Cati, la enfermera jubilada que viaja a la frontera con Ucrania para llevar donaciones y traer refugiados
Ayuda humanitaria
Forma parte de la misión coordinada por el hermano mayor de la Hermandad de Santa Marta que arrancó el sábado el viaje y vuelven con 45 ucranianos
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Un maletín con material sanitario, valentía y mucha ilusión y ganas de ayudar. Este es el equipaje con el que la enfermera jubilada, Catalina Portillo, se embarcó hace cinco días en una de las mayores experiencias de su vida: viajar a la frontera de Ucrania para llevar ayuda humanitaria y atender a todo el que huye del terror de la guerra.
Cati, como la conocen en su entorno, no viaja sola. Esta enfermera forma parte de la misión coordinada por el Hermano Mayor de la Hermandad de Santa Marta de Sevilla, Antonio Távora, en la que también participa la pediatra Macarena Rus y varios miembros de la hermandad. En total nueve voluntarios más dos conductores. Cuando Cati atiende a este periódico vienen de vuelta, por Francia, con cinco días de viaje a su espalda y con 45 refugiados ucranianos, y un perro, que llegaran a Sevilla en busca de una vida sin bombas ni disparos.
"El viaje está siendo toda una experiencia. Me va a marcar para siempre. En el autobús vienen niños, ellos son felices, como todos a esa edad, pero las caras de tristeza de sus madres por la tragedia que dejan atrás, es muy duro", explica la enfermera.
Todo comenzó el martes de la semana pasada cuando a Cati le propuso su amigo y organizador de este viaje, Antonio Távora, formar parte de esta misión humanitaria. "No me lo pensé. Tengo un hermano con una discapacidad a mi cargo, pero pensé en que ya me organizaría y le dije que sí, que me iba. Se lo comenté a mis cuatro hijas y ellas también me animaron. La verdad es que a mí me hacía mucha ilusión poder ayudar como enfermera en esta misión. Eso fue un martes y el sábado ya estábamos en camino", explica.
El autobús en el que viaja junto al resto de voluntarios salió el sábado rumbo a Hungría cargado de ayuda humanitaria recogida a través de la donaciones entregadas durante las dos semanas previas en el Colegio de Enfermería de Sevilla con materiales de distinta índole, además de medicamentos, ropa de abrigo, pañales y alimentos no perecederos.
No ha sido un viaje fácil. A las dificultades propias de conducir miles de kilómetros por carreteras y países desconocidos para ellos, se unió la enorme carga moral al llegar al punto de encuentro con los refugiados en Hungría. Allí se encontraron caras tristes, dolor y mucha desesperanza. "Íbamos muy ilusionados y también sin saber lo que nos íbamos a encontrar, pero al llegar al punto de encuentro, la impresión de verlos allí a todos agrupados, con sus maletas y mochilas y tanta tristeza en sus rostros, nos dio un bajón", manifiesta Cati. Pero había que trabajar rápido. Allí los esperaban miembros de Cáritas Hungría, pero, al coincidir su llegada con el día nacional, había pocos voluntarios por lo que buscaron ayuda en una iglesia a unos tres kilómetros y entre los nueve voluntarios descargaron todo el material que han llevado para ayudar a los refugiados. "Un autobús de los grandes llenito", añade la enfermera.
Ya de vuelta, Cati reconoce estar viviendo la experiencia de su vida. Una misión llena de solidaridad para la que está ofreciendo su vocación y formación profesional y que le apasiona. "Vuelvo cargada de momentos muy entrañables. Ayer mismo en una estación de servicio que paramos vía a dos niñas precisas cogiendo flores y cuando volvimos al autobús me las regalaron. No tengo palabras para describir lo que sentí en ese momento", sostiene la enfermera.
Para los 45 que comienzan una nueva vida, lejos de la guerra, el camino no será fácil, pero Cati destaca que "no se les va a dejar solos". "Estamos ya coordinados para que cuando lleguen sean acogidos en la sociedad y hacerle la vida lo menos dura posible", afirma. Otra cosa será qué pasará en el futuro y el deseo de todos de volver a su país cuando cesen los bombardeos. Entonces, insiste Cati, "tampoco le soltaremos de la mano".
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