Adelfas de sangre
75 años del 18 de julio
España, a un lado y otro de las barricadas y frentes, comienza a desangrarse en una guerra civil de exterminio en agosto de 1936 · El general Franco permaneció en el palacio de Yanduri de Sevilla entre el 7 y el 16 de dicho mes
LAS directivas del general Emilio Mola, autoerigido en director de la conspiración y el golpe, no dejan lugar a dudas: "Se tendrá en cuenta que la acción ha de ser en extremo violenta para reducir lo antes posible al enemigo, que es fuerte y bien organizado. Desde luego serán encarcelados todos los directivos de los partidos políticos, sociedades y sindicatos no afectos al movimiento, aplicándose castigos ejemplares a dichos individuos para extrangular (sic) los movimientos de rebeldía o huelgas".
Al redactar el bando de guerra, firmado por el general Queipo de Llano en Sevilla el 18 de julio de 1936, el teniente coronel de la Auditoría de Guerra Francisco Bohórquez y el comandante de Estado Mayor José Cuesta interpretan aquellas directivas del modo más duro y laxo que imaginarse pueda. Pues, según dicho bando, serán sometidos a juicio sumarísimo y pasados por las armas:
"Los directivos de los sindicatos cuyas organizaciones vayan a la huelga" (…)
"Todos los que se encuentren con armas (largas o cortas) en su poder o en su domicilio" (…)
"Los incendiarios, los que ejecuten atentados por cualquier medio a las vías de comunicación, vidas, propiedades, etcétera y cuantos por cualquier medio perturben la vida del territorio de esta División".
Según Cuesta, Queipo hace sólo leves retoques al bando. Pero su mano se adivina en el último párrafo:
"Espero del patriotismo de todos los españoles, que no tendré que tomar ninguna de las medidas indicadas en bien de la Patria y de la República".
Se diría que Queipo siente vértigo ante el precipicio al que le empuja Cuesta y en el que los militares sublevados precipitan a España.
El director Mola espera que las masas obreras opongan a la sublevación dura resistencia. Pero tal vez no crea que ésta vaya a ser tan generalizada, que el golpe vaya a fracasar en la mayor parte España y que, a lo largo y ancho de ésta, provocadas por la sublevación militar, cabalgarán desatadas como dos jinetes del Apocalipsis la guerra civil y la revolución. Abrasada España en ambas, los sublevados actuarán desde el primer momento de manera aún más dura y expeditiva de lo que las directivas de Mola y el bando de Cuesta hacen esperar.
Liquidadas, entre el 21 y el 22 de julio de 1936, las barricadas de los barrios obreros de Sevilla (Triana, Macarena, San Bernardo, etcétera) la madrugada del 23 son fusilados, sin previa formación de causa ni juicio alguno; el jefe de la Guardia de Asalto, comandante José Loureiro; el capitán Justo Pérez y el sargento Pedro Cangas, del mismo cuerpo; y el presidente del sindicato obrero de la Pirotecnia Militar (UGT) Rafael Carrasco. Queipo se jacta de estos fusilamientos en su charla por Radio Sevilla, a las diez de la mañana del mismo día.
Al siguiente son fusilados "a espaldas del cementerio", según consta en el Registro Civil, entre otros: el capitán de la Guardia de Asalto José Álvarez; y los militantes del PSOE Manuel Rubio y Francisco Grillo, alcalde y jefe de la Policía Municipal de Dos Hermanas respectivamente. Ni a éstos, ni a varios miles de fusilados en Sevilla durante los meses siguientes, se les instruye juicio alguno. Los consejos de guerra sumarísimos y ejemplarizantes son contados a lo largo de la segunda mitad del 36 y sólo se generalizan a partir de primeros del 37.
Asaltadas las barricadas de Sevilla, la obsesión de Queipo y demás es acabar con la huelga general, que se prolonga en algunos gremios hasta los últimos días de julio del 36. Durante éstos y los primeros de agosto, fusilan casi todas las noches a sendas tandas de obreros "en las inmediaciones del cementerio", tal y como reza el mismo registro civil. El 1 de agosto parece ser el día más sangriento, con un buen puñado de fusilados registrados, entre los que se encuentran significados dirigentes obreros; como el panadero José Ropero Vicente, concejal del PCE del Ayuntamiento de Sevilla.
Agosto se percibirá como el mes en que, a un lado y otro de las barricadas y los frentes, España comienza a desangrarse en una guerra civil de exterminio. Así lo ve el poeta sevillano Joaquín Romero Murube, católico, conservador del Alcázar de Sevilla, que en los primeros días de la guerra ingresa en Falange Española. He aquí el poema que se atreve a publicar en 1939 en una ominosa antología titulada Poetas del Imperio:
No te olvides, hermano, que ha existido un agosto / en que hasta las adelfas se han tornado de sangre, / y que en el claro viento las rosas de la muerte / se abrían en estampido del odio de los hombres. / No te olvides, hermano, que bajo las estrellas / los fusiles han dicho sus postreras palabras / cuando un escorzo de hombre se llevaba las manos / al hueco de las húmedas heridas / Por la noche pasaban los carros de la muerte / colmados de un silencio de carnes y pizarras. / Conviene no olvidar los gritos del suplicio / ni el perdón desoído, / ni los juramentos, ni las maldiciones, / ni cómo la tierra, a veces, hablaba y se movía / y en algunos ojos / quedaban para siempre turbias las estrellas. / Conviene no olvidar el terror de la huida / ni el paso por el bosque de las balas / ni la espera, la angustia, la sed, los sacrilegios / y tantos veinte años destrozados a cuchillo. / Morir sobre el asfalto es hacerlo a uno río. / Sin ataúdes ni banderas. / Cuando un hombre cae en plena calle / su sombra que se fuga es su última amante. / En esta angustia de la noche / llena de charcos de sangre, / cuando uno se encara con su conciencia y grita / el porqué de la locura / te nacerá, hermano, una paz dentro del pecho / y por todo lo que no puedas decir con tu palabra, / grita hondo y muy alto: / ¡¡España!!
Según el ex gobernador republicano José María Varela, la primera saca de presos de la cárcel provincial de Sevilla tiene lugar la noche del 5 al 6 de agosto de 1936. Forman parte de ésta entre otros, el presidente de la Diputación, doctor José Manuel Puelles; el delegado provincial de Trabajo, doctor José L. Relimpio; el concejal de IR Hipólito Pavón, empleado del Puerto; y el abogado republicano Rafael Benavente. El registro civil no especifica dónde son fusilados, pero por testimonios sabemos que es en tierras del cortijo de Hernán Cebolla, a la altura del kilómetro 4 de la carretera de Carmona.
Dos señoras, cuñadas del doctor Relimpio, esposas de sus hermanos Federico y Ángel, después de mover Roma con Santiago intentando salvarlo, van en taxi aquella madrugada al fatídico lugar. No encuentran el cadáver de su cuñado, pero sí los de otros fusilados, esparcidos por el suelo. Acto seguido las dos mujeres se dirigen al cementerio, a cuyas puertas un sepulturero les entrega las gafas y el reloj del doctor Relimpio, cuyo cadáver acaba de ser trasladado junto a otros en un carro y arrojado a la fosa común.
Durante todo el mes de agosto y siguientes, son casi diarias las sacas de la prisión provincial y las múltiples cárceles improvisadas, coordinadas por el jefe de Orden Público, comandante Manuel Díaz Criado, fanático monárquico. Entre multitud de anónimos trabajadores, se diezma a las élites republicanas y de izquierdas de Sevilla. La noche del 6 al 7 de agosto fusilan, entre otros a Miguel Mendiola, primer teniente de alcalde y virtual candidato a alcalde por el partido de Unión Republicana de Martínez Barrio. Mendiola había sido secretario regional de la CNT en los albores de la República.
La noche del 7 al 8 fusilan, entre otros, al diputado a Cortes del PSOE por la provincia de Sevilla José Moya, tranviario; al concejal de UR Rafael Amado y al doctor Antonio Ariza, republicano y andalucista. A la noche siguiente fusilan, entre otros, al teniente de alcalde del PSOE, doctor Emilio Piqueras. Un sacerdote llamado don Trinidad, que protesta con energía en el palacio arzobispal por este fusilamiento, es encarcelado en los sótanos de la plaza de España con los presos de izquierdas, que no entienden por qué está el cura allí y le hacen el vacío.
Pero la saca más famosa es la de la noche del 10 al 11 de agosto de 1936, de la que forman parte el ex alcalde y diputado a Cortes de UR, doctor José G. y F. de Labandera; el también diputado a Cortes y secretario provincial del PSOE Manuel Barrios, maestro nacional y empleado de los Juzgados; el teniente de alcalde de IR Emilio Barbero, empleado de los ferrocarriles; el militante de UR y secretario de la masonería andaluza Fermín de Zayas Madera, funcionario de los Arbitrios Municipales; y el profeta andalucista Blas Infante, abogado y notario. Los cinco son fusilados, como tantos otros, en las citadas tierras del cortijo de Hernán Cebolla, a la altura del kilómetro 4 de la carretera de Carmona.
El doctor Labandera, como alcalde de Sevilla, había exhibido una gallarda actitud frente al general Sanjurjo, sublevado al frente de la guarnición el 10 de agosto de 1932. El doctor Puelles, como dirigente provincial republicano, también se había opuesto activamente a la intentona. Los militares y civiles golpistas ni olvidan ni perdonan a quienes se les resisten.
Así, el 16 de agosto de 1936 es fusilado ante las murallas de La Macarena el general Miguel Campíns, comandante militar de Granada que, entre el 18 y el 21 de julio, se había negado a seguir a Queipo de Llano, sublevado al frente de la guarnición de Sevilla y que intenta hacerse obedecer por toda la Segunda División. Ni siquiera el autoproclamado jefe del Ejército de África, general Franco, que permanece en Sevilla entre el 7 y el 16 de agoto, instalado en el palacio de la marquesa de Yanduri, puede salvar al amigo que había sido jefe de estudios de la Academia General Militar de Zaragoza bajo su dirección.
La sangría de agosto se lleva por delante al comandante de Aviación Luis Burguete Reparaz, fusilado el 20; al concejal de UR Laureano Talavera, maestro y profesor de la Escuela Normal, al doctor José Carmona, del sindicato de médicos de la UGT, y al industrial republicano Ismael Pérez-Gironés, fusilados los tres el 22 de agosto; al industrial de Cazalla de la Sierra Antonio Tirado, delegado del Gobierno en la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir, denunciado como masón en la prensa de los sublevados, y al doctor Jesús Martínez, dermatólogo, acusado por los nazis de Sevilla como aliadófilo durante la Primera Guerra Mundial, fusilados ambos el 25 de agosto; al capitán de Infantería retirado Julio Carmona, fusilado el 29 de agosto, y un largo etcétera.
El 31 de agosto son fusilados, tras ser condenados en consejo de guerra, cincuenta y tantos mineros de la columna venida de la Sierra de Huelva el 19 de julio de 1936, traicionada y destrozada ante la barriada de La Pañoleta en Camas por el comandante de la Guardia Civil Gregorio Haro, de infausta memoria como gobernador civil de Huelva, nombrado a continuación por Queipo. Según el registro civil de Sevilla, los mineros son ejecutados en tres tandas a la salida de la calle Pagés del Corro en el popular barrio de Triana, en las murallas de La Macarena dando hacia la Ronda; y en Ciudad Jardín.
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