El último del 74

Cuaresma · Mis personajes

Es un claro ejemplo de orgullo costalero bien entendido, sin excentricidades. Se niega a que lo consideren un atleta sacro y afirma rotundo que sin devoción no tiene sentido sacar pasos.

El último del 74
Carlos Navarro Antolín / Sevilla

23 de marzo 2011 - 05:03

Para ser un buen patero hay que ser buena persona. Después viene lo de ser veterano, orondo como un gran tenor y de la máxima confianza del capataz. Diríase que un patero quijotescamente enjuto ni es patero ni es ná. El patero es un puesto clave cuyo trabajo no desempeña cualquier miembro de la cuadrilla. José Miralles Fedriani (Huelva, 1954), visitador médico de profesión, está casado con Isabel, pero también con la A-49. Si hay túnicas de ruán ala de mosca que hacen el camino solitas hasta la Catedral, hay coches como el de este patero que extrañan una autovía que no sea la de Sevilla-Huelva. Sus grandes aficiones son los zancos de los pasos. Y la alta cocina. Hay testigos que aseguran haber visto a Miralles charlar de cofradías en grandes restaurantes del mundo como Le Cirque (Nueva York), Lucas Carton (París), El Manadarín (Hong-Kong) o el Troigrass (Río de Janeiro). Lo dicho: un patero gourmet y sin fronteras.

Tiene ascendientes de sangre muy sevillana, como el bisabuelo que da nombre a una conocida avenida. En 1974 era un jovenzuelo estudiante de Derecho que como tantos otros se inscribió en la cofradía de la Universidad. Ingresó rápidamente en la cuadrilla de costaleros. Por tan sólo un año no formó parte de la célebre primera cuadrilla de hermanos. Hoy es el único de su quinta que sigue bajo el palo. Miralles es agricultor de sus amistades, las cultiva como nadie. Por eso se entiende su gran relación con la familia Santiago, con Manolo y Antonio, padre e hijo. Manolo era aquellos años de la Transición el segundo de Salvador Dorado, El Penitente, conocido por los costaleros cariñosamente como El borrico. "Manolo era entrañable e inigualable".

Hoy es el patero delantero derecho de la Virgen de la Angustia. Su historia es la de un hombre agarrado a una pata. Ha ido en los cuatro zancos. Pero en 1974 comenzó en la cuadrilla del Cristo de la Buena Muerte, en el cajetín de la cruz, el sitio más incómodo de todos. "Ahí es muy difícil trabajar. Y si eres como yo, un poquito descarado de cabeza, ni te cuento". Los llamados bajitos pasaron al palio cinco años después.

Aquellos años setenta eran los de una afición emergente por el costal entre los hermanos. "Estábamos rifados. Recuerdo la transición de la cuadrilla de los ratones a la de las ratas". Todo era una novedad. Todos querían aprender las técnicas. "No hay que ser ingeniero industrial para ser un buen costalero, pero sí hay que saber fijar, llevar el compás en las vueltas, saber andar... ¿Cómo deben andar los pasos? Sobre los pies, sin duda, sin concesiones a la galería, así deben ir todos, lleven o no música".

Este patero jamás habla de costaleros profesionales ni de asalariados. "Les llamo siempre los costaleros antiguos". Tiene claro quiénes han sido los dos mejores costaleros que ha conocido. Gonzalo Santiago, El Pingüino, "porque tenía la técnica perfecta para sacar pasos y no cansarse", y Enrique León, "el mejor de una cuadrilla de hermanos".

¿Y qué le parece el centro de atención al costalero, con fisioterapeutas y atención médica, y las sesiones que se imparten en algunas hermandades sobre la dieta de un costalero los días previos a la salida? [risas] "Supongo que todo eso será bueno. Yo, desde luego, no soy un ejemplo de dietética. De las pocas cosas que he aprendido a hacer bien en la vida es ser costalero. De lo contrario, no seguiría debajo con 57 años".

El manual apócrifo sobre cómo ser un buen patero incluye una primera lección física. "En los pasos existe una tensión por el reparto de las cargas, se necesita gente en los costeros que no sean fáciles de desplazar. Y a mí no es fácil moverme por mi centro de gravedad..." En los años de El Penitente le llamaron para llevar varias cofradías: Los Negritos, Las Siete Palabras, la Macarena, etcétera: "Jamás cogí dinero. Nunca. Recuerdo que la cofradía que tenía fama era la de Los Negritos. Las propinas eran importantes por determinadas levantás. Pero jamás cobré, nunca tuve esa necesidad afortunadamente".

Miralles tiene muy clara una idea que deja entrever una crítica a algunos ejemplos de hoy: "Jesús está en el sagrario. Lo tengo muy claro. Sin devoción nada de esto tiene sentido. Yo no soy ningún atleta sacro. Lo que yo siento cuando entro en la Capilla de la Universidad y veo a mi Cristo de la Buena Muerte, con el que mantengo un diálogo, no lo he experimentado en ningún sitio, en ningún otro templo. Ni siquiera en el Rocío. Y cuando miro a mi alrededor en misa y veo que soy de los más jóvenes me da algo malo. El movimiento de los costaleros ha aportado muchísima gente joven a la Iglesia".

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