Ataris González, sevillano en Ucrania: "Encontré muy poca solidaridad"

Pidió permiso en su trabajo para irse a la guerra, donde estuvo veinte días la pasada primavera

Llevó alimentos y ayuda humanitaria al país y sacó a niños, mujeres y ancianos

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Bienvenido Ataris González, fotografiado en el Café Central.
Bienvenido Ataris González, fotografiado en el Café Central. / Antonio Pizarro

Pasó veinte días en Ucrania, donde ayudó a introducir alimentos y ayuda humanitaria y de donde sacó a niños, mujeres y ancianos que acabaron como refugiados en distintos países de Europa. Encontró poca solidaridad, cierto desprecio por las vidas ajenas y se topó de frente con la maldad humana, en forma de timadores y aprovechados. Es la historia de Bienvenido Ataris González, un sevillano de 56 años y vecino de Gelves, que pidió un permiso en su trabajo para irse a la guerra.

"Necesitaba quitarme unos demonios míos personales, y decidí que la mejor forma de hacerlo era irme allí a ayudar. Tengo un antiguo compañero con el que te puedes meter en cualquier aventura y allá que fuimos", explica Bienvenido Ataris, cuyo nombre homenajea a su padre por un lado y a un antepasado berserker por otro. Atiende a este periódico en la Alameda de Hércules, donde los fines de semana dirige al personal del Café Central y el Eureka, así como la seguridad de ambos locales. Entre semana es soldador de acero inoxidable.

El viaje fue en avión hasta Cracovia, con escala en Barcelona. Una vez en Polonia, lo recogió otra persona y lo llevó hasta Medyka, en la frontera con Ucrania. Fue unos días antes de Semana Santa y se volvió en plena Feria de Abril. "Encontré muy poca solidaridad. Hay mucha gente que intenta ayudar mucho, pero no sabe cómo hacerlo. Y no encontré a ningún sevillano. Ni andaluces. Era Semana Santa, pero la famosa cristiandad sevillana no apareció por allí, para nada".

Bienvenido Ataris González, sevillano que se fue a la guerra de Ucrania.
Bienvenido Ataris González, sevillano que se fue a la guerra de Ucrania. / Antonio Pizarro

"Yo iba a intentar ayudar en todo lo que podía, que siempre era poco. Llevábamos alimentos y sacábamos del país a gente enferma y a personas que intentaban huir y no sabía cómo", explica. Todavía hay amigos suyos en Ucrania. "Son verdaderos héroes", dice, y cita a Winrich Pomerin, Alberto Plaza Figuerola y Miguel Zayas Cienfuegos. De este último, asegura que es "el amigo con el que te metes en cualquier aventura, sea lo que sea, es punto y aparte, un hermano".

En su periplo ucraniano estuvo "muy cerca del frente". "Bueno, es que allí todo es frente", precisa. "Vimos bombazos a lo lejos. Corrimos riesgo porque se corre riesgo hasta en la misma frontera. Estando allí, hubo un bombardeo a 18 ó 20 kilómetros de Medyka".

Insiste en que esperaba más ayuda internacional. "Es cierto que la gente no sabe cómo hacerlo. Por ejemplo, la comida se estropeaba. Era mucho más fácil comprarla en Polonia, donde es barata, que enviarla desde España. Ese desconocimiento existe. El principal problema era la falta de vehículos, que son necesarios para entrar en Ucrania y sacar a la gente. Comida y mantas había de sobra".

Y parte de lo que llegaba se perdía. Es aquí donde dice que vio de cerca la maldad humana. "Había un tipo de Madrid que se quedaba con las donaciones que llegaban. Se quedó con 10.000 mantas. Engañó a una señora, la mujer de un político, a la que convenció para que comprase un fármaco, un opiáceo muy fuerte, porque le dijo que era para paliar el dolor de los niños. Aquello terminó vendiéndose en el mercado negro. También le pidió que le comprara unos chalecos especiales antifragmentos. Le mandó cuatro. Él se los quedó todos".

Ataris González en una iglesia ucraniana

Nada más llegar a Polonia, en el aeropuerto de Cracovia, uno de sus compañeros le avisó de que había un español que se hacía pasar por miembro del CNI. "Decía que era capitán, pero el CNI no tiene capitanes. Yo ya sabía que iba a intentar tangarme. Me llamó por teléfono para saber dónde estaba y si podíamos colaborar. Y trabajaba con el que vendió los fármacos".

La vida en Ucrania era dura pero no pasó hambre en ningún momento. "Dormíamos mal. Los que se hacían cargo del campamento de refugiados en la entrada a Medyka eran noruegos. Y el trato con ellos era malo. Mucho mejor con los chinos y los americanos". Se comunicaba a través de una aplicación de telefonía móvil con su novia, Marta, a la que le dijo que se iba a la guerra el día antes de marcharse.

Para entrar en Ucrania, los polacos les pusieron "cien mil pegas". "Y el trato era pésimo. Tuvimos ciertos altercados porque nos registraron por completo siete veces y nos tuvieron cuatro horas esperando, a pesar de que estábamos registrados. Si querías entrar en Ucrania para ayudar, había que inscribirse en un registro y te daban una pegatina. Yo era del equipo hispano, que dirigía Basel, un boliviano criado en España".

Ataris González, con una bandera española en Ucrania.
Ataris González, con una bandera española en Ucrania.

Comida no les faltó gracias a la labor del chef español José Andrés, afincado desde hace años en EEUU pero cuya labor solidaria ya fue impresionante durante la pandemia del covid-19. "Tiene distintas cocinas y alimenta a toda Ucrania. También los sijs, una comunidad india, y los chinos se encargaban de dar de comer a la gente. Pero José Andrés es para darle el Nobel. Las mejores cocinas son suyas. Estando allí, le bombardearon una cocina y le mataron a dos de los suyos. Y él se movía por todo el país repartiendo comida".

Ataris percibió en algunos de los ucranianos con los que trató cierto desprecio por la vida, incluso un clasismo que no esperaba. "No son tan buenos como parecen, o como nos lo pintan los medios. La mentalidad eslava es distinta a la de aquí. En Kiev hablamos con unos ucranianos a los que informamos de que estaban matando gente a 80 kilómetros. 'No pasa nada, son campesinos', fue la respuesta".

Como a Chaves Nogales en el París de la II Guerra Mundial, a este otro sevillano le sorprendió que en las ciudades grandes, como Kiev o Lviv, la vida siguiera con una normalidad que chirriaba en un país en guerra. "Fuimos a llevar comida y a salvar vidas, pero eso a la mayoría de los ucranianos les daba exactamente igual. En Kiev o en Lviv la vida era como si no pasase nada, a pesar de que había matanzas a 80 kilómetros. Nosotros jugándonos la vida y los de allí sentados en los restaurantes".

En otra ocasión, en una gasolinera, un empleado de la misma nos les permitió repostar la furgoneta en la que iban si no pagaban el gasoil tres veces más caro del precio marcado. "La furgoneta tenía un agujero en el depósito, que tapamos como pudimos. Nos la habían dejado unos madrileños. A la vuelta había que repostar y nos pasó eso. Se querían aprovechar de todo".

A pesar de las dificultades, sacó del país a niños, mujeres y ancianos, que quedaron "super agradecidos". Una vez que salían de Ucrania, iban al centro de refugiados y de ahí a distintas partes de Europa. "Muchos no querían venir a España, primero porque está muy lejos, y después porque decían que no eran todo lo bien tratados que ellos querían. Preferían ir a Alemania o al Reino Unido".

Ataris, en una cocina de José Andrés.
Ataris, en una cocina de José Andrés.

En los primeros momentos había un gran descontrol en la frontera, pues llegaba un autobús y a él se subían los primeros que aparecían por allí. Luego ya se organizó más el traslado de refugiados. Allí coincidió con el alcalde de un pueblo de Jaén, que trajo a un grupo de ucranianos. Y también supo que habían desaparecido varias mujeres y niñas en la frontera, posiblemente por parte de alguien con intereses en explotarlas sexualmente.

Ya lo dijo el párroco de la Iglesia ucraniana en Sevilla cuando llegaron los primeros refugiados a la capital andaluza. No dejaría a niños con desconocidos, a pesar de que mucha gente se había ofrecido, porque cuando la catástrofe nuclear de Chernobil vinieron muchos menores que acabaron en manos de pederastas, camuflados entre las familias solidarias.

Ataris González con un lama tibetano seguidor del Betis.

Ataris tiene un buen puñado de anécdotas de su paso por Ucrania, como la vez que el lama tibetano Thubten Wangchen lo bendijo en la frontera. Se queda con las caras y las risas de los niños cuando su compañero Alberto Plaza Figuerola se disfrazó de payaso. Hoy sigue en contacto con gente que está en Ucrania, aunque admite que no sigue mucho las noticias por los medios tradicionales. "Aquí en España sólo llega una parte que interesa, no las dos versiones". Y no descarta volver.

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