Cervantes sigue preso en una Cárcel ‘Irreal’
Calle Rioja
Oprobio. La escultura de Sebastián Santos Rojas, que lleva en Entrecárceles 45 años, apenas puede verse en una zona de continua carga y descarga de vehículos de reparto
SI fuera una gimcana, en la calle Sierpes hay tres pistas para llegar al busto de Miguel de Cervantes, obra de Sebastián Santos Rojas, que desde 1974, cuando era alcalde Juan Fernández Rodríguez García del Busto, delantera stuka del municipalismo, está en la calle Entrecárceles.
La primera pista está junto a las banderas del Círculo Mercantil e Industrial. Una placa que reza: “El Príncipe de los Ingenios Españoles Miguel de Cervantes cita repetidas veces en sus obras la calle de la Sierpe –antigua calle Espaderos– y en ella la Cárcel Real y la casa de Pierres Papin”.
La segunda pista está muy cerca de la calle Albareda. La réplica del cuadro La Cárcel Real, donde estuvo preso el escritor, que pintó Gonzalo Bilbao. Una reproducción patrocinada por el Banco Hispano Americano (hoy es Caixabank) por iniciativa de la Asociación Sierpes.
La tercera y definitiva señal, caliente, caliente, está donde Sierpes reconoce como afluente a Entrecárceles, donde durante muchos años estuvo la tienda matriz de Victorio & Lucchino. Una placa que recuerda que “aquí se engendró para asombro y delicia del mundo...” la obra más universal de las letras españolas.
De La Campana a la Plaza de San Francisco, la carrera oficial del cervantismo choca con la decepción mayúscula de comprobar que Miguel de Cervantes (1547-1616) sigue preso en la Cárcel Irreal de los despropósitos. Tres turistas chinos, un matrimonio y su hija, cada uno con su cámara fotográfica, no deben dar crédito a lo que están viendo. Esa parte de la calle en la que Entrecárceles pasa a llamarse Francisco Bruna es zona de carga y descarga. Una especie de apeadero de camiones y furgonetas y un vaivén de carretillas.
Para asombro, que no delicia, de los viandantes, el busto de Cervantes es difícilmente visible. “Fue el primer libro que leí en el colegio”, dice Mario, que descarga con un compañero la mercancía de una furgoneta de Europastry. Evoca la lectura por imperativo docente en el colegio San Hermenegildo de Dos Hermanas. Los dos currantes se bajan del vehículo, cada uno con su carretilla cargada hasta arriba. Estibadores de secano, llegan juntos hasta el Salvador, presidido por la estatua de Martínez Montañés, más afortunado que el escritor, y se dividen.Mario sube por la Cuesta del Rosario y su compañero por Blanca de los Ríos, junto al bar donde se ofrecían los aperitivos tras las presentación de libros en la librería Antonio Machado cuando antaño la regentaban Carmen Reina y Alfonso Guerra.
Carga y descarga. En el argot quijotesco, suena mejor para los lances en cargo y descargo. El escultor, padre del imaginero, le colocó la espada, atributo de su participación en la batalla de Lepanto. Más le valdría desenvainarla para desfacer este entuerto de la indiferencia. Con Shakespeare, que muere el mismo día del mismo año que Cervantes, no es imaginable un desdén similar. Que algunos tenaces ciudadanos, con Rafael Raya Rasero a la cabeza, no dejan de denunciar.
Ni gigantes ni molinos. Carruajes de diferente tonelaje prestos para la desigual batalla. Los chinos sonríen mientras no dejan de hacerse fotos junto a los distribuidores de Coca-Cola, Cruzcampo o Correos Express. Un desatino, rejas de humo entre las monsergas del cambio climático.
La ciudad está llena de mosaicos alusivos a las múltiples presencias de Sevilla en el Quijote y numerosas Novelas Ejemplares, incluida la Giganta, como llama a la Giralda. Hay un premio Cervantes que recibieron algunos poetas del 27 –Gerardo Diego, Guillén, Alberti...–, que con diplomacia oceánica se entrega casi de forma alterna a autores de la península y de América. La última galardonada, la uruguaya Ida Vitale, vendrá a Sevilla para participar en el congreso de Academias de la Lengua española. Confiemos en que no quiera llevarse de recuerdo una foto con el busto de su patrono. Habrá que parar el tráfico en el Salvador.
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