Arqueología y Atarazanas
El arqueólogo señala que uno de los problemas para rechazar el proyecto de Vázquez Consuegra es la construcción de centenares de micropilotes alrededor de los pilares medievales
PREOCUPADO por nuestro patrimonio, voy siguiendo con interés desde un principio toda la problemática que rodea a las Atarazanas y el proyecto de restauración del señor Vázquez Consuegra. En muchas intervenciones se ha hablado de arqueología, pero nunca hemos querido intervenir, a menos que se nos haya invitado expresamente a ello, pues consideramos que no es en la actualidad la arqueología el problema principal del monumento, sino el edificio en sí, y éste es más un problema de arquitectura. Un problema de arquitectos, que saben medir y lo que hay que medir, y calcular y lo que hay que calcular. Los arqueólogos nos dedicamos más a sacar los materiales depositados, basura o tesoros, e interpretarlos. Y esto no es lo esencial en las Atarazanas, aunque al excavar puedan aparecer restos de la muralla, almorávide o almohade, y quizá alguna puerta y hasta alguna torre cuya existencia ignorábamos. Pero esto no es lo esencial en las Atarazanas, porque si se excavan ahora, conoceremos nosotros esos lienzos de muralla y esas torres y esas puertas, y si no se excavan, ahí seguirán enterradas hasta que otros más capaces que nosotros lo hagan. Y entonces quedarán exentas y podrán disfrutarlas quienes lo hagan, porque nadie las habrá destruido, ni modificado, ni enmascarado.
Con el mismo interés que otros anteriores, he leído el artículo de mi querido amigo Fernando Amores, arqueólogo y profesor de la Universidad que presume, y puede hacerlo, de haber tenido el privilegio de conocer las Atarazanas mejor que ningún otro arqueólogo, por haber trabajado en ellas. Y es verdad que ha tenido ese privilegio, y algunos otros, pero después de decirnos en algunas publicaciones lo que ha encontrado, todos podemos conocer lo arqueológicamente importante que hay en ellas, tan bien como él. Por eso, y por sentirme con suficiente autoridad, después de 50 años dedicados a la profesión, y muchos de ellos en puestos de responsabilidad, para contestarle. Lo hago movido, sobre todo, porque el señor Amores considera que el silencio de los arqueólogos significa que están de acuerdo con el proyecto. Y nada más lejos de la verdad. Quiero recordar que una de las primeras denuncias contra el proyecto partió de la Academia de Bellas Artes de nuestra ciudad, y en el escrito enviado a la prensa se defendía literalmente que en el monumento sólo eran "admisibles obras de conservación, mantenimiento, consolidación, acondicionamiento y restauración". Y el escrito fue redactado, por encargo de un Pleno, por arquitectos y arqueólogos, entre los que me encontraba. Y en la administración, y en el juzgado, hay escritos firmados también por mí, a título personal. No es cierto, por tanto, que no se haya alzado la voz de ningún arqueólogo.
Nos llama la atención ver en el artículo cómo el señor Amores quita capacidad a algunos arquitectos para hablar de arqueología, y él se siente, sin embargo, autorizado para hablar de Arquitectura, de la importancia de la luz, de los problemas de distribución interior del edificio o de su estabilidad.
Uno de los problemas fundamentales para rechazar por completo el proyecto del señor Vázquez Consuegra es la construcción de unos centenares de micropilotes de hormigón alrededor de los pilares medievales de ladrillo. De ellos se ha dicho a veces que impedirán que las Atarazanas puedan excavarse por completo. Y el señor Amores dice que por completo no, pero que en el 99% sí. Pero no es en el sentido espacial como lo entendemos nosotros, sino en el simplemente estético. Los micropilotes impedirán la excavación completa de las Atarazanas porque resultará ridículo excavar un monumento espectacular, único en Europa, como Fernando Amores reconoce, para ver un bosque de pilares medievales de ladrillo rodeados por completo, ocultados, escondidos, como si faltaran y hubieran sido reconstruidos, por unos lienzos de hormigón, de manera que queden al descubierto los arcos de ladrillo y a éstos apoyados en pilotes de hormigón. Habría que dejar lógicamente enterrados estos pilotes y por tanto no se podría excavar donde los hubiera, y los va a haber por todas partes. O, si se decide excavar, habría que volver a echar las tierras en el interior del monumento, utilizarlo como vertedero, para esconderlos.
Alega el señor Vázquez Consuegra que son necesarios estos micropilotes porque el edificio está en estado ruinoso. Una mentira con apariencia de verdad. Y lo decimos basados en los numerosos artículos que hemos leído y conferencias que hemos escuchado, no sólo de los arquitectos García Tapial y Mendoza, que no son unos vulgares arquitectos, aunque sean arquitectos con minúscula, sino de todas las instituciones nacionales e internacionales, entre ellas diversas Reales Academias, que se han interesado por el monumento. Ni una sola de ellas defiende la legitimidad del proyecto. Y más nos convencen sus razones, que las del arquitecto, con mayúscula, como Fernando Amores quiere que se le llame al señor Vázquez Consuegra. Y lo respetamos, porque hay un Dios, y muchos dioses.
Alega el señor Amores su experiencia en otros monumentos. Pero tendríamos que decir que los resultados de sus actuaciones no han sido siempre las más adecuadas. Y pensamos en las excavaciones del mercado de Triana, antiguo castillo de San Jorge, y el éxito ruinoso de su museo; en los restos de la Plaza de la Encarnación, que iban a ser el Guggenheim de Sevilla, y ahora tienen que ser mantenidos por el Alcázar; y en los hornos de Niculoso Pisano, de la calle Pureza, de los que nada puede verse, ni siquiera los restos que allí se encontraron en el recientemente abierto Museo de Cerámica de Triana; y en las excavaciones de El Carambolo, donde en su opinión se había encontrado el mayor santuario fenicio de Occidente, por el que habrían transitado los bueyes destinados al sacrificio adornados con las joyas del tesoro, y el cual fue cubierto por una losa de hormigón, que el mismo Amores considera "vergonzosa". Pero que se echó pensando que era algo reversible, pues en cualquier momento podía levantarse. De los micropilotes que el arquitecto Vázquez Consuegra quiere clavar en las Atarazanas dice él ahora que no tocan a los pilares, y que en cualquier momento podrían quitarse también si se cree necesario. Seamos sinceros, ¿cuándo? ¿Antes o después que la vergonzosa losa de hormigón del Carambolo?
Porque la losa del Carambolo se echó para preservar para el futuro los restos del presunto santuario. Digamos que es excesivo, pero que, al menos teóricamente, se justifica. Quizá llegue el día en que seamos capaces de levantar la losa y seguir excavando el presunto santuario. Pero los micropilotes de las Atarazanas ¿para qué son? Pues son tan sólo para poder echar sobre las cubiertas del monumento otra losa de hormigón, que soporte una plaza en la que pueda abrirse una cafetería, una cafetería más, y junto a ella un salón de actos, porque el que actualmente existe en la planta baja, obra reciente del arquitecto Antonio Barrionuevo, ejemplar por lo respetuosa que fue con el monumento, se derriba en el proyecto. ¿Tiene sentido? A su lado, la vergonzosa losa de hormigón del Carambolo, aun siendo vergonzosa, resulta justificable.
También te puede interesar
Lo último
Contenido ofrecido por Cervezas Alhambra
Contenido ofrecido por Osborne
Contenido Patrocinado
Contenido ofrecido por Universidad Loyola