Capilla ardiente del cardenal Amigo: emoción y respeto en el Salón del Trono
En la sala contigua a donde velaban al cardenal una carrera oficial de afecto con coronas de muchísimas hermandades
Jesús Pérez Saturnino (Sevilla, 1941) conoció muy bien a Carlos Amigo Vallejo. El cardenal casó a su hija y bautizó a su nieta. Este laico, maestro de escuela por sus estudios de Magisterio, se encargó de organizar los dos viajes de Juan Pablo II a Sevilla. El de 1982, en pleno traspaso de poderes de la UCD al PSOE, es decir, del gallego Leopoldo Calvo-Sotelo al sevillano Felipe González Márquez, que vienen los socialistas como tituló Mariano Ozores su película; y el de 1993, año en que el pontífice polaco asistió al 45 Congreso Eucarístico Internacional y después se dio un baño de masas en el Rocío. En la primera visita, todavía regía la diócesis Bueno Monreal, aunque desde junio ya estaba en Sevilla el obispo llegado de la diócesis de Tánger. En la segunda ya era titular Amigo Vallejo. Las dos visitas las organizó Pérez Saturnino. Ayer llevaba en su chaqueta una hoja ya arrugada de tanto leerla. Era un párrafo de la Encíclica Lumen Gentium relativo a las cualidades del obispo del que se puede leer: “Tomado de entre los hombres y rodeado él mismo de flaquezas, puede apiadarse de los ignorantes y equivocados”.
El goteo de gente era incesante. La noche del jueves, en el Salón del Trono, estaba el hermano Pablo junto al que ha sido su padre espiritual y putativo. A la mañana del viernes, allí seguía impertérrito, recibiendo las condolencias con mucha emoción y pocas palabras. La sala contigua estaba llena de coronas de las hermandades y cofradías de Sevilla. Una carrera oficial de afecto y gratitud para quien le dio el sitio a todos sus titulares. Las más populares que están en la mente de todos y también las de Pino Montano o Torreblanca.
Manuel Chaparro, párroco del Amparo de Dos Hermanas, rezó un Padrenuestro ante el féretro de Carlos Amigo. A su lado, el arzobispo de Sevilla, José Ángel Saiz Meneses, que no ha podido vivir más cosas en el tiempo que lleva al frente de la diócesis. Su predecesor, Juan José Asenjo Pelegrina, entraba por la puerta lateral del Palacio Arzobispal, la de las aldabas para gigantes junto al trozo de calle que en la esquina con Alemanes lleva el nombre del cardenal Amigo Vallejo. Una de las coronas era del obispo de Sigüenza, Atilano Rodríguez, localidad natal de Asenjo con pastor y catedral.
La noche del jueves fue a despedirse de él Julio Cuesta, el pregonero más pregonado de la Semana Santa de Sevilla. ¿Cuántos pregones en 27 años de pontificado episcopal? Carlos Amigo renunció a ese honor. Entre los que velaban su cuerpo, porque su alma ya está con el Padre, figuraba Ignacio Sánchez Dalp, el párroco de la iglesia de las Flores, en Pío XII, que sí fue pregonero. En la mañana de ayer se pasó por el Palacio Arzobispal Javier Arenas. Siendo vicepresidente del Gobierno de Aznar asistió el 28 de septiembre de 2003 en Roma para el nombramiento del arzobispo Amigo Vallejo como cardenal.
“Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando”. Es inevitable recordar los versos de Juan Ramón Jiménez, el poeta que comparaba la iglesia de Moguer vista de cerca con la Giralda avistada en la lejanía. En la plaza Virgen de los Reyes continuaba el flujo de turistas. Algunos creían que el Palacio Arzobispal formaba parte de la ruta turística, pero estaba para otros menesteres.
El Palacio Arzobispal fue construido sobre las casas que en 1251 donó el rey Fernando III al obispo Don Raimundo. En la primera planta hay dos lápidas que fueron colocadas en junio de 1994. En las dos aparece el nombre de Carlos Amigo Vallejo. En una, como promotor junto a las Esclavas del Divino Corazón, de este soporte de memoria para recordar que entre el 13 de febrero de 1896 y el 19 de enero de 1906 residió en este Palacio el Beato Marcelo Spínola y Maestre, que cuarenta días antes de su muerte fue hecho cardenal por el Papa San Pío X, titular de la parroquia de las Letanías. En la segunda lápida, Amigo Vallejo aparece como anfitrión de un huésped muy especial, el Papa Juan Pablo II, que entre el 12 y el 15 de junio de 1993 residió en estas dependencias cuando acudió al Congreso Eucarístico Internacional. “Se quedó en el dormitorio del nuncio”, dice Pérez Saturnino, que guardará siempre un recuerdo muy entrañable de Amigo Vallejo. “De lo que más orgulloso me siento es de que me nombrara maestro de celebraciones litúrgicas episcopales”. No debía hacerlo mal porque en una ocasión en la que acompañó a Amigo Vallejo a Polonia, Juan Pablo II lo reconoció y le dijo: “el liturgo”.
Un día después de su muerte, se cumplían 48 años de su ordenación como obispo (28 de abril de 1974) por Marcelo González Martín. Hoy va del Palacio Arzobispal a la Catedral, ese trayecto que tantísimas veces recorrió por la Plaza Virgen de los Reyes, vulgo Matacanónigos. A la salida pusieron dos libros de condolencias donde se recogerá la intrahistoria de lo que este castellano recio al que Dios hizo sevillano sembró a lo largo de casi tres décadas de obispo.
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