Carlos Navarro Antolín
La pascua de los idiotas
La Hermandad de la Candelaria celebró anoche el Vía Crucis con la imagen de su titular cristífero, Nuestro Padre Jesús de la Salud, por las calles aledañas a la feligresía de San Nicolás. Alrededor de las ocho y media de la tarde se iniciaba este culto externo, que congregó a multitud de cofrades a pesar del viento desapacible y la caída de las temperaturas.
Tras rezarse algunas estaciones en puntos como el convento de Madre de Dios o en la iglesia de San José, la imagen discurrió por el entorno de Fabiola y Ximénez de Enciso, desafiando las estrecheces de estos enclaves con tanta historia. Pasadas las diez en todos los relojes, la imagen quedó depositada en el presbiterio de San Nicolás, donde se rezaron las preces finales. Una noche de anticipos cuaresmales en el corazón del invierno.
Coincidimos varios amigos y cofrades en ese rellano de la calle San José que se bifurca en Vírgenes y en Muñoz y Pabón: "este Cristo tiene algo especial". La imagen del Señor de la Salud es absolutamente arrebatadora; para nada su entrañable tamaño reduce su incuestionable carga expresiva y su iconografía personalísima nos evoca una escuela imaginera reproducida e imitada. Las manos, que nos revelan cruces invertidas y compases de San Pablo, más que sostener el madero lo amasan, como el funambulista que acaricia una bola de cristal ante nuestros ojos vagos y ausentes. La túnica sellada sobre la piel apenas rebrilla en las cales de Federico Rubio, y su gesto torcido y grave deshace cualquier atisbo de indiferencia. Porque este Cristo nunca levanta impasibilidades; más bien lo contrario. Nos asalta, nos paraliza y nos invita al recreo y la contemplación, en una talla que ha resistido a los tiempos y a los avatares de extinciones y epidemias. Es una Semana Santa que ya no existe, y que en su momento lo fue como cualquier otra. Se llamaba de la Salud.
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