Antonio Susillo: El escultor poeta
Se cumplen 120 años de la trágica muerte de uno de los mejores artistas sevillanos
De sus manos salieron obras como la galería de sevillanos ilustres
Un escultor de altura. Un hombre de fama. De compleja personalidad. Con gran sensibilidad artística. Prolífico y muy trabajador. De carácter atormentado. Un genio, que hoy pasa muy desapercibido en su ciudad natal. Antonio Susillo, el escultor poeta, como lo calificaba la prensa de la época, se quitó la vida el 22 de diciembre de 1896. Se acaban de cumplir 120 años de la muerte del artista contemporáneo más importante de Sevilla sin que las autoridades, civiles o académicas hayan promovido algún acto para recordar su figura. Más allá de los historiadores del arte, el nombre de Antonio Susillo es ajeno a la gran parte de la sociedad hispalense, algo que podría justificarse, en buena medida, porque se mantuvo alejado del mundo de las cofradías. De la mente y de las manos de Susillo han salido los mejores monumentos públicos que hay en la ciudad, como el de Daoíz, de la Plaza de la Gavidia, o la galería de sevillanos ilustres que corona una de las fachadas del Palacio de San Telmo.
"Susillo es el escultor más importante de Sevilla del último cuarto del siglo XIX. Es el contrapunto en el sur a la escultura catalana. Puede pelear con ellos. Era muy conocido y alcanzó fama. A través de sus discípulos, como Collaut Valera, Joaquín Bilbao o Castillo Lastrucci, su obra se ha perpetuado", explica Jesús Rojas-Marcos, profesor de Historia del Arte de la Universidad de Sevilla. La obra de Antonio Susillo se puede dividir entre las piezas de pequeño formato y escultura civil, y el monumento público. Entre las primeras, destacan dos sobre todo: La primera contienda y La alegoría de Sevilla. Ambas se encuentran en paradero desconocido, seguramente en colecciones privadas. "El profesor Juan Miguel González y yo hemos encontrado varios bocetos de La primera contienda. El original, que fue presentado a la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1887 aparece reseñado en el Museo de Bellas Artes, pero allí no está", señala Rojas-Marcos.
Este mismo extremo también lo confirma José León Calzado, conservador de bienes culturales, que conoce de primera mano la obra de Susillo por haber trabajado en la campaña de restauración de monumentos promovida por la Gerencia de Urbanismo del Ayuntamiento: "Son piezas que hace para participar en las exposiciones. Obras de autor. Tras su muerte, su mujer subasta todo lo que hay en el taller y por eso pasan a colecciones privadas".
Susillo fue un trabajador incansable y de gran inspiración. Sus obras eran recogidas en los periódicos nacionales y su participación en exposiciones o certámenes artísticos generaba una gran expectación. Andrés Luque Teruel, profesor de Historia del Arte de la Universidad de Sevilla, ensalza las aportaciones del artista de la Alameda: "Fue el primero que en Sevilla rompe con las tradiciones barrocas heredadas. Incorpora las tendencias internacionales. Coge, por ejemplo, lo mejor del arte francés del momento. Sus obras son muy avanzadas. Tienen mucha calidad".
Precisamente, la formación internacional de Susillo es muy importante para su producción. Uno de los capítulos más enigmáticos de su vida, como relata José León, fue su viaje y estancia en París tras la aparición en su taller de un misterioso personaje al que se ha identificado como "el príncipe ruso". "Realmente, se trata de un chambelán, un camarlengo del zar Nicolás II. Este señor conoció un relieve suyo expuesto en el Alcázar por expreso deseo de Isabel II y acudió al taller a ver su obra. Aquel mismo día decidió invitarlo a París, Susillo aceptó y al poco tiempo emprendió su viaje para, en palabras escritas por el propio Susillo, 'darle el opio al ruso". Susillo estudió durante un año en la École de Beaux Arts, donde obtuvo la máxima calificación. Aprendió el retrato del natural, la técnica de la fundición y, seguramente, conoció la obra de las figuras estelares del momento: Carpeaux y Rodin.
Pese a que Susillo gozó de una enorme popularidad en su tiempo, su figura no ha sido nunca abordada mediante ningún estudio metódico de su obra. "Siempre ha gozado de un valor máximo en los círculos artísticos y hoy día, cuando hablas con expertos, historiadores o especialistas en Filología, siempre señalan a Susillo como una figura capital, pero no hay ninguna publicación. Tampoco la ciudad ha hecho nada en más de cien años para reconocer su figura", asevera Luque Teruel.
Su vida y su obra también han estado envueltas en leyendas que han podido camuflar su enorme talento, como la que atañe a los pies del Cristo de las Mieles, una obra capital, que cuentan que pudo desencadenar su suicidio, algo completamente desmentido por sus propios escritos. "Pasa eso en lugar de valorar esta solución como un recurso que cambió por completo la expresión de un crucificado ingrávido, expirante y sereno. Es una imagen completamente distinta al abanico de crucificados sevillanos que abrió Bautista Vázquez El Viejo y que hubiera cerrado Gijón con el Cachorro de no haber sido por la aparición de Susillo con esta escultura. Sobre este desconocimiento tan sólo hay que ver cómo en diferentes libros se datan sus obras en diversas fechas, hay incluso quién ha colocado la realización del Cristo de las Mieles en años en los que ya no vivía", señala León Calzado.
Los expertos consultados por este periódico resaltan la perfección técnica de Susillo y su sorprendente dominio del barro. "Tenía mucha soltura. Mantiene la volumetría de los cuerpos, pese a la soltura de los detalles", indica Luque Teruel. "El dominio que tenía del barro y el modelado eran asombrosos", añade Rojas-Marcos. José León destaca, además, el realismo: "Sorprende cómo refleja la calidad de las telas y de los materiales como la madera en el bronce y en el barro".
Muy destacable es esa experimentación que busca Susillo, que se ve muy bien en el Cristo de las Mieles, del cementerio sevillano, o en el conjunto de sevillanos ilustres de San Telmo. "Utiliza un material plenamente contemporáneo y muy novedoso en la época: son de cemento. De todas ellas, me sorprende muchísimo el retrato de Benito Arias Montano, ataviado con un abrigo, seguramente realizado a partir de telas encoladas, cuyo volumen le aporta una sensación de rotundidad y una visión afacetada, que recuerda la estética de las vanguardias", concreta León Calzado. El profesor Rojas-Marcos identifica a la galería de sevillanos ilustres y el monumento a Daoíz como obras excepcionales: "Susillo es el autor de los principales monumentos a los actores de la ciudad. En la galería de sevillanos ilustres deja una representación magnífica de los prohombres sevillanos".
Susillo fue el primero en Sevilla en hacer escultura monumental y creó una amplia escuela de escultores que siguieron sus planteamientos, indica Luque Teruel: "Joaquín Bilbao hereda la posición predominante, Coullaut Valera, que se marcha a Madrid, Sánchez Cid, Viriato Rull y el último eslabón que es Castillo Lastrucci, que no tiene nada de neobarroco, presenta un realismo susillesco influenciado también por Bilbao, Ordóñez... su escuela deja obras muy importantes".
Para las cofradías, Susillo sólo realiza las manos de la Virgen de la Amargura y San Juan. "Era un escultor internacional que no se centró en lo local. Además, en ese momento la Semana Santa atravesaba una crisis. Las manos son excepcionales", comenta Rojas-Marcos. "No trabaja en las cofradías porque tampoco se dirigen a él. No tenían capacidad económica suficiente y las cofradías en ningún momento del arte se han dirigido a la principal figura", añade Luque Teruel. León Calzado abunda en esta cuestión: "En cierta ocasión le preguntaron por su interés espiritual hacia la Semana Santa y no tuvo reparos en concluir que iba a ver los pasos por la admiración que le despertaba la suntuosidad de los mantos bordados de las dolorosas".
Pese a su temprana muerte, Susillo dejó un amplísimo catálogo de obras por su gran capacidad de trabajo. Muchas de ellas, pueden ser disfrutadas hoy por la ciudad que tanto lo admiraba.
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