Alfonso Guerra, nuevo académico de Buenas Letras

Nombramientos

Alfonso Guerra imparte una conferencia. / José Ángel García

Alfonso Guerra, ex vicepresidente del Gobierno de España, es desde ayer nuevo miembro de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, elegido en la misma sesión en la que la institución con sede en la Casa de los Pinelo también eligió a Rafael Sánchez Saus, colaborador de los periódicos del Grupo Joly.

Los académicos Alfonso Lazo, Enrique Valdivieso y José Antonio Gómez Marín propusieron la candidatura de Alfonso Guerra (Sevilla, 1940) para una Academia que se fundó el 16 de abril de 1751. La sesión la presidió el director en funciones, el notario Pablo Gutiérrez-Alviz, ya que su titular, el doctor Ismael Yebra Sotillo, falleció el pasado 22 de diciembre. El 28 de enero se celebrarán elecciones para elegir al nuevo director de la institución. Yebra había sustituido al arabista Rafael Valencia, fallecido meses después de su relevo.

Alfonso Guerra lo ha sido todo en política pero no es un político al uso. Todo o casi todo, porque siempre se quedó con el anhelo de ser alcalde de Sevilla, pero el PSOE tenía para él otros cometidos. Hombre fundamental en la refundación del PSOE tras el congreso de Suresnes de octubre de 1974, desde 1977 encabezó la lista socialista de Sevilla para el Congreso de los Diputados.

En aquella primera legislatura coincidió con su ahora padrino académico Alfonso Lazo, catedrático de Historia. Este 2022 se cumplen cuarenta años del triunfo electoral del PSOE en las elecciones generales del 28 de octubre de 1982. Felipe González, con el respaldo de 202 diputados, llegó a la Presidencia, y Alfonso Guerra fue su vicepresidente. Nació el día de San Fernando de 1940, primer año de posguerra, y ahora con este nombramiento como académico de Buenas Letras vuelve a conquistar Sevilla. Un político con un perfil intelectual nada frecuente: participó en compañías de teatro, fundó la librería Antonio Machado, participó en Colliure en los homenajes al poeta del palacio de Dueñas. El flamante académico de Buenas Letras dio recientemente en la de Medicina una conferencia sobre Cervantes. Casi nada literario le es ajeno. Fue quien presentó la traducción al Ulises de James Joyce de Francisco García Tortosa y María Luisa Venegas en edición del primero.

Cuarenta años después de convertirse en uno de los hombres con más poder en España, encontró acomodo en nuevos territorios, aun pagando el precio de la incomodidad de no responder a los cánones de lo políticamente correcto. Se le ha podido ver como una de las voces más autorizadas en la película-documental de José Luis López Linares ‘España, la primera globalización’, en la que también interviene Enriqueta Vila, la americanista y primera mujer que dirigió la Academia de Buenas Letras. Guerra prologó el libro ‘Madre Patria’ del autor argentino Marcelo Gullo Omodeo con frases que pueden escandalizar a indigenistas de pacotilla: “Lo que diferencia a la leyenda negra española es que, lejos de ser combatida por las víctimas de la desinformación, fue asumida, interiorizada por ellas”. Ha sido uno de los grandes divulgadores del libro de María Elvira Roca Barea ‘Imperiofobia y leyenda negra’, un caso insólito de ensayo que se ha convertido en best seller.

Undécimo hijo de trece hermanos, fue el primero que hizo estudios de Bachillerato y que accedió a la Universidad. Alumno brillante, estudió en el colegio que existía en la casa-palacio donde nació Miguel Mañara. Su infancia y adolescencia las cuenta con trazos de neorrealismo sevillano en el primer volumen de sus Memorias, que tituló con un verso de Luis Cernuda: ‘Cuando el tiempo nos alcanza’.

Neorrealismo pasado por el tamiz de su insobornable amor a Sevilla, ciudad a la que todos los fines de semana en su época de vicepresidente no dejaba de faltar un solo día. Admirador de Curro Romero como aficionado a los toros, en una entrevista con Julia Otero se definió bético “como todos los sevillanos a los que no les gusta el fútbol”. Nunca olvidará que fue elegido académico de Buenas Letras en la víspera de un Betis-Sevilla de Copa. Enamorado de la ciudad de Sevilla, esta pasión la transmitió a muchos visitantes. Una de ellas, Lawrence Debray, hija de Regis Debray y de la que fuera directora del Instituto Francés de Sevilla, Elisabeth Burgos, contó esa influencia en su libro ‘Hijo de revolucionarios’. El también académico Antonio Burgos ha dicho de Alfonso Guerra que era más sevillano “que la madre que lo parió”.

El historiador Rafael Sánchez Saus. / Efe / Román Ríos

El nuevo académico no falta un solo año a la comida en El Rinconcillo para presidir y participar con pasión de exigente lector en el jurado de los premios de relatos Ciudad de Sevilla, donde tuvo ocasión en la última edición de departir largo y tendido con el que días después sería nuevo alcalde de Sevilla, Antonio Muñoz.

Alejado de dogmatismos y de neofanatismos, los denuestos que ha ido recibiendo a lo largo de su vida evidencian que va por el buen camino: antes era el ogro de las derechas; ahora se ha convertido en el pinpanpún de las izquierdas jóvenes pero antediluvianas. Fiel a sus debilidades, disfruta con Muerte en Venecia de Visconti y con el chocolate, adicción que elegía en una entrevista a la hora de confesar un pecado. Aficionado al ajedrez, gustaba de ver las partidas de Karpov y Kasparov en el teatro Lope de Vega.

Aparece en la histórica foto de la tortilla que hizo Manuel del Valle con la cámara de Pablo Juliá. “Escribir acerca del pasado exige sobreponerse a la nostalgia”, escribe en sus Memorias. Ahora le toca escribir acerca del futuro. Tiene un año para preparar su discurso de ingreso en la Academia de Buenas Letras. La expectación está asegurada. La casualidad o el destino quiso que en sus memorias, por orden alfabético, el índice onomástico lo abra Fernando Abril Martorell. Su homólogo centrista, vicepresidente del Gobierno de Adolfo Suárez, se convirtió en uno de sus mejores amigos. Una amistad que va contracorriente en estos tiempos de nuevos güelfos y gibelinos.

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