El traslado del Señor de Pasión a su paso. El arcoíris sale por el Salvador
El Jubileo de la Pestaña
El Nazareno de Montañés sube al paso cuando Sevilla recupera la luz de marzo
El ceremonial es un oasis de solemnidad en una ciudad que vuelve a la bulla
Cristo de la Humildad y Paciencia. Meditación en tiempos de sobremesa
La primavera es como la vida –pongámonos metafísicos–, una montaña rusa. De lo más bajo a lo más alto en cuestión de horas. Del gris al celeste sólo media una mañana y una sobremesa. Lo que al tiempo de la siesta era lluvia abundante da paso en la merienda a un cielo despejado en el que la luz saca su paleta de colores (esto último me ha quedado bastante cursi). Algo así es lo que se ha vivido este Lunes Santo y lo que experimenta (ahora que tanto se promociona la Semana Santa como experiencia sensorial) el numeroso público que acude al traslado del Señor de Pasión a su paso en el Salvador.
A las cuatro y media de la tarde lo que menos apetece es salir a la calle. Cae una tormenta generosa y hace frío. Esta postrimería de marzo parece vestirse con el hábito de noviembre. Todo al gris. En la calle Sagasta la cola para entrar en la antigua colegiata alcanza la tienda de Camisería Galán, uno de esos pocos negocios locales que quedan en un Casco Antiguo entregado en cuerpo y alma a las firmas franquiciadas. Lo que hay en ellas puede encontrarlo usted en Sevilla o en Singapur, de donde, por cierto, vienen las flores que adornan (huyamos del verbo exornar) el paso de la Virgen de las Aguas.
La encargada de una tienda de artesanía en la calle Sagasta pregunta a un grupo de jóvenes, bajo paraguas, a dónde van. La respuesta de los veinteañeros –con zapatillas deportivas de colores poco disimulados– resume la frustración del Lunes Santo a esta hora: “pues no sé, señora, hemos visto a gente aquí y nos hemos puesto en la fila”.
En el patio de los naranjos del Salvador retumba el agua que cae con fuerza de los bajantes. Es la banda sonora de una sobremesa que lo que menos invita es a estar fuera de casa. Dentro del templo, los pasos de la Borriquita y el Amor permanecen casi intactos tras el Domingo de Ramos. Sólo la cera gastada supone un síntoma claro de que la primera jornada de la Semana Santa pasó a la historia.
Misa con arzobispo
A los bancos los sustituyen estos días sillas de tijera gris, dispuestas conforme el recorrido que realizará el Señor de Pasión para su traslado al paso. El Nazareno de Montañés, delante de la reja de la capilla sacramental, porta la última túnica estrenada hace pocos años. Se trata de la reproducción de un grabado del siglo XVIII. Está bordada en plata sobre terciopelo corintio (según la denominación de los expertos en estos temas, que servidor tanta precisión no alcanza). Antes del traslado, el arzobispo de Sevilla, monseñor José Ángel Saiz, preside una eucaristía, concelebrada por siete sacerdotes. Todos con casullas moradas, pues la cuaresma, litúrgicamente, aún no ha concluido.
El público que participa en la misa es, en su mayoría, de edad avanzada. Muchos de los asistentes acuden en familia. Numerosas abuelas, de pelo cardado y perfume tan intenso que, pasados varios minutos, entraña un efecto anestésico: te deja aletargado. Los nietos, en su mayoría, visten el outfit propio para estos cultos: blazier azul marino con pantalón de pinza gris, mocasín negro o burdeos, camisa celeste y corbata oscura sin muchas concesiones en los estampados.
Buena parte de las sillas aparecen ya ocupadas al abrirse la puerta lateral del Salvador, la del Patio de Naranjos, donde las cruces de penitentes permanecen resguardadas por un plástico. La lluvia intensifica el olor a azahar, tan hipnotizante como el referido perfume de las abuelas.
En la casa de Marta
El Evangelio de este lunes habla de la visita de Jesús a casa de Marta, María y Lázaro. Menciona también un perfume, el de nardo puro, “muy caro”, según las Sagradas Escrituras. Tan elevado era su precio que provocó la queja de Judas, apóstol traidor de Cristo, del cual sabemos que en asuntos monetarios no se la jugaba por nadie. Ni por su Maestro. Cristo visita la casa de sus amigos, donde recibe hospedaje, de ahí que Santa Marta –cuya cofradía anuncia minutos después la salida– sea la patrona de un sector que tantos titulares aporta en la ciudad de los 5.000 bares. Patronazgo bastante arduo.
Monseñor Saiz habla de “la pedagogía de Dios”, tan distinta a la de los humanos. Y de las veces que, como los apóstoles, “abandonamos” al Señor, cuando los creyentes no son capaces de defender su fe en público. En este símil pronuncia una frase clave para entender la Pasión de Cristo (y la propia vida): “el miedo muchas veces es mayor que la amistad”.
El ceremonial religioso adquiere grandes dosis de solemnidad gracias al acompañamiento musical. En estos momentos de la tarde lo que se vive en el Salvador supone un oasis, un breve paréntesis en mitad del bullicio que ya se siente en las calles del centro, donde la Semana Santa retoma su pulso habitual con las salidas anunciadas de la Redención y San Gonzalo. Vuelve la normalidad mientras en la antigua colegiata se interpreta el Ave Verum de Mozart durante la comunión. Largas filas de fieles comulgan. En el centro del templo, el rector don Eloy Caracuel reparte la comunión a un lado y otro. Su voz recia retumba bajo las bóvedas:“¡Cuerpo de Cristo!”.
Teatralidad barroca
Concluye la misa –no ha durado ni una hora, algo de agradecer para los que permanecen de pie– y todo se dispone para la escena barroca que ahora se representa. Los hermanos acuden a la capilla de Ánimas a recoger el cirio rojo con cubilete, que evita las manchas de cera en el suelo marmóreo. Se apagan los focos. La iglesia se sumerge en una media penumbra. Fuera ha salido el sol de la tarde de marzo. Se rezan varias jaculatorias en el corto trayecto que separa la capilla sacramental del paso del Señor, maravilla argéntea de Cayetano González. La rampa por donde ha de subir la soberbia imagen de Montañés ya está dispuesta.
La silueta del Nazareno se recorta sobre las blancas columnas de un templo que, semioscuro, parece aumentar de altura. Sin potencias ni corona de espinas, libre de los atributos que simbolizan su majestad y dolor, Jesús de la Pasión es colocado en la plataforma que lo llevará hasta el irremediable camino del Calvario. Se hace el silencio. Se acalla el órgano. Sólo se escucha el ruido de tornillos y tuercas. Soniquete priosteril para esta ascensión adelantada.
Sube el Señor meticulosamente. Con la velocidad justa. Ni rápido ni con ensimismado. Se alzan las manos para grabar con el móvil este momento que muchos aprovechan para sumergirse en la oración más sincera, la que precede al Padrenuestro que reza el arzobispo cuando el Nazareno es colocado en la cima de plata. Son poco más de la seis de la tarde. El frío se cuela por las naves. La luz traspasa las vidrieras. Arcoíris sobre la piedra áspera. Pasión ya está en el paso. Nadie se libra del arrebato místico. El hipnotizante perfume de las abuelas hace el resto.
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