Manuel Clavero, andaluz antes que ministro de España
En el adiós de Manuel Clavero
Clavero antepuso el interés de Andalucía a su ambición política
Su dimisión como ministro de Cultura alteró el modelo territorial del Estado
No hay mejor metáfora de la trayectoria pública de Manuel Clavero Arévalo que su encierro involuntario en un ascensor del Ministerio de Cultura una noche sombría de invierno de hace casi cuarenta años. El ministro era él. Venía de vuelta de una reunión tempestuosa en la que se había quedado solo en defensa de la autonomía andaluza frente al Gobierno del que formaba parte y al partido (UCD) en el que se había integrado en los albores de la democracia. Cuatro horas de aislamiento por la avería de un ascensor y muchos días de soledad por una causa justa e incomprendida. Fue entonces cuando sacrificó su cartera ministerial por la dignidad de Andalucía. Es lo que le hizo entrar en la Historia. Por la puerta grande.
Ocurrió porque aquel catedrático de Derecho Administrativo con vocación inequívoca de servicio público se había tomado en serio la solución ideada por los padres de la Constitución de 1978 para resolver uno de los problemas más agudos de la España contemporánea: la articulación territorial del Estado. Sí, Clavero se tomó en serio el Estado de las Autonomías como fórmula de descentralización del poder desde la igualdad y la solidaridad. Creyó firmemente que la conquista de las libertades tenía que venir acompañada por la consagración institucional de la pluralidad de los territorios y los pueblos que componen España. Pensó que la restauración de la Generalitat de Cataluña, que pilotó con Tarradellas como ministro para las Regiones, era sólo un primer paso para la construcción de un Estado democrático y descentralizado en el que todas las comunidades tendrían su papel y su reconocimiento. Sin privilegios ni discriminaciones. El café para todos, se dijo.
Fue el 15 de enero de 1980 cuando el comité ejecutivo nacional de la Unión de Centro Democrático decidió que Andalucía alcanzara la autonomía por la vía del artículo 143 de la Constitución, lenta y de menor contenido, en vez de por la vía del artículo 151, más rápida y con mayores cotas de autogobierno (la aplicada ya a Cataluña, País Vasco y Galicia con el argumento de que éstas sí eran comunidades históricas, como si Andalucía hubiera nacido anteayer...). En realidad lo que se hizo ese día fue imponer el designio acordado por los poderes fácticos de reservar la autonomía plena para las tres "nacionalidades" que tuvieron estatutos efímeros durante la Segunda República y conceder a las demás "regiones" españolas una autonomía de segunda categoría. Andalucía estaba destinada a derribar ese proyecto, aunque aún no lo sabía.
Al día siguiente llegó el corolario esperpéntico del frenazo al proceso autonómico de Andalucía: la propia dirección de UCD anunció que en el referéndum, que ya había sido convocado, el partido pediría la abstención. "¡Andaluz, éste no es tu referéndum!" fue el desdichado lema de una campaña electoral insólita: el Gobierno que convocaba la consulta a los ciudadanos llamaba a los mismos ciudadanos a no participar en ella.
En aquellas horas sombrías, en la soledad del ascensor estropeado del Ministerio de Cultura, Manuel Clavero Arévalo tomó la decisión más trascendental de su vida pública: cambiar el cargo por la dignidad. Dejar de ser ministro de Cultura para volver a Andalucía a pelear por el SÍ en el referéndum saboteado por su partido y su gobierno. Ejercer de andaluz antes que de político en el poder. Lo pensó y lo hizo de una manera típicamente andaluza: "¡Ea, ya estoy yo en mi casa!".
La dimisión era la única salida con honor al conflicto planteado. Desde junio de 1979, cuando Rafael Escuredo sustituyó a Plácido Fernández-Viagas como presidente de la Junta preautonómica de Andalucía, los cuatro partidos representados en este gobierno provisional sin apenas competencias (PSOE, UCD, PCA y PSA) se juramentaron para conquistar la autonomía plena por la vía del artículo 151 y Clavero, como presidente regional de UCD, impulsó decididamente este proceso, pese a que la dirección nacional no se aclaraba al respecto y surgieron reticencias entre dirigentes centristas de algunas provincias orientales de Andalucía.
La vía elegida estaba llena de complicaciones. Exigía que tres cuartas partes de los ayuntamientos de cada provincia acordaran en sesiones plenarias adherirse al procedimiento y hacerlo en un plazo de seis meses. La carrera de obstáculos no acababa ahí: posteriormente habría que celebrar un referéndum de ratificación en el que en cada una de las ocho provincias se pronunciase a favor la mayoría del censo (no bastaba, pues, que hubiera más votantes a favor que votantes en contra). Rafael Escuredo se recorrió toda la comunidad y Manuel Clavero se quedó sin vacaciones aquel verano para movilizar a alcaldes y concejales y reactivar lo que ya era un sueño colectivo y transversal de transformación de Andalucía mediante la palanca del autogobierno.
Quizás por la fuerza de sus convicciones andalucistas, por ingenuidad o por desconocimiento de las intrigas de la Corte, Don Manuel -así le hemos llamado hasta su muerte- no supo interpretar las señales que emanaban del Gobierno acerca del proceso autonómico andaluz. Confiaba en el seductor Suárez, que ya había pactado con Escuredo la fecha del referéndum (por cierto: acordaron el 1 de marzo, pero el portavoz centrista andaluz, Miguel Sánchez Montes de Oca, avisó de que ese día era sábado, de modo que se retrasó la consulta al 28 de febrero, viernes, buscando una mayor participación).
Por eso no se alarmó por el hecho de que Adolfo Suárez, que le había hecho ministro dos veces, no despachara a solas con él desde septiembre, que el ministro de Autonomías, Antonio Fontán, dijera en noviembre "no estoy en condiciones de asegurar que el referéndum se celebrará el 28 de febrero", o que en los mentideros políticos de Madrid se diera por supuesto que el diseño final del Estado autonómico sería asimétrico, de dos categorías, y que Andalucía quedaría en la segunda y, por tanto, la vía del artículo 151 sería inexorablemente interrumpida, aunque nadie sabía cómo.
Se supo más tarde. En enero de 1980. El procedimiento no fue otro que posicionarse contra el triunfo del referéndum, con toda la potencia del Gobierno y de UCD, y boicotearlo por todos los medios, lícitos e ilícitos. Valía todo. Desde la contradicción de un gobierno que convoca por ley un referéndum y demanda a los ciudadanos que no acudan a votar a la redacción abstrusa e ininteligible de la pregunta que parecía destinada a generar confusión (merece la pena recordarla: "¿Da usted su acuerdo a la ratificación de la iniciativa prevista en el artículo 151 de la Constitución, a efectos de su tramitación por el procedimiento establecido en dicho artículo?". ¡La gallina! Desde la rebaja de la campaña institucional a quince días, frente a las tres semanas de las campañas de los referendos catalán y vasco, hasta el regateo de fondos públicos para hacerla (125 millones de pesetas concedió el Ministerio de Hacienda al consejero preautonómico de Interior, Antonio Ojeda, menos de la mitad que a las campañas de País Vasco y Cataluña). El Gobierno fue claramente beligerante en contra de la autonomía de Andalucía utilizando todos los recursos a su alcance para favorecer la posición del partido que entonces lo ocupaba.
Y fracasó. Los estrictos requisitos impuestos por la Constitución en el camino hacia la autonomía plena y rápida fueron cumplidos por los andaluces de largo, con la excepción de Almería, donde los votos a favor superaron con mucho a los contrarios, pero no se alcanzó la mayoría absoluta del censo de votantes. No obstante, la victoria del SÍ había sido tan rotunda, en una coyuntura de efervescencia y movilización ciudadana nunca repetida, que el Congreso de los Diputados habilitó una solución singular que, finalmente, consagró la autonomía de Andalucía y, de paso, liquidó el modelo de descentralización asimétrico contra el que Manuel Clavero se había rebelado.
Así fue como un político conservador, moderado y discreto se convirtió en el líder de la subversión del orden (territorial) establecido y defensor de los derechos de los (pueblos) pobres. Decidiendo, en la soledad de un ascensor averiado, volver a Andalucía sin ministerio pero con dignidad. Eso hizo don Manuel.
5 Comentarios