"El Carambolo, además de templo y centro de negocios, también sería un prostíbulo sagrado"

Álvaro Fernández Flores. Arqueólogo

Sus excavaciones en el cerro de El Carambolo entre 2002 y 2005 han sido fundamentales en la reinterpretación de Tartessos como la civilización de los fenicios que colonizaron Andalucía

Luis Sánchez-Moliní

03 de julio 2016 - 05:03

Álvaro Fernández Flores (Fuentes de Andalucía, 1966) es uno de esos aguafiestas que pusieron fin al mito de Tartessos como una civilización fabulosa que nació casi por generación espontánea en el Bajo Guadalquivir. A cambio, nos propone una realidad que para él es "aún más fascinante": Tartessos no sería nada más (ni nada menos) que un conjunto de colonias fenicias que evolucionaron durante siglos en lo que hoy son las provincias de Cádiz, Sevilla y Huelva. Para llegar a esta conclusión fue fundamental su trabajo arqueológico en el yacimiento del Carambolo durante 2002 y 2005, fruto del cual fue su libro, escrito al alimón con Araceli Rodríguez, Tartessos desvelado. La colonización fenicia del suroeste peninsular y el ocaso de Tartessos (Almuzara). También ha coordinado las obras colectivas Ilipa Antiqva. Desde la Prehistoria a la época Romana. (Ayuntamiento de Alcalá del Río) y La necrópolis tartésica de la Angorrilla (Universidad de Sevilla). Además, Álvaro Fernández es socio fundador de Arqueología y Gestión S. L, una de las pocas empresas sevillanas del sector que sobrevivió a la crisis inmobiliaria.

-En el colegio me enseñaron que Tartessos era una avanzada y fabulosa civilización autóctona. Sin embargo, esa imagen parece que se está desmoronando. -Sí, las recientes intervenciones arqueológicas han planteado la necesidad de revisar esta imagen tradicional. Las fuentes literarias griegas nos hablan, ya a finales del siglo VII a. C., de un lugar llamado Tartessos en el suroeste peninsular. Por tanto, los arqueólogos estamos buscando qué es lo que había en la Baja Andalucía durante esa época.

-¿Y qué es lo que han encontrado?

-Un montón de ciudades con casas de planta cuadrada hechas de adobe y pintadas de rojo. También santuarios y objetos de marfil o escarabeos [amuletos con forma de escarabajo] de tipo egipcio... Toda una serie de objetos cuyos paralelos más cercanos están en Oriente, en lo que hoy es Siria y Palestina.

-¿Y?

-Tartessos del siglo VII a. C. no es más que el mundo colonial de aquellos fenicios que llegaron sobre el siglo X a. C. y que llevabann trescientos años viviendo, principalmente, en la zona de Cádiz, Sevilla y Huelva. Si Tartessos fue algo es lo que vieron los griegos cuando arribaron al suroeste de la Península Ibérica aprovechando la crisis del mundo fenicio.

-Fenicios que llevan trescientos años en la Península... Me recuerda a las élites criollas de América poco antes de la independencia, españoles que llevaban tres siglos en el Nuevo Mundo.

-Exacto. ¿Hasta qué punto eran ya fenicios o autóctonos?

-Ya ha dado algún apunte, pero ¿cómo eran las ciudades tartésicas?

-Como decíamos, tenían un urbanismo regular, con casas cuadradas hechas con adobe que no tienen ya nada que ver con las cabañas de planta circular realizadas con cañizo que había con anterioridad. Las medidas de estas construcciones obedecen al codo fenicio, una unidad de medida de este pueblo. Los suelos, realizados con una arcilla de un rojo muy fuerte, son muy característos. De rojo también se pintaban los zócalos, aunque los alzados eran blancos. Son ciudades que siempre están junto a un cauce de agua y fuera de ellas se sitúan tanto la necrópolis como el templo, que suele estar en un promontorio cercano, como una ermita.

-Esto nos indica que muchos de los actuales pobladores del Bajo Guadalquivir tenemos sangre fenicia, aunque sea sólo un poco. Se habla mucho del pasado romano y árabe, pero no de nuestros antepasados fenicios, que es un pueblo que más bien tiene mala fama.

-Sí, el término fenicio se usa algunas veces como algo peyorativo. Incluso, durante mucho tiempo, estuvo asociado al de judío, que ya sabe que era un insulto. Como la historiografía tradicional relacionó Tartessos con los nativos, se creía que los fenicios eran unos comerciantes que llegaban aquí y los engañaban, como esos exploradores que cambian cuencas de vidrio por pieles valiosísimas. Incluso, en los libros de texto de los años cincuenta y sesenta se ven ilustraciones con los fenicios timando a los indígenas.

-¿Qué había aquí antes de la llegada de estos fenicios?

-Es un gran misterio. Algo pasó y, entre el 1.700 a. C. y el 1.100 a. C. en el que empezó la colonización fenicia, la gente prácticamente desaparece de esta zona del valle del Guadalquivir. ¿Un desastre natural, una epiemia, la subida de las marismas...? No lo sabemos. Muy atrás había quedado el boom del Calcolítico, periodo del que tenemos muchísimos yacimientos.

-¿Y cuando llegaron los fenicios no había nadie?

-Alguien pululaba por aquí, pero no dejaron unos restos materiales firmes y sólidos. Podían ser sociedades trashumantes que, en invierno, bajaban con los ganados de las zonas de sierra. Son pueblos relacionados con el llamado Bronce Atlántico que lo único que han dejado son estelas de guerrero y depósitos de armas.

-Poco podrían comerciar los fenicios con esos pueblos.

-Es que, como le decía, los fenicios no vinieron aquí para comerciar, como siempre hemos creído, sino para asentarse, para colonizar el territorio, para fundar ciudades. Es posible que estos pueblos del Bronce Final del que hablábamos bajasen de las montañas a saquear las ciudades fenicias.

-¿Y quién fue entonces Argantonio, el legendario rey tartésico tan del gusto de algunos nacionalistas andaluces?

-Argantonio, el hombre de plata, parece ser la recreación en estas tierras de un antiguo mito griego. Es un proceso similar al traslado de los mitos clásicos que llevaron los conquistadores españoles a América: El Dorado, las amazonas... Todo esto no quita que dejemos bien claro que, cuando hablamos de Tartessos, estamos hablando de la primera civilización de Occidente.

-¿Para usted cuál es la gran incógnita de este tema?

-Lo que hablábamos antes: ese mundo de transición entre el Calcolítico y la llegada de los fenicios.

-En todos estos siglos que duraron las colonias fenicias habría una evolución cultural autóctona, ¿no?

-Claro, en la cultura tartésica hay cosas que ya no son de los fenicios. Se observan influencias de Grecia, chipriotas, evolución propia y algunas cosas raras que no sabemos de dónde vienen y que podrían ser de esos pocos indígenas de los que hablábamos antes.

-¿Los fenicios trajeron el alfabeto a la Península Ibérica? ¿Qué tipo de fuentes escritas dejaron?

-Hay muy pocas inscripciones, porque muchas de ellas se hicieron en papiro y han desaparecido. Fundamentalmente, tenemos fórmulas religiosas, como la de la diosa Astarté que se encontró en El Carambolo y que se guarda en el Museo Arqueológico de Sevilla.

-La buscaré y copiaré cuando llegue a casa. [Dicho y hecho. El resultado fue: "Esta ofrenda la ha hecho B'lytn, hijo de D'mlk, y Bdb' l, hijo de D'mlk, hijo de Ys'l, para Astarté, nuestra Señora, porque ella ha escuchado la voz de su plegaria"]. Dígame, ¿qué comían?

-Ahora estamos empezando a hacer estudios sobre la alimentación. En las tumbas se encuentran cuartos traseros de bueyes, pero esto sería parte del ritual funerario y no significa que estuviesen todo el día comiendo carne. En principio, los análisis que hemos hecho en la necrópolis de Alcalá del Río nos indican que comían fundamentalmente legumbres, cereales y verduras y, en menor cantidad, algo de carne y pescado.

-¿Y su alfarería?

-Tenían una gama muy amplia, desde los típicas cazuelas para cocinar hasta cerámicas de engobe rojo, una especie de barniz muy fino que haría las veces del vidriado e impedía que los líquidos se filtrasen. Son interesantes unos platos para comer pescado con una oquedad central para una salsa que sería el antecedente del garum romano.

-¿Y sus muertos, como los enterraban?

-De eso sí sabemos mucho. Los cementerios solían estar a uno o dos kilómetros de las ciudades, siempre atravesando un río, como una frontera mágica. Solían hacer banquetes funerarios en los que se le ofrecían al difunto diferentes platos con comida. Los vivos, que también comían, tiraban los restos del banquete a la tumba.

-Entre el 2002 y el 2005 usted hizo una excavación en El Carambolo de la que surgió su libro, escrito al alimón con Araceli Rodríguez, Tartessos desvelado. Fue una intervención muy importante para la reinterpretación de este yacimiento, que ya es considerado como un santuario fenicio.

-El Carambolo era el gran santuario de Spal, que, como todas las colonias fenicias, tenía varios núcleos: Sevilla (en la paleodesembocadura del Guadalquivir), Alcalá del Río (como punto de defensa hacia el interior del Valle), y el Cerro de la Cabeza o el Cerro Macareno. Sabemos que en este templo marítimo se daba culto a Astarté, por un lado, y Baal o Melkart por otro. Eran los grandes dioses de Tiro y de la colonización fenicia, sus grandes protectores.

-Como gran templo que se precie, el de El Carambolo también sería un importante centro comercial, un lugar donde ocurrían muchas cosas.

-Sí, claro. El templo funcionaban como banco, almacén, registro de la propiedad, notaría... Los mercaderes que echó Cristo del templo no estaban allí por casualidad. El Carambolo, al igual que todos estos templos, también funcionaría como lugar donde se practicaba la prostitución sagrada.

-¿Un burdel cuyos beneficios eran para el templo?

-Exacto. El Carambolo, además de templo y centro de negocios, también sería un prostíbulo.

-¿Y el famoso tesoro de El Carambolo? Carriazo pensó que era el ajuar sagrado de un sacerdote y lo representó con un famoso dibujo de Juan Miguel Sánchez. Sin embargo, últimamente ha habido otras interpretaciones.

-José Luis Escacena y Fernando Amores han propuesto que parte del tesoro podía ser para engalanar a los bóvidos que iban a ser sacrificados.

-¿Y qué piensa usted?

-Yo creo más probable otra teoría de Eduardo Ferrer Albelda que lo ve como parte de la vestimenta del dios, del betilo, piedras sagradas que se vestían como hoy se visten a las vírgenes de candelero.

-Muy recientemente, al fin se ha declarado BIC al yacimiento de El Carambolo después de años de abandono. ¿Cree que se ha podido deteriorar algo?

-Con toda seguridad. La parte principal del yacimiento se protegió, pero otras zonas, como las dependencias anexas, apenas se cubrieron. La erosión y el vandalismo han tenido que actuar. Está muy bien la declaración BIC del Carambolo, pero ahora hay que tomar medidas, porque si no...

-¿Y qué se puede hacer con el yacimiento?

-Ideas hay muchísimas y hoy en día disponemos de materiales y discursos museológicos que permitirían una puesta en valor espectacular. Nunca olvide que hablamos de un santuario de más de 2.800 años de antigüedad... Bien recuperado, El Carambolo podría tener el mismo rango que Itálica. Sólo por las vistas que se tienen allí arriba ya irían muchos turistas.

-Lo que se muestra en el Arqueológico es una copia del tesoro realizada por Marmolejo, pero el auténtico se guarda en la cámara de un banco. ¿El original debería estar en exposición permanente?

-Creo que sí, porque aunque Marmolejo hizo una gran copia se nota mucho la diferencia, empezando porque la tuvo que realizar en una escala mayor. Está claro que no es lo mismo una réplica que un original.

-¿El tesoro es obra de un sólo autor?

-Todo indica que es obra de varios autores. Probablemente fue una acumulación de piezas de diferentes épocas, como el tesoro de una catedral. Primero el collar, después otra pieza...

-¿Y dónde se debe enseñar: en el Arqueológico o en el Ayuntamiento, como pretendió Zoido?

-En el Arqueológico, porque le da un contexto en el que el tesoro se entiende gracias a las salas de los periodos previos y posteriores. De la otra manera no es más que una masa de oro, algo que tiene más que ver con la codicia que con la historia.

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