Un sinfín de melodías
González Serna pronuncia un pregón muy popular y clásico, marcado por la introducción de la música en mitad de la obra.
Un pregón popular que supo conectar con el público y que, pese a ser muy clásico en sus formas, supo innovar a la hora de introducir la música como parte principal del acto. Rafael González Serna, muy torero hasta en sus gestos en el atril, se la jugó al menos tres veces durante su Pregón, y salió airoso. Para ello tejió una red de seguridad a base de versos muy bien pronunciados y de una preciosa melodía compuesta para la ocasión por el músico Manuel Marvizón.
Se la jugó al principio, después de un brillante arranque muy al estilo de Antonio Burgos. Sus tós por iguá, valientes, sus venga de frente y sus no corré recordaron a aquel sublime estáis puestos con el que Burgos condensó en unas líneas toda la Semana Santa de Sevilla. En el mismo atril, Serna fue más tópico (ya dijo en una entrevista que todo lo que iba a hacer ya estaba hecho), citó a Murillo, Luis de Vargas y Velázquez para glosar la ciudad con cierta belleza, a la vez que mezclaba versos construidos a base de habla costalera.
Como un capataz ("Callarse ahí abajo, que sólo se oiga mi voz en este templo sevillano de la esencia"), el pregonero exaltó durante varios minutos su amor por la ciudad. "Sevilla, llámate más / que tú sabes de estrecheces / y de bullas apretás / de aplausos si se merecen / y silencio sepulcral...". Y así se fue creciendo Serna en su preludio, que remató con un experimento. Como si estuviera sacando una cofradía a la calle, al terminar su introito con un "Bueno, pararse ahí" y un "Vamos al cielo con ella", sonó la marcha real. El resultado fue extraño. No hacía falta meter el himno y el público se quedó algo cortado. Hubo quien no supo qué hacer, mientras las autoridades se levantaban a los sones del himno nacional.
Pero el pregonero seguiría arriesgando, consciente de que lo que tenía ante sí era de puerta grande o enfermería y que estaba, lo dijo al final, ante la ilusión de su vida. Nada más acabar el Marcha Real, dedicó su faena a Fernando Carrasco y empezó a hablar del Domingo de Ramos. Pronto supo el auditorio que el pregón sería muy clásico en las formas. Iría desglosando sus versos día y por día y casi hermandad por hermandad, como si hubiera cogido un programa de mano y se hubiera puesto a componer. Lo que le salió fue una pieza que empezó a conectar con el auditorio bien pronto y que resultó muy emocionante de principio a fin.
Para ello fue llenando el pregón de vivencias personales, como cuando, todavía en esa primera parte habló de la cofradía de su barrio (entiéndase la plaza del Salvador como tal, que el pregonero vive en la Cuesta del Rosario). Habló del Amor y lo hizo así: "Vámonos, niño, pal barrio / a revivir las vivencias, / a recordar el pasado... / ese que siempre recuerdas, / a igualar en ese patio / junto a la fuente de piedra, / negro el pantalón largo, / zapatilla y faja negra. / Costalero del Socorro... / en quinta trabajadera, / mira que han pasado años / y sigues igual de bella, / una rosa bajo palio / que llena el cielo de estrellas".
Tras sus versos al crucificado de Juan de Mesa y al azulejo que lo representa en Villegas, Serna se paró e hizo una reflexión. "Si no la vives por Él, / no existe Semana Santa, / si no eres capaz de ayudar / de aprender a perdonar, / serás simplemente / un fantasma / vestido de penitente, / protagonista de una farsa, / y no te llames creyente, / porque tú no crees en nada. / Que aquí... / lo que sobra es gente / para agarrarse a una vara, / para ponerse un costal, / o tocar en una banda, /para montar un altar / y darse golpes de pecho / cuando se besa una estampa, / Sevilla es mucha Sevilla, / le sobra la propaganda". Fue la única parte crítica del Pregón, pero quizás sea la más necesaria ante la manifiesta decadencia de la fiesta.
Y siguió por el Lunes y el Martes Santos con el mismo guión, con el mismo esquema, dedicándole versos a todas las cofradías, algunos de ellos muy bellos. Como los de Santa Genoveva (Testimonio y homilía / ejemplo de amor cristiano / de un rincón que moriría, / de no ser por sus hermanos, / qué solo se quedaría... / el Cautivo sin sus tramos). Otros muy personales y emocionantes, como los de su hermandad de Santa Cruz. Lo hizo acordándose de su padre. "Recuerdo cuando tus nietos eran pequeños y me preguntaban: ¿Papá, a quién quieres más de los tres? Y yo les contestaba: al abuelo... Y ellos insistían: ¡no! No, papá, de nosotros tres. Y yo volvía a repetir: al abuelo. Y mira que a esos tres los quiero con el alma de ida y vuelta, y a la madre que los parió, y a la que parió al poeta, pero al que todo me lo enseñó, con ese amor no hay quien pueda".
Ahí Serna rompió a llorar -lo hizo varias veces a lo largo del Pregón- y tuvo que beber agua de un jarrillo de lata para reponerse. Dedicó unas estrofas más a las cofradías del Martes y entonó la parte central de su pregón, en la que se la volvió a jugar, y por la que será recordada su obra, mucho más que por la calidad de sus versos.
Se preguntó qué le faltaba a Sevilla para ser inigualable y se respondió a sí mismo que para rizar el rizo, el creador que la hizo la llenó de armonía. "Nacieron las partituras, y llegó la melodía", dijo el pregonero, al tiempo que la banda municipal atacaba la pieza compuesta por Marvizón, con una melodía inicial que en un principio parecía simplemente un fondo musical a las palabras del pregonero pero que se fue convirtiendo en una marcha, Macarena, y luego en otras, en Madre Hiniesta, en Procesión de Semana Santa en Sevilla, en Esperanza Macarena, en Corpus Christi... Todas ellas composiciones alegres, idóneas para mantener la ansiada conexión con el público.
Y ahí, en esa innovación, se vino arriba. Declamó a gusto el pregonero saltanto de una cofradía a otra, del Miércoles al Jueves Santo. "Suena Sevilla a Sevilla, universal partitura, de perfectas armonías, ramillete de ternura, que provoca la locura, de un sinfín de melodías". Y de la Quinta Angustia al Valle y de éste a Montesión. Serna remató la partitura de Marvizón con un bello poema a la Virgen del Rosario. Calló la banda y se puso el público en pie. El pregonero lloró, de nuevo, emocionado, y dejó el atril para salir a saludar, otra vez torero, y pedir el aplauso del respetable para la Banda Municipal.
Mediado el pregón, y sin que hubiera hablado aún del Gran Poder o la Macarena, ya había quien le ponía a éste el calificativo de histórico. Con el público en el bolsillo, enlazó poesías a las cofradías de la Madrugada. Ante el Gran Poder se confesó y se arrepintió de sus errores, luego hizo una defensa de la fe ante las medidas laicas que piden algunos partidos políticos, y a su Macarena la dejó para el final.
Se extendió algo el pregonero -que no hizo una pieza larga, ni mucho menos, de hecho no superó la hora y media-, empeñado en repasar todas las hermandades de la nómina de la Semana Santa sevillana. A cada una le dedicó unos versos. A los pocos minutos ya se habían llenado miles de perfiles de Facebook y Twitter de fragmentos del pregón. Cada uno colgó el ripio dedicado a su hermandad. Y todos contentos.
Y, sabiendo que ya no podía sino triunfar, el pregonero quiso arriesgar por última vez. Abandonó el refugio del verso y pasó a la prosa reproduciendo una conversación entre él y el Señor de la Sentencia una Madrugada. Introdujo con arte referencias a su enfermedad y se atrevió hasta con el humor al hablar de los armaos, "esos romanos arrepentíos" cuyo desfile llena al Señor de "tranquilidad, que no están los tiempos para salir sin escolta". Y arriesgó aún y casi se lleva una voltereta. "Escucha, Rafa, están llamando a la puerta. Son los de negro, Padre, que vienen a pedir la venia, ¿se la damos?". La broma no gustó a todos. "Ojú", se escuchó en el patio de butacas. Serna volvió al verso y pasó a glosar a la Centuria y después a la Macarena. Tuvo tiempo para un breve epílogo dedicado a su madre: "Y abraza a este macareno / que me rocen tus mejillas / porque se cumplió tu sueño: / que tu hijo el más pequeño / le pregonara a Sevilla".
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