La batalla de la compra en Sevilla en tiempos del coronavirus

En algunos supermercados de Sevilla había clientes esperando la apertura desde las ocho de la mañana, una hora antes

En menos de media hora se han agotado muchos productos y la gran afluencia de público no ha permitido la reposición de las estanterías.

Varias personas con carros haciendo la compra.
Varias personas con carros haciendo la compra. / Efe

Cuando uno hace regularmente la compra semanal del súper para su familia acaba sistematizándolo todo, conoce dónde están los productos en cada estantería, los tiempos que emplea en el proceso y hasta calcula el importe aproximado de la misma. Pero la crisis del coronavirus, como era previsible a pesar de los llamamientos a la calma y a huir del pánico, han acabado trastocando incluso hasta las cosas más simples como hacer la compra.

Este sábado, previendo una afluencia mayor que la habitual, decidí adelantar la hora de la compra. A las nueve de la mañana estaba a las puertas de un supermercado de la avenida de Kansas City de Sevilla, uno de los más grandes de la marca en la capital. A pesar de la hora, una hilera de coches hacían cola ya para entrar en el aparcamiento subterráneo. Según algunos testigos, desde las ocho de la mañana ya había compradores apostados a las puertas del establecimiento, que ha tenido incluso que reforzar la seguridad privada del mismo.

Ya desde el comienzo todos los indicios apuntaban a que no sería una compra normal. Y efectivamente, así ha sido. Les voy a resumir mi experiencia de compra. Para empezar, después de encontrar por suerte aparcamiento en la segunda planta subterránea del parking -la primera ya estaba completamente ocupada-, coger un carro se convertía en una auténtica odisea que me llevó, no es broma, casi veinte minutos de espera. Después de subir al supermercado y comprobar que no había carros disponibles, volví al aparcamiento, donde esperé a un señor que había finalizado su compra para hacerme con un carro.

Primera fase superada, pero lo peor estaba por llegar. Una vez dentro del supermercado, sobre las nueve y 25 minutos de la mañana, el espectáculo es más sorprendente si cabe. Mucha gente ya haciendo cola en las cajas, con los carros a rebosar (y por supuesto con el papel higiénico en grandes cantidades, porque no se sabe muy bien se ha convertido en uno de los productos estrella de la crisis del coronavirus) y dejando las estanterías de muchos productos totalmente vacías, escenas más propias de películas apocalípticas. Es lo que tiene el pánico, que no atiende a las llamadas a la calma y a las garantías que los empresarios están realizando sobre el abastecimiento de productos.

Hay muchos productos que, a pesar de que el comercio está recién abierto, ya no hay o escasean. Faltan congelados, tomate frito, arroz, queso fresco, algunos embutidos, chocolate, etc. No queda ni la arena desinfectante para el gato. Y sólo hace más de media hora desde que se han abierto las puertas, pero los empleados no tienen tiempo para reponer las estanterías ante la avalancha de público.

A falta de pan buenas son tortas. Un hombre coge un suavizante distinto porque ya no queda el que suele usar. Otro hombre comenta que ha venido gente a comprar "de otras barriadas" tras haber agotado productos en los supermercados de la zona. Muchos clientes llevan mascarillas y guantes.

Sobre las 09:50 horas y, tras haber comprendido que tendría que acabar la compra sin varios productos, comienza la segunda parte de la batalla: la cola de la línea de caja. Todos los puestos de caja están ocupados, pero las líneas de carritos llegan incluso a dar la vuelta a las estanterías. Eso explica por qué no había carros en el parking.

Como la cola va para rato, hay tiempo para conversar con otros sufridos compradores. "¡Esto es una locura!", es el comentario que más se repite. Un hombre explica que tiene 77 años, nació por tanto en la postguerra, en otros tiempos donde sí había muchas necesidades. No sale de su asombro ante las imágenes del supermercado abarrotado. Delante suya, una señora hace acopio de papel higiénico, parece que lleva para un regimiento.

Entre las conversaciones, hay un sonido de fondo que no para. Es el pitido que hacen los escáneres cuando los empleados pasan los productos de la compra. Es un sonido incesante, casi continuo.

Tras veinte minutos de cola, por fin estoy pasando la compra. Prueba superada. Me voy con varios productos que no he podido comprar y con otros que no necesitaba, como un paquete de rollos de papel higiénico. A las diez y cuarto, fuera del supermercado, lo que supone mucho más tiempo que la mayoría de las veces. Lo bueno, que al faltar productos la compra me ha salido algo más barata. Lo malo, que habrá que ir a otro establecimiento para completarla...

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