos décadas que lleva ya sin uso. En el suelo se acumulan las manchas de orín y algún mendigo se ha dejado allí dos bricks de vino barato. Todo a menos de 50 metros del pabellón de Marruecos, una de las joyas de la Expo 92.
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