Cosas que hacer en la Encarnación

El profesor de la ETSA, Julían Sobrino, propone cinco soluciones a los problemas de Metropol-Parasol.

08 de mayo 2010 - 08:22

Desde hace varios años soy un asiduo lector del cronista de la Encarnación, conocido por todos como Paco el Carnicero, un personaje crucial en esta larga y enrevesada historia ya que, casi diariamente, se dedica, además de a vender carne en su puesto de placero desplazado sin Plaza, a escribir, como fidelísimo notario, sobre todo aquello que tiene que ver con la malhadada Plaza de la Encarnación. Además de sus propios artículos, que son ya varios cientos, Paco el Carnicero ha ido guardando en una maleta todo lo que se ha publicado sobre esta plaza, que son ya varios kilos de papel, de manera que todo él es la memoria, el tiempo le ha dado la razón, de un fracaso anunciado.

En estos tiempos en los que tan de moda está el concepto de patrimonio inmaterial habría que declarar a Paco como Lugar de Interés Cultural Inmaterial, o mejor Lugar de Interés Inmemorial, si es que existieran esas figuras de protección patrimonial, porque él desvela, mejor que ningún otro patrimonio, antiguo o moderno, como monumento vivo que es, como monumentum, del latín munere -que recuerda- las contradicciones y evolución de los valores patrimoniales encarnadas y encarnados en las rampantes rampas posmodernas de un proyecto que no es ni carne ni pescado, como su propio nombre popular indica, las Setas de la Encarnación, que no es ni rehabilitación ni restauración, que no es ni regeneración ni remodelación, que no es ni intervención ni conservación, que no siendo nada, lo es todo, porque ante todo, este proyecto, es confusión, el signo de lo tiempos, zeitgeist de la modernidad transmoderna de los que sin saber que fueron las vanguardias hablan desde la retaguardia de la vanguardia, de los que sin saber que es la ética hablan de política, de los que sin haber puesto, ni tener que poner un euro, eligieron este proyecto, de los que sin dar cuentas a nadie dicen que lo primero es acabar el pandemónium y, luego, exigir responsabilidades.

Mal camino para una plaza que constituye, ay, constituía, uno de los más bellos vacíos de esta ciudad tan necesitada de contemplar el azul al alba y los vencejos al atardecer.

La desesperación puede ser mala consejera, nos puede conducir hacia caminos sin salida pero, a veces, de manera insospechada, puede alumbrar, con sus crepusculares destellos, una posibilidad de salvación. Esto es lo que yo pienso que el Metropol Parasol puede aportar, en su agonía, a la ciudad de Sevilla, pues, parafraseando a Marx, Groucho, partiendo de la indignación más absoluta hemos llegado a las más altas cotas de la desesperación, de modo que paso a proponer cinco parasoluciones.

Primera, llevar a cabo la demolición controlada de las estructuras ejecutadas hasta este momento restituyendo el lugar a su estado anterior, siendo pagados los gastos por los responsables políticos de este desaguisado, por los miembros del Jurado y por el autor del proyecto (esta segunda parte de la parte contratante de la primera parte ha de servir para todas las demás partes de esta propuesta-contrato).

Segunda, detención de las obras en su estado actual y desarrollo de un programa revegetativo que cubra de naturaleza la ignominia de este proyecto, de manera que las setas, vestidas de sedas verdes, contribuyan a la sostenibilidad de la ciudad, al tiempo que recobran verdadera y animada vida.

Tercera, paralización del proyecto y convocatoria de un nuevo concurso internacional de ideas que tenga como único objetivo convocar un nuevo concurso internacional de ideas para poder volver a convocar un nuevo concurso internacional de ideas y así hasta la eternidad.

Cuarta, destinar el Metropol Parasol en su estado actual a Centro de Interpretación Internacional de los Desastres Patrimoniales de manera que de su ejemplo se eviten en lo sucesivo intervenciones similares en cualquier otro lugar del mundo.

Quinta, ofertar la Encarnación a los artistas, escritores, cuentistas, vendedores ambulantes, titiriteros, músicos, funanbulistas, vendedoras de romero y buenaventuras y demás oficios del arte, para que cada mañana, como sucede en la Plaza de Jamaa el Fna de Marraquech, se opere el milagro de la vida.

Y a los placeros, comandados por Paco el Carnicero, hacerles justicia y ofertarles dos propuestas. Una, prejubilarlos con cargo a, recuerdan, la segunda parte de la parte contratante de la primera. Dos, construirles una plaza de verdad en la Plaza de la Encarnación demoliendo las inoportunas metrosetas y haciendo una plaza como Paco el Carnicero se merece, con sombras de árbol y suelo de arqueología, donde no habite el olvido y donde la Sevilla del futuro se haga aurora de una ciudad con pasado.

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