Del vacío al sepia
Miércoles Santo
Una mañana sin cofradías por los porcentajes tomados como nuevos dogmas cofradieros acabó en una noche marcada por la polémica propia de otro tiempo al impedir los Panaderos el paso de la Lanzada
EL día comenzó con el vacío que parece ya la marca de la Semana Santa del siglo XXI, con la suspensión de las salidas de la Sed y San Bernardo a la que se sumó la del Buen Fin a primera hora de la tarde. Y terminó con un espectáculo propio de las historias que se cuentan en los anales de la Semana Santa porque una cofradía (los Panaderos) impidió de forma injustificada el paso de otra (la Lanzada), lo que generó tensión en plena calle entre algunos de sus diputados y provocó una pitada airada del público para la cofradía causante del esperpento y la ovación para la agraviada. También sirvió para dejar en evidencia el papel del Consejo de Cofradías, inútil para reaccionar con rapidez y solucionar el conflicto, como ya ocurrió con el Vía Crucis de la Fe.
Por momentos se rozó el bochorno. En las cofradías hay ejemplos de cómo se pasa muy rápido de tomar el parte meteorológico como un dogma y dejar la cofradía en casa, a reaccionar con psicosis ante el mínimo chubasco para incurrir acto seguido en el desahogo en cuanto cesa la lluvia. Ayer hubo un muestrario de todo y conviene ir por partes. Muchas veces falta sentido del equilibrio para saber cuándo hay que suspender de verdad la salida, cuándo se puede poner la cofradía en la calle y acelerar el regreso y cómo hay que actuar cuando se suspende la estación en plena calle.
Pitada a Los Panaderos. / Miguel Ángel Caride
La Semana Santa de la actualidad parece seguir al pie de la letra la definición del dogma como "proposición que se asienta por firme y cierta y como principio innegable de una ciencia". La historia de las cofradías incluye grandes hitos relacionados con los dogmas, incluso de la defensa de dogmas cuando aún no estaban reconocidos por la Iglesia. Ahora tendremos que añadir los porcentajes de riesgo de lluvia como nuevo dogma cofradiero. Aunque sean indicadores de riesgo de lluvias débiles. De lloviznas. Aunque sean del 50%. O de poco más. El porcentaje de riesgo parece ley. Dogma. Verdad revelada. El porcentaje de riesgo de lluvia débil vale más que el peso de la historia, jalonada de cofradías pasadas por agua, de búsqueda de refugios. Se tasan las posibilidades de salir, como si esto de la Semana Santa fuera labor de un perito. Grandes cofradías se han quedado dentro y después no ha llovido o lo ha hecho en cantidades muy mesuradas y por sólo unos instantes. El dogma de los porcentajes nos dejó ayer sin San Bernardo serpenteando del puente a la Alfalfa, dejando un miércoles con esa sensación de vacío que es ya casi la expresión de la Semana Santa contemporánea. La última lluvia de la mañana cayó sobre las dos menos cuarto, cuando en San Pedro daban por clausurada la visita matinal y en el Salvador se ultimaban los detalles para la colocación de la calavera a los pies del Señor. No llovió más hasta la diez y media de la noche. Pero había que creerse el porcentaje de riesgo de lluvia.
Antes las cofradías salían gracias a los notables, también conocidos como los hermanos soltadores, que pagaban la música y las flores a cambio de un puesto de preferencia en la cofradía. En otra etapa los costaleros han llegado a influir más de la cuenta, a mandar soterradamente y hasta a promover huelgas y dejar los pasos arriados. Ahora la Semana Santa está en manos de la meteorología interpretada por neocatedráticos de las isobaras. Al garete con esas historias de mojás célebres de las grandes imágenes de la Semana Santa de Sevilla. Ahora parece que el riesgo sólo puede ser asumido por las cofradías más jóvenes. Se acepta que una cofradía de corta historia se eche a la calle con el cielo juguetón. Y se ve mal, muy mal, que las hermandades con más historia, de corte más clásico, o que vienen al centro desde muy lejos, asuman un mínimo riesgo. Alguien, algún día, hará lo que hizo Luis Rodríguez-Caso un Jueves Santo desapacible, sin ninguna cofradía en la calle a media tarde. Miró al cielo y decidió unos minutos antes. Sacó una de las cofradías más clásicas que existen y no pasó absolutamente nada.
Salida de las Siete Palabras. / A. Ulla
Ocurrió que el Valle se echó también a la calle. Y una Infanta de España fue testigo. Si aquel cofrade hubiera seguido la letra del nuevo dogma, el Jueves Santo hubiera sido una jornada sin, propia de una Semana Santa donde hay una sobrevaloración de los porcentajes de riesgo, una Semana Santa excesivamente condicionada por los números aunque sólo prediquen opciones de llovizna, una Semana Santa encorsetada, condicionada y casi secuestrada por unos partes meteorológicos en términos casi obsesivos. Hablan los hermanos mayores por megafonía de la importancia del patrimonio humano como si del cielo cayera una sustancia diferente al agua. Y pesa mucho, muchísimo, la experiencia desagradable de algunas salidas que, verdaderamente, nunca debieron realizarse porque, entonces sí, los porcentajes debieron ser entendidos como serios avisos. Pero como dogmas, jamás.
Una cofradía joven, la del Carmen Doloroso, abrió la jornada en la carrera oficial con un paso de misterio con una cuadrilla de costaleros que gana adeptos y con un paso de palio que regaló la imagen de unas preciosas rosas. Poco a poco gana esta cofradía en algunos detalles. Su soledad a esas horas por las calles del centro recordó aquellos Viernes de Dolores en que era la única hermandad, cuando se llevaba para sí todo el público de las vísperas. En lo que parece que no ha crecido es en el número de nazarenos. Y algunas de las composiciones que se interpretan al paso de misterio son, cuando menos, discutibles en cuanto a su idoneidad.
Salida del Carmen Doloroso. / A. Ulla
En cuanto se supo que la segunda mitad del día se arreglaba, el centro comenzó a poblarse de público. El regreso del Carmen era una pura bulla. El Baratillo por Reyes Católicos, una multitud deseosa de ver a la Piedad de flores rojas a los sones clásicos de la banda del Sol. Y a la salida de las Siete Palabras, otra bulla. Ganas de cofradías. Muchas ganas.
Salió la Piedad de Pastor y Landero, dejando en el recuerdo aquel recorrido más íntimo de Almansa y Santas Patronas. Una pena que no se recupere. Aunque la Piedad es uno de los grandes pasos del Miércoles Santo aunque fuera sin música, sin flores y por la SE-30. Dejó la Piedad el Arenal, decíamos, y el público anhelaba verla enfilar Reyes Católicos: niños alzados en los hombros paternos, pequeños aupados en las sillas del bar El Cairo, adultos buscando en el último instante acercarse a las primeras filas para contemplar una revirá con cornetería de calidad garantizada. Se recreó el paso en esa vuelta siempre buscada. Todos los ojos puestos en el paso de oro, rojos y azules, hasta los del vendedor del cupón de la ONCE, que miraba por los cristales del quiosco y que acabó abriendo la puerta para ver quizás con el corazón allí donde la vista no alcanza. Lo mejor del Miércoles Santo se fue navegando entre un mar de gente cuando la noche empezaba a caer, vencidos ya los dichosos porcentajes, justo a esa hora en que la primera mitad de la Semana Santa empieza a formar parte de ese recuerdo que, debidamente filtrado, entrará a formar parte de esa Semana Santa idealizada que poco tiene que ver con la meteorología, las sillitas plegables, los discursos sensibleros de algunos hermanos mayores, los canapés profesionalizados en los balcones, la sofisticación al uso y otros perros en danza.
San Bernardo . / A. Ulla
Una noche que se presentaba para la búsqueda tranquila de la saeta junto al Cristo de San Pedro en los últimos recovecos antes de la plaza, o para orar ante el crucificado más romántico y alto. Una noche normal de Semana Santa, pero que se quebró de forma sopresiva por un chubasco de pocos minutos que cayó a las diez y media. Y por la negligencia de algunos. Los Panaderos entraba en la carrera oficial cuando decidió regresar a su capilla de la calle Orfila. El caso es que, como la lluvia cesó de inmediato, el paso de misterio hizo su entrada en la Campana con toda naturalidad y lucimiento, mecidas y coreografía incluidos. Inexplicable desde el momento en que se había optado por suspender la estación. La hermandad panadera se recreó injustificadamente en su regreso , pese a que la Lanzada -que no quiso refugiarse en el Salvador- retornaba por Cuna camino de San Martín según su recorrido oficial y necesitaba Orfila libre. Los Panaderos dejó taponada a la Lanzada. El público de Laraña pitó el cortejo panadero por el perjuicio que estaba provocando al de San Martín, censurando la parsimonia con la que avanzaba como si nada hubiera pasado. El final del día acabó con un conflicto que recordaba a los tiempos en blanco y negro. La Lanzada tuvo que esperar y regresar finalmente por la Campana y Amor de Dios. Hubo tensión entre nazarenos con responsabilidades de gobierno de ambas cofradías, que discutieron con aspavientos ante la presencia de la multitud y de agentes de la Policía que pedían indicaciones por radio, pues no sabían cómo intervenir ante un pleito propio de otro siglo. No hay nada extraño en que a una cofradía le sorprenda un chubasco. Pero la forma de reaccionar ante la inclemencia sí es censurable.
Las demás hermandades regresaron a sus templos de la forma más rápida posible. El Baratillo tomó la cautela de refugiar durante algunos minutos a la Piedad bajo el Arco del Postigo y a la Caridad en la Catedral. El Cristo de Burgos recortó el regreso y, en general, todas aceleraron el retorno a casa. Lo que empezó con un vacío ya familiar terminó como una estampa en blanco y negro. De los ciriazos de las historias del ayer a las pitadas de hoy. Sin olvidar los dogmas.
No hay comentarios