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Adolescentes conflictivos: Recurso para familias que no saben qué hacer con sus hijos

Adinfa dirige un proyecto pionero

Ricardo Pardo, en el centro de una asamblea con menores del centro de Coria del Río. / Juan Carlos Muñoz
María José Guzmán

01 de diciembre 2019 - 06:13

Lo llamaremos José: tiene 14 años y ni estudia ni hace tarea alguna en casa, donde no sólo no ayuda, sino que se muestra siempre contrariado, responde sin respeto y se salta los horarios de la comida y las salidas. Hasta aquí el dibujo puede ser el de cualquier adolescente que se muestra rebelde con el mundo, una actitud con ánimo de transgresión que parece un problema de la juventud de hoy pero ya fue diagnosticado por el mismo Aristóteles en la antigua Grecia.

José repite curso y este año ha empezado a faltar a clase, no se asea adecuadamente y ha empezado a gritar, insultar y dar puñetazos a la pared. La alerta cambia de color, es el abono perfecto para un trastorno de conducta. Y, definitivamente, se vuelve roja cuando su familia ha notado que en más de una ocasión han faltado 20 euros de la casa o que el menor fuma porros. En este punto, la convivencia se ha vuelto insostenible, ya no hay normas que valgan y aunque la madre no lo sabe, ha golpeado con violencia en más de una ocasión a su padre, que oculta las lesiones.

Dos menores en una de las habitaciones de la residencia de Adinfa. / Juan Carlos Muñoz

El relato no es exagerado, aunque apunta a argumento de reality show. Tampoco aislado. Retrata la realidad que viven muchas familias en silencio. Una situación que hace tiempo que las desborda pero, hasta que no se encuentran ahogados, no suelen buscar ayuda. ¿Dónde? Tampoco es fácil. Los servicios sociales comunitarios, la atención que presta la Junta de Andalucía a través de los ayuntamientos, son conscientes de que éste es un problema más extendido de lo que pudiera pensarse. Pero no hay recursos públicos para derivar estos casos que, si no se tratan a tiempo, desestructuran aún más a las familias y provocan conflictos judiciales.

¿Qué implica educar?

Educar implica querer mejor, expresar el afecto de forma ordenada y sistemática mediante tres variables que son: la norma, la comunicación y la autoridad. Y, según Ricardo Pardo, a menudo los padres se confunden. El psicólogo apuesta por poner adjetivos al amor, aunque el español para eso es una lengua limitada. Y advierte de casos de amor mal entendido: “Hay madres que llaman 20 veces al niño para ver dónde está y lo hacen, sobre todo, para quedarse tranquilas con ellas mismas. ¿A quién está queriendo?”.

No son menores desamparados, carne de centros de tutela. Tampoco delincuentes que puedan ingresar en internados para infractores. Entre una realidad y la otra hay un mundo de adolescentes conflictivos que necesitan ser reeducados para enderezar su camino. No son marginales necesariamente; es más, muchos pertenecen a una clase alta con padres, al menos estéticamente, normalizados y capacidad económica para mandarlos a un internado, mucho mejor en el extranjero. Lejos. Aunque no siempre esto es posible y, ni mucho menos, eficaz. Sí hay un patrón que se repite mucho: hijos de padres separados y niños adoptados.

Ricardo Pardo, psicólogo de Adinfa, posa en una sala de terapias con retratos de referentes de la psiquiatría de todos los tiempos. / Belén Vargas

Algunos psicólogos y educadores comparan la situación con la violencia machista hace unas décadas. “Hoy estamos concienciados y las mujeres que sufren cualquier tipo de violencia saben dónde acudir, pero no hace mucho se avergonzaban y hasta justificaban esas agresiones pensando que algo habrían hecho para merecerla”, comenta Ricardo Pardo, psicólogo que se entrevista cada semana con padres a los que les cuesta asumir una grave situación que a menudo cobra su real dimensión en la consulta. Ni siquiera hablan de ella en casa, menos en la calle o redes sociales. La violencia filio-parental es un extremo al que se llega después de un proceso de educación poco conveniente. “Es muy duro reconocer que has fracasado con tu hijo”, apunta el psicólogo Manuel Márquez, el otro socio de Adinfa.

Sólo el 40% es biológico

Las normas tranquilizan y una prueba es que los menores internados en Adinfa lo acaban valorando y agradeciendo. Les hace sentirse seguros y son necesarias. En la conducta de un adolescente, según Adinfa, influyen varios factores: hay un 40% que es biológico, pero otro 30% corresponde a los padres (tradicionalmente más la madre) y el 30% restante a la sociedad que, normalmente, no premia el esfuerzo y propicia la generación de niños tiranos. “Hay que ser firmes y a la vez mostrar afecto, ternura”.

Ambos crearon esta cooperativa hace diez años avalados por otra década de experiencia con menores en Proyecto Hombre. En 2014 apostaron por abrir un centro que hoy se ha convertido en el primero hospitalario dedicado en exclusiva a trastornos de conducta y otros conflictos de la adolescencia en Andalucía. “Había que encontrar un marco legal para algo que, hasta ahora, no existía: un centro para el tratamiento residencial de trastornos de conducta en adolescentes”, explica Berta Aparicio, abogada de Adinfa, constituida en 2009 como sociedad cooperativa andaluza de interés social.

Los psicólogos Ricardo Pardo y Manuel Márquez, junto a la abogada Berta Aparicio y la educadora Inma Campanario. / Juan Carlos Muñoz

El equipo es multidisciplinar y, además de los especialistas en medicina general del hospital, está compuesto por tres psicólogos, una psiquiatra, tres trabajadores sociales, tres educadores, un pedagogo, un maestro, tres monitores expertos en emociones, tiempo libre e integración social, además de otras personas que se encargan de la administración, la consultoría jurídica y la comunicación. Por sus manos han pasado ya 600 niños, la mitad desde que en 2014 Adinfa abrió las puertas del centro de internamiento.

Dos de los adolescentes internados en Adinfa, en sus horas de estudio. / Juan Carlos Muñoz

El tratamiento es caro. El coste se eleva a 100 euros por niño y día. Las plazas son privadas, pero hay algunos pacientes que pueden beneficiarse de un seguro escolar que existe a partir de tercero de la ESO. “Depende del Ministerio de Trabajo y cubre dos tercios del tratamiento a quien se pueda acoger”, explica Pardo. No es el caso de Juan, que no ha pasado de primero de la ESO. Adinfa está cobrando a las familias incluso un poco menos y hace un llamamiento a la Administración pública para que concierte al menos algunas plazas o incluso a empresarios que estuvieran dispuestos a financiar una parte. Lamentan no llegar a más.

Una 'familia' para entrenar

Las normas tienen un proceso: hay que distribuir, definir, hacer un seguimiento y generar una consecuencia adecuada a la conducta. El centro se convierte en una gran familia donde cada uno tiene obligaciones (comer, asearse, limpiar, estudiar, participar en las dinámicas). Unas fichas van puntuando a los niños y sólo salen si han conseguido sus objetivos, un entrenamiento que debe seguir en casa. “Hay hasta 24 trampas que los mayores hacen: si la cama está hecha pero parece una pocilga se da por bueno para evitar el conflicto. Así no”.

Los psicólogos revisan sus agendas, repletas de nuevas consultas. Los casos se diagnostican en un centro en Sevilla, en San Bernardo. Allí se imparten talleres y terapias y hay un centro de tarde que acoge dos días a la semana a un grupo de 15 adolescentes que reciben tratamiento ambulatorio. “El ingreso es lo último, se hace cuando no hay más remedio que separar al menor de su familia, aunque a veces los padres lo piden”, explican los psicólogos que atienden incluso a familias de fuera de Andalucía en una casa sin lujo que mantienen los propios chicos, encargados de la limpieza, el orden y la gestión de la comida, que sirve un catering “muy sano pero malo”, coinciden los menores, de entre 12 y 17 años.

Los psicólogos Ricardo Pardo y Judith Pérez, en la sede de Adinfa, en San Bernardo. / Belén Vargas

Tras el ingreso surge otro de los problemas: la resistencia de los padres a reconocer una realidad en cuya solución tienen que implicarse. “En Coria del Río hacemos de familia sustituta, ordenamos, pero el proceso final corresponde a los padres, que son entrenados, aquí no se pueden quedar de por vida, aunque algunos lo quisieran”, apunta Pardo, mientras un menor que se resiste a volver con su padre, le reclama una consulta a la abogada. Es un caso extremo. El 80% de los adolescentes culminan con éxito el tratamiento, tras pasar un máximo de diez meses en el centro y volver alguna que otra vez “para que se le aprieten algunas tuercas”. El resto acaba delinquiendo en gran medida. No parece ser éste el camino que tomará José que, a pesar de las normas, ha dejado de autolesionarse, se siente bien y querido. ¿Más o menos? Sólo mejor. Ésa es la clave de la educación que pregona Adinfa.

¿Por qué el centro se llama hospital si no lo parece?

Una vivienda en Coria del Río (Sevilla) con 800 metros cuadrados repartidos en dos plantas, 13 habitaciones con capacidad para 25 menores, 8 baños, cocina, cuatro salas de usos múltiples y dos patios. Hay algunas salas y médicos (por obligación) en el centro, pero los internos prefieren llamarlo “comunidad” o grupo de convivencia San José. Lo de hospital es simplemente la opción que Adinfa ha encontrado para que el centro esté amparado por una estructura legal y se permita el internamiento y el tratamiento, en ocasiones, con fármacos. “Como centro de drogodependencia no cabemos porque no todos consumen, aunque podríamos ser vivienda de apoyo al tratamiento con o sin sustancia, en esa figura cabemos porque ¿quién no está enganchado al móvil? Pero preferimos estar bajo el paragüas de Salud”, explica Pardo que quiere evitar que el sustantivo de hospital estigmatice al centro.

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