Una vida repujando
Cuaresma · Mis personajes
Era el niño naveta de la Virgen de la O cuando el tranvía arrolló el paso de palio el Viernes Santo de 1943.
TIENE mucho de Séneca este veterano de la orfebrería, de las cofradías y de las relaciones con el público. No gasta palabras huecas. No regala calificativos. Dice lo preciso. Sin mayores adornos. Su forma de ser tiene poco que ver con la de los figurones o abrazafarolas, especie que jamás estará en extinción. Nació a la vera de la O porque su padre fue el capiller del templo durante más de cuatro décadas. Pero por un rígido criterio paternal no fue inscrito en la cofradía hasta que realizó la primera comunión con siete años. Después de aquel día vestido de marinero, su nombre apareció en la nómina de una cofradía en la que hoy figura entre los quince más antiguos y en la que su apellido tiene ya asegurada la continuidad en las dos generaciones siguientes. Antonio Silva Florencio (Triana, 1932) era el monaguillo de la Virgen de la O aquella Semana Santa de 1943 en que el paso de palio fue arrollado por un tranvía. Nadie se lo ha contado. Vivió el drama en directo. "Yo llevaba la naveta. Aquello ocurrió en la calle San Jorge, a la altura del Bar Manolo. Sentí el golpe. Miré al paso y salí corriendo entre el revuelo y el griterío. Corrí y corrí por la calle Castilla. Mis familiares estaban buscándome". La cosa no fue tan grave como la leyenda alimenta, pero el susto fue real. El conductor del tranvía se hizo hermano y terminó saliendo de maniguetero durante muchos años. Aquel monaguillo también asistió en las misas al que fue primer párroco de la O, Pedro Ramos Lagares, tío del que fue presidente del Consejo de Cofradías, Antonio Ríos Ramos. Eran domingos de misa de mediodía con posterior visita a Casa Cuesta.
Con 12 años comenzó la forja del orfebre gracias a la mediación de un hermano mayor de la O, Francisco Pérez Bergali, arquitecto municipal, que lo introdujo como aprendiz en el taller de Manuel Seco. "A los niños de entonces, en cuando aprendíamos las cuatro reglas en la escuela, nos metían a trabajar". El arranque no fue cómodo. Un día se peleó con otro aprendiz. En el forcejeo resultó dañada la candelería del paso de la Hiniesta, que estaba ya a punto de fundición. El patrón echó a los dos. Nuestro personaje consiguió ser repescado en el taller de Jesús Domínguez, donde ya se iba a desarrollar toda su carrera como orfebre. Hoy sigue colaborando en el taller del hijo. "Con Jesús Domínguez me llevaba muy bien. Yo era su mano derecha. Por eso llevo con la familia más de cincuenta años".
En tan dilatada carrera ha podido intervenir en innumerables obras de orfebrería gracias a formar parte del taller de Jesús Domínguez. Obras como los respiraderos y los candelabros de cola del paso de la Estrella, los candelabros de cola del Museo o el guión sacramental de la Cena tienen muchas horas de su trabajo. En sus tiempos todo era infinitamente más laborioso, pues había que fabricar la plata. Su generación de orfebres es la del martillo, el alicate y la lima: "Los lingotes teníamos que hacerlos a mano en el taller a base de fundir y laminar. Hoy haces el pedido a Córdoba o a Madrid y te mandan ya hechas las planchas".
El gremio de hoy no es ya el mismo. La figura del aprendiz ha desaparecido de los talleres. "Antes, los aprendices íbamos a por los mandados, recogíamos las herramientas y hacíamos de todo. El poquito dinero que nos daban no era al mes, sino a la semana. Al mes sólo cobraban los funcionarios del Estado".
Este Séneca de la orfebrería tardó años en vivir una Semana Santa fuera de Triana por razones de disciplina familiar. "A mi nieto le digo que con su edad no cruzaba yo el Puente de Triana. Y él ha cruzado ya medio mundo. De niño vivía la Semana Santa sin salir de la calle Castilla". En los años de adolescente no llegaba más lejos del Cine Avenida, en la calle Marqués de Paradas. "Y a la función de por la mañana". Como muchos de la misma generación de sevillanos, tuvo que esperar años para vivir a pie de calle una Madrugada.
El trabajo le ha privado de muchos días de Semana Santa. Tuvo que dejar de salir de nazareno porque los talleres abrían hasta el mismo Jueves Santo. "Estábamos repujando día y noche. Recuerdo haber echado una cabezá en lo alto del almacén, despertarme y seguir repujando. Es que antes era manual absolutamente todo" .
Silva Florencio colabora desde hace años con el Consejo de Cofradías. Atiende al público por las tardes. Pero esa labor requiere cinceles bien distintos a los de su dilatada carrera como orfebre.
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