1999: un año para recordar

En la Feria del 99 llegó el canto del cisne de Curro Romero, que dictó su propia antología: dos orejas en medio del clamor

Curro Romero toreando / M. G.

En 1999, además de despedir un siglo, se iban a marcar algunos hitos relevantes en el planeta de los toros. Se estaba a punto de cerrar la larguísima etapa empresarial que había subrayado el talante y la personalidad de Diodoro Canorea Arquero, yerno de Eduardo Pagés y esposo de su hija Carmen que llevó la gestión de la plaza de la Maestranza desde 1959 hasta su fallecimiento el 28 de enero de 2000, dando los últimos toques a una Feria que ya no pudo ver.

Fiel a su forma de hacer las cosas, Canorea había reunido a los plumillas taurinos y satélites asociados unos días antes del nacimiento de Diario de Sevilla en la pantagruélica rueda de prensa -abundante en crustáceos- que se convocaba en el Río Grande. ¿Quién dijo miserias? Se trataba de dar a luz las combinaciones de toros y toreros de la temporada pero el recordado empresario manchego no podía atisbar que sería la última vez que anunciara esos carteles que se iban a adornar con un cartel del pintor colombiano Pedro Botero que retrataba a un orondo picador en la línea más canónica de su estilo.

Canorea había programado un ciclo continuado que se prolongó desde el sábado posterior al Domingo de Resurrección hasta el 26 de abril abarcando un largo serial de dieciséis días seguidos de toros -incluyendo dos festejos matinales- que aún concluía en el llamado Lunes de Resaca con la lidia de los guardiolas marcados con el hierro de María Luisa Domínguez.

El canto del cisne

Entonces tampoco se podía saber pero iba a ser la penúltima temporada de Curro Romero, cabeza de unos carteles en los que también se anunciaba la reaparición de Espartaco tras el calvario físico y personal que siguió a la durísima cogida de 1995 -el mismo día que otorgó la alternativa de Rivera Ordóñez- que agravó la lesión deportiva que arrastraba desde el año anterior. El camero y el de Espartinas, junto a José Tomás, serían los encargados de levantar el telón de la campaña el Domingo de Resurrección, que cayó en el 4 de abril. El diestro de Galapagar iba a dejar aquel año su impronta en Sevilla, preparando el terreno para la grandiosa Feria de 2001.

Pero la Feria -y toda la campaña- acabarían siendo marcadas por el canto del cisne del propio Romero que la tarde del 17 de abril, vestido de verde manzana y oro, alternando con Espartaco -que también desorejó un toro- y Rivera Ordóñez, dictó su propia antología con capote y muleta con un gran toro de Juan Pedro Domecq, al que cortó las dos orejas en medio de un auténtico clamor. De alguna manera se estaba clausurando toda una época en la plaza de la Maestranza en torno al nombre del camero y su íntimo Diodoro Canorea, que ya tenía el reloj en contra. Al año siguiente, ya es sabido, llegaría el adiós definitivo sin poder con la dictadura del tiempo. La decisión estaba espoleada por los nuevos vientos empresariales que llegaban al coso maestrante. Pero esa es otra historia…

Aquel ciclo también contempló la primera salida por la Puerta del Príncipe de un jovencísimo Morante que se proclamó príncipe del toreo de Sevilla después de cortar tres orejas a una corrida de Guadalest. Fue el día 19 de abril, en su segunda feria como matador en la plaza de la Maestranza. Aquel triunfo iba a alentar la jugosa exclusiva firmada con el bueno de Diodoro Canorea pero su muerte iba a dejar tocado el acuerdo, que acabaría volando por los aires en la Feria de 2000, que había sido preparada por don Diodoro para la definitiva consagración del diestro de La Puebla. Morante sufriría una brutal cornada que rompió el propio ciclo y marcó un antes y un después en la vida personal y profesional del torero que, un cuarto de siglo después, sigue atormentado por los mismos fantasmas.

¿Quieren más? Sólo hubo que esperar un día para contemplar uno de los grandes trasteos de la vida artística de Emilio Muñoz, perfectamente enhebrado a la bravura de un grandioso toro de Zalduendo llamado Jarabito al que crujió por naturales. ¿Fue la mejor faena del trianero en la plaza de la Maestranza? Posiblemente…

La Feria también tuvo su cénit ecuestre protagonizado por Pablo Hermoso de Mendoza, que escaló su propia cumbre el 25 de abril cortando un rabo a un ejemplar de Bohórquez en un festejo coral y matinal -que ha desaparecido del actual planteamiento ferial- en el que también figuraba Paco Ojeda en calidad de rejoneador. Pero de 1999 también había sido la Feria de la presentación como matador de Julián López El Juli, prácticamente un niño aún, que no pudo salir por la Puerta del Príncipe después de cortar las tres preceptivas orejas por un inoportuno percance. Se había ganado la primera de las siete que acabaría acumulando en una inigualable carrera que ya estaba despegando.

Pero hubo más, como la lidia de un gran toro de Cebada llamado Olivito que sentenció la carrera de Javier Vázquez, la cornada de Manuel Caballero con los victorinos o la gravísima que recibió Domingo Valderrama la tarde de los miuras… hay que anotar la gran faena de Dávila Miura con un toro de Manolo González, la regularidad de Pepín Liria o el anuncio de la primera retirada de Jesulín de Ubrique, que dejó sin cumplir el tercer compromiso que tenía en aquella Feria de 1999 alegando falta de ilusión. 

No acabaría ahí la cosa: Litri también diría adiós definitivo a la profesión en una Feria de San Miguel que también contempló la única salida por la Puerta del Príncipe de Enrique Ponce -a punto de retirarse de la profesión en 2024- en la plaza que más se le ha resistido. Todo fue hace un cuarto de siglo. Fue un año para recordar…

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