Becario, investigador, novelista
Calle Rioja
Emilio Ferrín 'vuelve' como novelista a El Cairo, alternativa literaria en la ciudad en la que estudió y a la que regresó como investigador después de la Expo.
EN 1995, Emilio González Ferrín (Ciudad Real, 1965) se doctoró con una tesis sobre el diálogo euro-árabe que más de tres lustros después ha encontrado el correlato de una novela, Las bicicletas no son para El Cairo (ediciones En Huida), que ayer presentó en la sede de Helvetia en el Paseo de Colón.
Licenciado en Filología Semítica y Árabe en la Universidad de Granada, se ha reinventado a sí mismo como novelista después de una dilatada trayectoria como ensayista, investigador y profesor, condición de la que daba fe ayer la presencia de numerosos alumnos. A algunos los tuvo en el Aula de la Experiencia, "donde podía dar Historia de Al-Andalus porque el medievalismo académico no me dejaba".
En la portada de la novela se ve un tanque apuntando a una bicicleta. Reproduce una pintada en el barrio de Zamalek, uno de los escenarios del libro, a partir de los acontecimientos de la primavera árabe que forman parte del contexto de la trama y del cruce de caminos de sus personajes.
El Cairo lo conoce como becario y como investigador. En la primera experiencia, su llegada a la capital egipcia coincidió con la concesión del Nobel de Literatura a Naguib Mafouz, a quien este arabista manchego de cuna veía en el Casino del Nilo.
El título de la novela no es un guiño a la novela homónima de Fernando Fernán-Gómez -Las bicicletas no son para el verano-, ya que se trata de un juego de palabras del dialecto egipcio, en el que las palabras prisa y bicicleta son sinónimos. ¿A dónde vas con las prisas? Así se podía traducir libremente y es una metáfora de las propias limitaciones que toda revolución tiene en un país con tantísima historia y tan rica.
"En El Cairo hay gente buena haciendo cosas malas y gente mala haciendo cosas buenas". Una ciudad con la que inicia una carrera de novelista para la que ha prescindido del González paterno por ser más versátil el materno Ferrín para posibles traducciones al francés, al inglés o al árabe. El Cairo es el escenario de la primera de las seis novelas con las que pretende completar una ambiciosa hexalogía. La trilogía de El Cairo la cerrará con La calle Champollion y La tumba de Dassara, y de la trilogía de los puentes, homenaje al cineasta polaco Kieslowski, ya ha escrito Los puentes de Verona. "Son tres novelas de Europa mirando al mundo árabe y tres de El Cairo mirando a Occidente".
Practicó un curioso diálogo euro-árabe en la Expo 92, a la que se incorporó desde El Cairo para trabajar primero de azafato de congresos y después en el Pabellón de Arabia Saudí a las órdenes de un comisario que le hizo el doble encargo de conseguirle un fax y una cabra. Con el dinero que ganó en esos menesteres colombinos se compró un Lada ruso.
Una bicicleta de seis piñones es el icono fundamental de la novela, planteada al estilo del melodrama egipcio del que se nutren las telenovelas tan populares en ese país. Septiembre es un buen mes para la bicicleta en Sevilla: el 2 de septiembre, Antonio Piedra ganó la etapa de los lagos en Covadonga y ayer Emilio Ferrín, novelista sin complejo de Edipo, presentó Las bicicletas no son para El Cairo. Él también llegó primero a los lagos cuando ganó en Asturias el premio Jovellanos con una particular lectura del Corán titulada La palabra descendida.
Hay en el caso de este flamante novelista un diálogo euro-árabe puramente geográfico. "Desde la primera línea de mi Historia de Al-Andalus hasta la última de esta novela todo lo he escrito en una casa de Tarifa con vistas a Tánger". La casa que fue de Pedro Albert, prestigioso médico sevillano que encabezó una candidatura de Alianza Popular a las elecciones municipales y era abuelo de la esposa del novelista. Una casa que figura en las memorias políticas de Javier Arenas Bocanegra.
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