La Amargura vuelve a San Juan de la Palma
El productor Jesús Olmedo comparte su visión del regreso de la Amargura el pasado Domingo de Ramos
En un vídeo de dos minutos se condensa una panorámica total de la cofradía
Fotos de La Amargura el Domingo de Ramos en la Semana Santa de Sevilla
Son apenas dos minutos de cinta. Un chispazo, un destello audiovisual que aglutina lo siempre volátil e inaprensible: la Semana Santa de Sevilla. O, mejor dicho, una visión de ella misma, pero que se acerca al círculo perfecto de todo cuanto participa en la fiesta. Se la debemos a Jesús Olmedo, productor audiovisual, que nos regala (no con toda la asiduidad que deseáramos) un metraje breve pero cargado de profundidad. Lo comparten los compañeros de El Foro Cofrade en sus redes sociales.
La Amargura de regreso
Es, cuando menos, aventurado describir este videoclip. Bien porque las palabras, hasta hilvanadas de la manera más certera y fina posible, jamás podrán acercarse a trasladar al papel -a su pantalla- lo que la retina recibe; bien porque, sencillamente, no se haría justicia o se correría el serio peligro de contaminar la claridad y elocuencia del clip. La música, de primera mano, nos aleja del supuesto misticismo del momento. La cruz de guía, vencido ya el Domingo de Ramos (lejanísimo en el tiempo, como si solo se hubiera vivido en una dimensión remota y paralela) avanza por la calle Laraña en busca de la Encarnación. Y es que a esas horas las miradas son distintas, la ciudad se respira de otro modo y las cofradías se ven (se buscan) de manera diferente. A esas horas, más que la cofradía, venimos buscando la cita con la identidad, el reencuentro con los mismos rostros. Cumpliendo con una cita cuya primera vez fue hace ya mucho tiempo.
El protagonista mayoritario del vídeo es el mismo que el de la propia Semana Santa: el nazareno. Y precisamente el nazareno de la Amargura posee un componente de diferenciación -posturas, gestos, andares en sí- que aumenta, en opinión del que escribe, el atractivo de la cofradía en la calle. El diputado, flanqueado por sus leales compañeros, nos mira fijamente y nos invita a pensar en qué estará pensando, como Velázquez nos participa en la estancia de Doña Margarita.
La importancia del espacio
El bueno de Olmedo potencia esa virtud y huye de toda literatura. Escaparates, tiendas, adoquines, abrazos, bullas, perfiles, aceras vacías donde antes hubo ebullición. ¿Los pasos? ¿El Señor del Silencio sobresaliendo del canasto, con la noche toda sobre los hombros? ¿El palio de la Amargura, con todo lo que ello conlleva? ¡Claro, esenciales! Pero con apariciones puntuales que refuerzan esos papeles invertidos: ahora no esperamos a las imágenes, las acompañamos; movidos por esa fuerza interior que nos acerca a la belleza, al rezo, a la necesidad de apresar las dos últimas horas del Domingo de Ramos, el día total de nuestras vidas. Por ello la cámara se introduce en el público, nos priva de la visión completa del misterio, nos devuelve a la bulla de los ciriales.
Solo unos segundos de cornetas, solo unos compases de Font. No más música. Solo candelerías, solo regueros de luciérnagas salpicadas en los cirios al cuadril, solo cada uno cumpliendo su función. De la tensión de los violines a la caja destemplada. La Amargura, deslizándose ya por la calle Alcázares, ha impreso sus ojos en nuestros pensamientos y de ahí no saldrán hasta que lleguemos a casa a las tantas de la mañana. O, más bien, hasta el próximo Domingo de Ramos. Porque esos ojos no se olvidan.
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