“Dios me mandó aquel caso”
El policía que resolvió el doble crimen de Almonaster
El policía que resolvió el doble crimen de una mujer y su hijo en una finca de Almonaster la Real inicia un pleito con el Estado para reclamar su cruz al mérito policial con distintivo rojo
A Ricardo Morente los muertos le hablan. No es que se le aparezcan en mitad de la noche para contarle su vida ni que le ocurra como al comisario Ricciardi, ese personaje de las novelas del escritor italiano Maurizio de Giovanni, que tiene el don de ver el último instante de la vida de cada persona que ha sufrido una muerte violenta y de oír la última frase que ésta pronuncia. Morente no llega a tanto. Más bien a él los cadáveres le transmiten una información que puede resultar clave para esclarecer el caso.
Así, hablando con los muertos, dio con el único asesino en serie que ha existido en Sevilla, Juan Luis Roa, que había matado ya a tres comerciantes a puñaladas y del que la Policía apenas tenía ninguna pista. Los forenses que practicaron las autopsias coincidían en que las tres víctimas presentaban cuchilladas bajas y profundas. Cuando la Policía tuvo conocimiento de que un hombre había ofrecido unos diamantes a un conocido joyero de Sevilla, Morente torció el gesto y le hizo una pregunta a su jefe:"¿Cómo es ese hombre? ¿Ha dicho algo el joyero sobre su complexión?". "Sí, aquí dice que es de baja estatura pero fuerte", respondió su jefe. "Ése es nuestro hombre", le dijo. Y acertó.
Ricardo Morente es un veterano oficial de la Policía Nacional que pasó buena parte de su carrera en el Grupo de Homicidios de Sevilla. Cuando estaba a punto de jubilarse resolvió el caso de su vida: el doble crimen de Almonaster la Real. Su trabajo sirvió para esclarecer un doble homicidio cometido dieciocho años atrás y que estaba a punto de prescribir. Genaro Ramallo, un profesor de matemáticas de Huelva, mató a su mujer, María del Carmen Espejo, de 25 años, y al hijo de ambos, Antonio, de 11, y ocultó sus cadáveres en una finca de Almonaster la Real, un pequeño municipio de la sierra de Huelva.
A Morente le llegó como un caso frío, que es como se denomina en la Policía aquellos asuntos que llevan años estancados y sin avances en la investigación, y en los que se revisa todo desde el principio para comprobar qué fallos pudo haber en las pesquisas originales, y si las nuevas técnicas de investigación pueden aportar algo de luz. La Dirección General de la Policía suele enviar periódicamente circulares a los grupos de Homicidios con los crímenes que están próximos a prescribir, para que se les dé una última vuelta a la investigación antes de que se quede definitivamente archivada. En una de esas circulares venían una serie de nombres y a Morente le llamó la atención algo: había dos desaparecidos en los que figuraba el mismo denunciante, Manuel Bárcena. “Aquello ya me pareció que merecía la pena hacer alguna comprobación”.
Lo primero, mirar el DNI
Bárcena era el padre de María del Carmen Espejo, que no llevaba su apellido porque había nacido de una relación extramatrimonial pero a la que aceptó desde el principio y con la que siempre mantuvo trato. Este hombre, que vivía en el centro de Sevilla, había denunciado 18 años antes la desaparición de su hija y de su nieto, que residían en Huelva con un profesor boliviano llamado Genaro Ramallo. Éste, principal sospechoso, aseguraba que María del Carmen y su hijo se habían marchado a Madrid y que él seguía recibiendo cartas del niño, al que a veces veía en la capital de España.
Lo primero que hizo Morente fue comprobar si la madre y el hijo habían renovado sus DNI. “No había DNI. Ya eso me puso en alerta”. Tampoco había movimientos de dinero en el banco, no había multas de tráfico, el niño no había estado escolarizado, no tenían ninguna propiedad a su nombre... No había nada que pudiera indicar que María del Carmen y Antonio siguieran con vida. Morente pidió permiso para centrarse en el caso y obtuvo al principio negativas. Hasta que pidió 16 días de asuntos propios que le debían y fue entonces cuando le dijeron que mejor que no se los tomara. "Ponte con lo tuyo de Huelva".
Y ahí se convirtió en un verdadero sabueso. Con un compañero, iba a diario a Huelva a vigilar a Ramallo. Supo que era un mujeriego y tenía varias relaciones con distintas mujeres. "Llegaba el fin de semana y le decía a mi mujer, mira, vamos a pasar el día en Huelva". Y allí se ponía a seguir a Ramallo. Dejaba a su esposa en el coche, en alguna cafetería o en alguna tienda y él seguía con su investigación. Averiguó que era un buen profesor de matemáticas, que daba clases a bastantes niños y que tenía en propiedad una parcela en Almonaster la Real. La finca está ubicada junto al camino de Sevilla y en ella quedan las ruinas de una antigua construcción, una alberca y un pozo. Poco más. La vegetación lo invade todo y no hay nada sembrado. Los policías hablaron con el vecino de la finca de al lado, que tenía una tienda en Calabazares, una aldea cercana.
"Nos dijo que llevaba varios años sin venir por aquí y que apenas tenía trato con él. Bien, nos despedimos de él, no sin antes avisarle de que podía poner en riesgo una investigación policial si avisaba a su vecino de que dos policías habían preguntado por él, y que podía estar cometiendo un delito. No, no, tranquilos, no se preocupen”. La investigación siguió su curso. Morente sabía desde el principio que el asesino era Ramallo, pero tenía que probarlo. "Y parece que Dios me envió aquel caso, de lo bien que me salió todo".
El error del sospechoso
La Policía le había pinchado el teléfono al sospechoso. Durante un seguimiento, a Morente se le escapó un grito: "¡Genaro!". Ramallo se volvió, Morente y su compañero se identificaron como policías y explicaron que estaban allí porque necesitaban realizar un trámite relacionado con la desaparición de María del Carmen Espejo y el pequeño Antonio. Los agentes le quitaron importancia a su presencia allí y explicaron que el caso estaba pronto a prescribir y necesitaban tomarle una última declaración a él como marido y padre de los desaparecidos. Ramallo tenía prisa.
Aquella mañana se dirigía al juzgado porque había tenido un accidente de tráfico y tenía un juicio por este asunto. Se excusó y los policías le explicaron que no había ningún problema, ellos esperarían a que terminara el juicio. Y fue entonces cuando el profesor boliviano cometió por fin un error. Sacó su teléfono móvil y telefoneó al fijo de la tienda de Calabazares que regentaba su vecino de Almonaster. No había nadie en la tienda, pero la llamada quedó registrada.
"En Almonaster están los cuerpos", le dijo Morente a su compañero. ¿Qué sentido tiene hacer una llamada a un vecino al que lleva varios años sin ver ni hablar con él, más aún cuando uno lleva prisa porque tiene un juicio? Al volver de los juzgados, Ramallo recibió a los policías, que le tomaron declaración. Allí se sintió cazado. "Cuando me firmó la declaración, lo hizo de forma normal en todas las hojas, pero cuando llegó a la última, hizo una firma mucho más grande, firmó con rabia, como diciendo: 'hijos de puta, me habéis pillado".
El hallazgo de los cuerpos
La Policía puso en marcha un operativo para rastrear la finca de Almonaster la Real. Se utilizó el georradar para comprobar si había movimientos de tierra. Se revisó primero una zona que quedó descartada. Su jefe dudó. La Policía había contratado una excavadora para los trabajos de búsqueda de los cuerpos y no había presupuesto para muchos más días. "Jefe, la excavadora no se mueve de aquí. Aquí están los cuerpos. Si hace falta, yo pago de mi bolsillo los días que sean necesarios".
Los esfuerzos se centraron después en un pozo que estaba cubierto. Allí aparecieron los cuerpos. Sólo quedaban los huesos. La madre y el hijo estaban decapitados, siguiendo un ritual boliviano conocido como la pachamama. Los cuerpos estaban en sacos de dormir y las cabezas fuera. Ricardo Morente aventura una teoría de cómo ocurrió el crimen: "Era el 20 de agosto de 1993. María del Carmen salió de su trabajo y Genaro la recogió. Vinieron a pasar el fin de semana a la finca. Como hacía calor, creo que les pudo decir a la madre y al hijo que cavaran en el pozo para encontrar agua mientras él iba a pedir alguna bomba para llenar la alberca y hacer allí una piscina. Me imagino que trabajarían ilusionados, cuando en realidad estaban cavando su propia tumba".
Ramallo, acosado por la presión policial, decidió escapar a Francia. "Pero yo no me puse nervioso. Todo me había salido tan bien en este asunto que estaba tranquilo, sabía que iba a caer tarde o temprano". Morente define a Ramallo como una persona muy inteligente, que estuvo a punto de cometer un doble crimen perfecto. ¿Por qué los mató? "Si no era para él no era para nadie. Ella acababa de obtener su plaza de funcionaria, era joven y tenía independencia económica. Él debió pensar que no la podría controlar, que tarde o temprano ella le dejaría. Y el niño, su propio hijo, fue un testigo que eliminó".
Semanas después, en otoño de 2011, el boliviano fue detenido en Toulouse, después de haber intentado ponerse en contacto con su hija a través de un tercero. Hoy, siete años después de la detención, el oficial que dirigió aquella investigación está a punto de iniciar un pleito con el Estado para reclamar una cruz al mérito policial con distintivo rojo, que la Policía le denegó en su día.
Del descuartizador del Tiro de Línea al asesino de la medallita
Ricardo Morente tiene en su casa unos grilletes viejos que les colocó a todos los asesinos que detuvo. Esas esposas pasaron por las manos de criminales como Antonio Gordillo Sala, el hombre que descuartizó a la profesora norteamericana Laura Cerna Baird en su casa del Tiro de Línea. Morente convenció a Gordillo para que escribiera una confesión durante el registro domiciliario del piso, en presencia del secretario del juzgado. Este veterano oficial de Policía participó en decenas de investigaciones, la mayoría de ellas resueltas con éxito. Detuvo al asesino de una anciana en Dos Hermanas gracias a que averiguó que a la víctima le faltaba una medallita. Fue por todas las joyerías de la localidad preguntando si alguien había intentando venderles una joya de este tipo. Cuando cerraron las joyerías, empezó con los bares. Y dio con el dueño de un bar de Dos Hermanas que había comprado una medalla. “No se preocupe, le doy mi palabra de que no le va a pasar nada. Me entrega usted la medalla, por favor”. Y así resolvió el asunto. No todo son parabienes. Le imputaron una revelación de secreto porque le dejó a un vigilante del hospital una fotografía de Ricardo Suárez, el hombre que mató al celador Gaspar García, después de que éste atropellara a su hija. “Pensé que el asesino iría al hospital a ver a la niña y dejé la foto y mi número de teléfono. Al día siguiente hubo una concentración y sacaron el papel que yo le di ante las cámaras”. Quedó en nada.
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