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La tarde de los nazarenos arqueros

Jueves Santo

No afean tanto la Semana Santa las 'setas' de la Encarnación como la mala educación de un público indolente, desahogado y sin tacto.

Foto: Juan Carlos Muñoz
Carlos Navarro / Vídeos: Ainhoa Ulla

17 de abril 2014 - 16:48

La tarde eucarística por excelencia tuvo calor de juncia y romero del Corpus para perfeccionar la jornada, el calor que despierta el canto de los vencejos, traviesos a la hora de los oficios en el verde de la Pila del Pato y de la Encarnación. Pían y pían dejando los mejores sonidos de una Semana Santa cargada de tamborrás efectista. Si el antifaz hace al nazareno, como decía el profesor Márquez Villanueva, el calor arquea los cirios y frunce los ceños. Cuantísimos nazarenos portaban la cera como cañas de pescar, cera reblandecida que no aguanta ni dos calles. Las fotografías de los termómetros eran todo un grito: 40 grados. Al que no quiera lluvia en Semana Santa, 40 grados de calor. La ciudad de los extremos en su máxima expresión, metáfora idónea para la urbe que no entiende de equilibrios.

El calor no sabe de conventos de muros gordos, donde se celebran unos oficios a los que -todo hay que decirlo- cada vez concurre más público, deseoso tal vez de algunas horas de menos ruido y mayor intimidad. El Jueves Santo ofrece dos grandes posibilidades: grandes cofradías y grandes monasterios en los que monjas africanas son las que en muchos casos mantienen el montaje de los mismos altares de hace décadas.

El jueves ofrece también la estética de las clásicas mantillas, aunque alguna tiene un concepto del clasicismo muy peculiar. Se vieron muchísimas y de todo tipo. Cada vez es más frecuente el uso matinal de la mantilla, pese a que es un traje de gala para asistir a los oficios y visitar los sagrarios, no para andar de trago largo, ni acodarse en barras de tabernas. Por fortuna, se vieron muchas mantillas en los oficios de Madre de Dios, San Leandro y en el antiguo convento de la Paz. Y mucho público que prefiere no perderse las cofradías, pero entra a contemplar un instante los monumentos eucarísticos, verdaderos ejemplos de buena priostía, buen gusto y estética con recursos muchas veces escasos, pero con la gran ventaja de la arquitectura de ciertos retablos cuyos detalles pasan desapercibidos para el gran público.

Salida de Los Negritos

Las que no pasaron desapercibidas fueron las calas negras (hay quien apuntó a un morado oscuro, doctores tiene la Iglesia y más aún el arte floral...) del paso del Cristo de la Fundación. El negro no es un color que se estile mucho en los exornos florales. El público abre el debate en cuanto se ha ido el paso. Ocurre que hay crucificados y pasos de crucificados que están muy por encima de las ocurrencias florales. En cualquier caso, las calas negras (o moradas) eran bellísimas. Conste en acta.

Salida de Montesión

Los Negritos y la Exaltación (vulgo los Caballos) son el puro Jueves Santo. Que no se pierdan los vulgos. Un nazareno de los Negritos es una lámina del día más clásico de la Semana Santa. Ver pasar nazarenos de los Negritos es como ver pasar nazarenos de la Amargura. Ambos tienen una carga simbólica en sí mismos. Pocos nazarenos pueden presumir de esa fuerza. En la Semana Santa del consumismo (consuma usted pipas, consuma usted pasos y cómprese una silla plegable) se pierden esos detalles que tienen una fuerza evocadora, como contemplar un nazareno de la Quinta Angustia evaporarse por la calle Moratín, no digamos ya el paso de palio cajón de una de las grandes dolorosas de la Semana Santa de Sevilla: la Virgen cigarrera, a la que le sienta hasta bien el calor por la calle Tetuán a los sones de Ione, clasicismo puro de catálogo.

Unas jóvenes de mantilla se sientan en el bordillo de un escaparate de la Encarnación. La gente hace fotos de nazarenos con los cirios como arcos. Los vencejos se han aburrido de piar. La cruz velada de la Quinta Angustia está a punto de encumbrar una tarde en la que aún ni se intuye la brisa. La jornada se ha metido en mentideros de redes sociales con fotografías poco ortodoxas. La Virgen de los Ángeles pasa por delante de un restaurante muy afamado, su dueño sale para lanzarle dos besos. Por sus padres. La Semana Santa es sentimiento y memoria. Sólo el que lo probó, lo sabe. Tres nazarenos de Pasión se abren paso entre los nazarenos cigarreros. Otro tabernero calcula que echará el cierre en cuanto caiga la noche, "y sean más los que entran al centro que los que salen". Y en el verbo entrar carga la suerte dejando entrever un juicio de valor sobre la calidad del público entrante...

Lipasam confirma cuanto estamos contando en estas crónicas desde el Domingo de Ramos. El Miércoles Santo se recogió un 31% más de basura que en la misma jornada del año anterior, cuando salieron seis de nueve cofradías. Y en el acumulado de Semana Santa se lleva retirado un 24% más. Si salen más cofradías hay más público. Y a mayor cantidad de público, mayores desechos. Menos mal que son cofradías y no cabalgatas... El Jueves Santo de los vencejos y las mantillas, de cruces veladas y calas negras, de oficios a la sombra y símbolos de la Pasión al sol, tuvo un arranque nauseabundo en la Plaza de Salvador, convertida literalmente en un estercolero tras el paso de la Lanzada y minutos antes de recibir a los Panaderos. Un espectáculo de cochambre propio del final de una fiesta de fin de año. La gente espera a las cofradías en cualquier sitio y de cualquier forma, apoyando la cerveza y la media ración encima de un contenedor de basura o directamente en el suelo. "Esto es una Semana Santa de camping-gas", apunta con tino una sevillana bloguera que ha contemplado estupefacta como a la rampla del Salvador sólo le falta la barbacoa en esas primeras horas del jueves. Ya llegará el manguerazo de Lipasam para retirar las vergüenzas de la ciudad.

Qué triste es confirmar que si salen más cofradías, crece la basura. Por sus obras los conoceréis. Y por sus basuras. Mejor deleitarse en las calas negras de Fundación o en Ione al paso de la Victoria. Y no arquear más el ceño. Aunque haga calor de juncia y campanillas.

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